Ahora que andamos en tiempos electorales, los discursos van y vienen, peleando por conectar a unas y otros, invistiéndose de legitimidades que nadie sabe justificar realmente. "Pueblo", "Nación", "Ciudadanía", y así mil y un agrupamientos y representaciones. El ultimo palabro incorporado es el de "gente corriente", que se opone a la "casta" o las "élites" que se denuncian apalancadas en los grandes sillones. Término confuso este de "gente corriente". Porque podría parecer que quien se presenta bajo este título es cualquier vecino de un barrio popular, pero no es así. Al final la lógica de selección de los mejores, entendiendo por mejores a aquellos que tienen más éxito en su campo, ya sea profesional o académico, se acaba imponiendo. Con lo cual, pese a las diferencias ideológicas y de posicionamientos de unos y otras, hay algo que tienen en común: quienes están ahí, como protagonistas del espectaculo pre-electoral, son todos miembros de las élites, bien sean políticas, financieras, profesionales o intelectuales.
¿Y donde queda entonces la "gente común"? Pues mucho más abajo e invisibilizada de lo que nos suponemos. Partiendo que muchas veces cuando se nos habla de "normalidad" en los medios muchas veces se asume como tal algo que no lo es tanto, como por ejemplo al dar por supuesto que la mayor parte de la población española es universitaria (esa juventud tan bien preparada), cuando 6 de cada 10 jóvenes no tienen estudios superiores, y más del 40% de la población mayor de 25 años no ha llegado al segundo ciclo de secundaria.
¿Qué pasa con esta realidad olvidada? ¿Quiénes se ven situados en la parte más baja de la escala socioeconómica o educativa no pueden actuar en política? Porque que yo sepa no hay nadie que desde esta posición social, hoy en dia, esté al frente de ninguno de las apuestas políticas que se presentan a las elecciones.
Esto me parece especialmente importante tras la lectura de "Los dominados y el arte de la resistencia", de James C. Scott. Un libro fundamental para dar luz a una realidad que no por oculta e invisibilizada va a dejar de existir. El autor plantea que quienes están en posición de subordinación en todas las sociedades manejan un doble lenguaje: por un lado muestran docilidad o adaptación al discurso público adecuado a cada tiempo y espacio, pero por otro, cuando están ya apartados de la exposición a quienes pueden ejercer poder sobre ellos, manejan un discurso oculto en el que aparecen otros elementos muy diferentes, y en concreto el germen de la transformación social, ya que ahí, fuera de peligro, se pueden compartir tanto la frustración como los anhelos de cambio.
Los ejemplo que escoje el Scott para abordar su estudio pueden parecernos lejanos, ya que se refieren a la esclavitud o el campesinado en situaciones de una dominación muy evidente. Pero al leerlo me venían a la memoria muchos ejemplos de como se transforma el discurso de quienes van a Servicios Sociales pidiendo una ayuda cuando están frente a la trabajadora social ("el que no llora no mama, la única manera de conseguir cosas es dando mucha pena") y cuando luego comparten, fuera de ese foco, su rabia por sentirse tratados como si fueran parásitos e incapaces, controlados en todo momento como posibles criminales o estafadores. Y de ahí brotan muchas propuestas de cambio, y bien atinadas, pues están enraizadas en una experiencia que viene de largo en muchas ocasiones.
Cada vez que se plantea reformar cualquier dimensión del llamado "estado del bienestar", que ya trae tantas limitaciones de serie, me frustra ver como en el diseño de las transformaciones propuestas sólo participan técnicos y profesionales, gente bien formada, sí, pero... que desconoce todo ese discurso y saber oculto que tienen quienes están siempre enfrentados al riesgo de quedarse fuera de todas las oportunidades, sin más opción que la lucha cotidiana por la supervivencia. Es peligroso, pues este desconocimiento de la realidad puede llevar a promover cambios que, pese a la buena voluntad, terminen siendo perjudiciales para quiénes están en situación de mayor exclusión y vulnerabilidad.
Por eso, la próxima vez que escuchemos a algún candidato plantear cambios y transformaciones "por el bien de la ciudadanía / pueblo / nación / gente corriente", pensemos, ¿qué cambios reales pueden proponer esas élites que se nos ofrecen como salvadoras? Y, acto seguido, bajemos a la calle y vayamos a un encuentro sincero y honesto con quienes sueñan en lo oscuro, tejiendo cambios invisibles... que, en algunas ocasiones, pueden salir a la luz y alumbrar un comienzo de revolución.
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