lunes, 29 de febrero de 2016

Invisibilidad y Transparencia

El problema de la pobreza es que se la quiere hacer invisible.

El problema de la pobreza es que se la quiere hacer transparente.

Parece lo mismo, pero no lo es. Para nada.

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Cuando hace 2 años comenzó la trayectoria del grupo de Invisibles de Tetuán, el primero de varios que posteriormente han ido apareciendo con el mismo nombre en la Comunidad de Madrid, fue en respuesta al ninguneo y la invisibilización de quien entonces estaba en la Junta Municipal: para justificar el intento de cierre del banco de alimentos autogestionado que llevaba unos meses en marcha, la concejala se refugiaba diciendo que "en Tetuán no hay casi gente pasando hambre, ni que no pueda pagar las facturas; en todo caso lo que hay es mucha picaresca". Estaba claro que no había paseado mucho por las calles del distrito en las que quienes allí vivimos hemos ido encontrando a lo largo de los años cada vez a más gente rebuscando en la basura. Pero sobre todo, con esta sentencia mostraba que tampoco tenía interés en abrir los ojos a la realidad, y que de hecho esta le molestaba. Por eso su respuesta frente a las necesidades puestas en evidencia por el banco de alimentos fue, simple y llanamente, tratar de cerrarlo. Una manera eficaz de mantener su apuesta por la invisibilización de la pobreza: ojos que no ven, sociedad que no siente.

Frente a esta ceguera que se quería imponer, la respuesta fue clara: una campaña en la que poner rostros, cifras e historias a estas realidades cotidianas para tantas y tantos. Y un mensaje claro: las gentes invisibles quieren dejar de serlo, quieren ser reconocidas, cuidadas y, sobre todo, respetadas.

Invisibles, nunca más.


Frente a este impulso desde abajo por dejar de ser invisibles, desde las instituciones y el mundo profesional avanza otra dinámica de visibilización: la imposición de la transparencia, el intento constante de llegar a tener un conocimiento lo más amplio posible de la vida y las costumbres de estas gentes confinadas a los márgenes, o al menos de determinados aspectos de ella. Estas personas que viven en pobreza resultan así invisibles para la sociedad en general, pero los dispositivos que les atienden ansían siempre saber más y mejor de ellos, quitar de en medio todas las opacidades, mentiras y medias verdades que sospechan que pueden darse. Con la excusa de necesitar conocer la realidad lo mejor posible, el derecho a la intimidad salta por los aires: si quieres ayuda, tienes que estar dispuesta a dejar a que quien la gestiona pueda rebuscar la información "pertinente" en tu vida, siempre con la desconfianza a cuestas, "porque siempre te mienten, te dicen lo que quieres oir". Esta frase due el consejo que un compañero me dio el día que empecé a trabajar en un Centro de Drogodependencias. Cuando la escuché, me pareció una falacia; al cabo de un tiempo descubrí que tenía mucho de verdad, pero que faltaba gran parte de la explicación: ante la dinámica "policial" y de cuestionamiento continuo de los profesionales, quienes acudían a nosotros se defendían protegiendo su intimidad y mostrando la realidad más adecuada para conseguir el apoyo que andaban buscando. Nada extravagante, por otro lado, pues anda que no decoramos la realidad unos y otras, por ejemplo, cuando nos relacionamos con nuestros jefes, para así conseguir su aprobación, reforzar nuestra buena imagen o evitar críticas.

Pero cuando vives en pobreza ese es otro derecho que no tienes. La invisibilidad social se complementa con la transparencia total demandada por los servicios especializados en atenderte, como si así se mantuviera el equilibrio: frente a la opacidad social absoluta, la mirada técnica vigilante que pretende atravesar todas las capas protectoras. Además, este conocimiento en profundidad que se pretende de determinados aspectos de la vida de "los pobres" no se construye a partir de la confianza, lo cual podría tener sentido y, sobre todo, ser menos hiriente. Porque el baile de profesionales, mayor además en los lugares de mayor vulnerabilidad, implica que cada pocos meses tienes que estar de nuevo abriendo tu vida y precariedades a nuevos profesionales que aterrizan en servicios en los cuales ni ellos mismo saben cuanto tiempo van a poder estar.

Pocas veces se ha señalado, pero esta búsqueda de la transparencia, termina siendo una de las causas de la persistencia de la pobreza y la exclusión. Su obsesión por evitar engaños y conocer todas las circunstancias determinantes termina poniendo en evidencia las fragilidades, bloqueos y contradicciones cotidianas de aquellos a quienes no les queda otra que buscar en el día a día como salir de los mil y un problemas que tienen. Las soluciones que encuentran nunca son las ideales, y hay muchos elementos de su vida que quieren ocultar (como nos pasa a todas, la transparencia total es insoportable). Pero esta mirada inquisidora no acepta detenerse en su búsqueda de "la verdad", y termina iluminando no las capacidades y fortalezas de la gente, sino principalmente sus miserias y debilidades. Así, finalmente, fuerza la ruptura del vínculo que podría hacernos sentir parte del mismo caminar y facilita el que se pueda señalar a quien se queda en el camino como único/a culpable de lo que le pasa: bajo la lupa quedan expuestas todas las pruebas que muestran que no hace lo suficiente, que no sigue la indiciaciones, que no quiere, en definitiva, salir adelante.

¿Qué pasaría si aplicáramos la lupa en sentido contrario? En caso de que se hiciera, podríamos descubrir como los propios mecanismos administrativos y las condiciones establecidas para dar ayudas, determinadas siempre desde despachos a los que la realidad les queda demasiado lejos, incitan constantemente a quienes no tienen otra opción que solicitarlas a plantearse cómo poder construir un relato que presentar que pueda superar todas las barreras de acceso. Aún así, muchos y muchas se aferran a ir siempre "con la verdad por delante". Desgraciadamente, cuando los problemas y dificultades se acumulan, esto no es garantía de conseguir lo que se necesita, e incluso puede suponer ponerse en riesgo.

Un ejemplo que se presentó hace unas semanas en un foro en Madrid: "Muchas veces te cuestionan tu verdad, pero también te obligan a mentir para conseguir ayudas. Por ejemplo, si tienes un trabajo temporal mal pagado y por eso tienes un complemento de la RMI, tienes que firmar que vas a buscar mejora de empleo. Pero si encuentras uno en el que te pagan 50 euros más, pierdes la RMI, y con ello el complemento para el comedor, y la ayuda de libros… ¿Cómo vas a buscar un trabajo así? Pero tienes que firmar o no te dan la ayuda".

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Quienes viven en pobreza no quieren ser invisibles, sino sostener una mirada respetuosa del resto de la ciudadanía.

Quienes viven en pobreza no quieren ser transparente, sino poder decidir a quién abrir su intimidad, poder construir relaciones en la confianza.

Ni invisibles, ni transparentes. Que no es lo mismo ni es igual.

lunes, 15 de febrero de 2016

Seguridad(es)

Pocas veces nos paramos a pensar sobre modelos alternativos de seguridad. Por eso esta aportación de María Naredo me parece tan sugerente y necesaria:

Dos modelos de seguridad: policial y relacional


El modelo hegemónico de seguridad es un sistema basado en presentar derechos enfrentados (seguridad frente a libertad) y una suerte de polarización ciudadana. La represión de sectores sociales “peligrosos” se justifica en base a la defensa de la seguridad de la ciudadanía “de bien”. Tras varios años de profunda crisis económica, política y social, la evolución de la gestión securitaria en el Estado español se ha caracterizado por enfatizar sus rasgos más represivos y su visión de la seguridad “contra”. Quizá la imagen más elocuente del nuevo escenario sean las vallas y los agentes policiales que hoy custodian el Congreso de los Diputados (¿no tendrían que estar las vallas dispuestas en sentido inverso? ¿Quién amenaza a quién?). Esa imagen nos devuelve el rostro más evidente de un modelo de seguridad en el que el objetivo es proteger el “statu quo” y no defender los derechos humanos de las personas. Ya que, precisamente en este contexto, la ciudadanía aparece cada vez más despojada de derechos y abandonada a su suerte frente a inseguridades provenientes del ámbito familiar, laboral, de salud, etc.

Por contra, en estos últimos tiempos, amplios sectores de la ciudadanía han puesto en marcha estrategias propias del modelo de seguridad “relacional”. El trabajo en red, las propuestas barriales y la respuesta ciudadana frente a las injusticias policiales (por ejemplo, movilizaciones vecinales contra las redadas racistas) han supuesto un cambio notable respecto al pasado. La gente ha tomado las calles, para manifestarse, pero no sólo; también para reunirse en el vecindario, en un afán de retomar el espacio público y la política cercana.

En suma, en este tiempo las tensiones propias del sistema de seguridad hegemónico, apuntadas en la entrevista, se han agudizado y se vislumbran derivas muy preocupantes relacionadas con una grave perdida de derechos. La criminalización de la protesta y de la pobreza son dos tendencias en auge. Pero, a la vez, la defensa de otro modelo de relación ciudadana y de relación con el espacio público está suponiendo la puesta en práctica diaria de modelos alternativos de seguridad que retoman el significado inicial ("securitas"  = cuidado de sí) y muestran al mundo modos de organizarse en red, de apoyarse frente a las injusticias (por ejemplo, el movimiento stop desahucios o las cajas de resistencia en centros escolares para apoyar a profesorado en huelga) mucho más articulados que hace un tiempo.

Estas tendencias se arraigan en torno a necesidades comunes identificadas por una ciudadanía que reconoce que en el escenario actual tiene poco que perder. Uno de los lemas de la plataforma Juventud Sin Futuro es “sin casa, sin curro... sin miedo”. Este tipo de actitud, fruto de la propia crisis civilizatoria que estamos viviendo, supone un golpe central contra el sistema de seguridad hegemónico, cuya base de legitimación es la existencia de una ciudadanía asustada, cuyo miedo es la justificación de la represión. En suma, estamos ante un momento crítico, de contraposición de los dos modelos de seguridad, de deslegitimación del modelo hegemónico, en el que no sabemos hasta dónde tensará la cuerda el poder político-económico en su deriva represiva.

sábado, 6 de febrero de 2016

Piedra viva

Nada que decir, mucho que admirar en la obra de Nizar Ali Badr, llena de humanidad y emoción:
 
Foto: Nizar Ali Badr
 
Foto: Nizar Ali Badr
 
Foto: Nizar Ali Badr

martes, 2 de febrero de 2016

Multitud en pantunflas

No me puedo resistir a compartir este fragmento del libro de Beasley-Murray "Posthegemonía", que ofrece un análisis muy lúcido sobre la potencia constituyente y transformadora de la multitud... Si estamos dispuestos a entender qué es esto de la multitud:


"Si la multitud es común, también debe serlo en el sentido de que es democrática y cotidiana; “común y corriente”. (...) El análisis de Linebaugh y Rediker del “Atlántico revolucionario” de los siglos XVII y XVIII subraya igualmente la comunicación y la comunidad en nombre de lo que llaman un “comunismo plebeyo” decididamente opuesto a la esclavitud. Pero las personas que daban sermones o contrabandeaban panfletos, que propagaban rumores o cantaban canciones de rebelión, y que generalmente alimentaban la hoguera de la resistencia a lo largo del mundo del Atlántico, no eran los trabajadores intelectuales de su tiempo, sino predicadores y camareros, los “marineros, pilotos, criminales, amantes, traductores, músicos, trabajadores ambulantes de cualquier tipo [que] producían conexiones inesperadas, en apariencia accidentales, contingentes, transitorias, incluso milagrosas”. Esta era la “pintoresca banda”, compuesta en sí misma de “tripulaciones y bandas diversas que poseían movilidad propia, a menudo independientes de un liderazgo verticalista”, que formaban la “turba urbana y la multitud revolucionaria”. Se trata de la multitud, como una hidra de múltiples cabezas, una colección móvil y variada de hombres y mujeres comunes que luchan en común en protestas comunes y por deseos comunes. No hay nada excepcional acerca de lo común; no es un paraíso antes de la caída ni el resto extraño de una plenitud perdida. Se trata meramente de una cuestión de hábito: “El hábito es lo común en la práctica”, como afirman Hardt y Negri; “los hábitos son prácticas vivas, el sitio de creación e innovación”. En este sentido, tampoco hay nada especial en la multitud, o en el poder constituyente. El poder constituyente no está confinado exclusivamente a momentos excepcionales de ruptura entre constituciones; más bien, estamos siempre en el medio, en un momento de excepción o interregno eterno. La multitud está por todas partes, desbordándose en cualquier lugar y cada vez que miramos alrededor. La multitud es común y corriente. 

Lo común está “animado por el amor”, afirma Negri: “El amor es la praxis constitutiva de lo común”; es el “deseo de lo común”. El amor, definido por Spinoza como “la alegría, acompañada por la idea de una causa exterior”, proporciona el ímpetu para maximizar los buenos encuentros. Ver al poder constituyente en estos términos puede parece extraño, tal como lo reconoce Hardt, pero reconoce que a él y a Negri “les gustaría hacer del amor un concepto propiamente político”. El “tiempo revolucionario” del poder constituyente es “el tiempo del amor”. Ni sentimental ni nostálgico, el amor que Hardt y Negri celebran es promiscuo y polivalente; es “el último signo de exposición” al otro, a una otredad impredecible y probablemente hostil. El amor es el deseo de encontrar otros cuerpos, de desenvolverlos y crear nuevos cuerpos con ellos, de constituir la multitud. Es “el cemento ético de la vida colectiva”. El amor es lo que mantiene las conexiones unidas; es lo que transforma el reconocimiento habitual de la comunidad en un proyecto activo de resistencia y constitución. El amor es, sostiene Negri, “el poder ontológico que produce el ser”. El amor, parece estar diciendo, hacer girar al mundo."