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lunes, 31 de octubre de 2022

¿Y si dejamos de resistir?

Vivimos días extraños, tiempos agónicos que nos atrapan entre el derrumbe de algunos (¿o muchos?) logros sociales conquistados a lo largo de décadas y la amenaza inminente de un colapso que no terminamos de saber en qué va a consistir, pero sí que se anuncia bastante catastrófico. Tiempos cada vez más estrechos entre ese pasado que nos abandona y ese futuro que se abalanza, dejándonos un presente cada vez más estrecho y asfixiante. Y en este pequeño espacio en el que vamos haciendo equilibrios para no caer, con lo difícil que nos resulta mirar hacia ese futuro que nos angustia, muchos terminamos girando el rostro hacia lo que vamos perdiendo mientras lanzamos un llamamiento a resistir.

Frente a la destrucción del sistema público de salud, frente al abandono de la escuela pública, frente a la precarización de las condiciones de vida y trabajo, frente al crecimiento del individualismo, la fobia al que es diferente y la polarización social extrema, la consigna es similar desde muchos lados: ¡Resistir! ¡Resistir! ¡Resistir!

Pero frecuentemente en esa resistencia no hay esperanza. Es una resistencia que llama a aferrarse al pasado, a herramientas o dinámicas que en otros momentos funcionaron, pero que van perdiendo pie en la realidad actual. Es una resistencia que apela al deber, a la responsabilidad, atrapando toda la energía en proteger algo agónico y en retirada, sabiendo que no es posible evitarla, pero al menos haciendo su desaparición más lenta, más suave, aunque quizás también más dolorosa.

¿Y qué pasaría si en vez de aferrarnos a esa resistencia liberamos la energía que esta nos consume para poder enfocarla a acoger lo que va llegando y acompañar a partir de ahí los procesos en marcha que nos permitan desarrollar nuevas herramientas? Acoger no quiere decir aceptar o aprobar, sino recibir lo que hay, no lo que nos gustaría que hubiera, no lo que creemos que debería ser, ponernos en movimiento a partir de ahí en vez de tratar de echar el pie a tierra y fracturarnos superados por la apisonadora de estos tiempos cada vez más acelerados.  

Dejar de resistir no tiene porque ser abandonar. Ni dejar de estar donde estamos para escondernos en un lugar cómodo. Ese es otro tipo de parálisis que también nos anula. Dejar de resistir tiene sentido si conseguimos hacer algo tan simple y tan complejo al mismo tiempo como cambiar el foco. Asumir el momento presente, con todas sus dificultades, no como un tiempo del que protegerse mirando al pasado, sino como el espacio en el que es posible sembrar semillas que puedan germinar en el futuro. Semillas que no surgen de la nada, sino que son fruto de todo lo que fue capaz de generar vida anteriormente, aunque ahora no puedan florecer por los vientos que soplan en contra. Semillas que cada cual llevamos en nuestra mochila, pero no como algo estático, ya que se pueden seguir transformando, incluso generando otras nuevas, a través de encuentros, de movimientos que nos llevan, que nos comparten, que nos cruzan con otras personas y grupos permitiéndonos aprender sobre todo de quienes son más diferentes, de quienes nos resultan más invisibles u ocultos.

Este es el gran reto: abandonar la búsqueda del triunfo presente como principal horizonte, levantar la mirada para habitar plenamente los espacios y tiempos por los que nos movemos, dejándonos afectar por la realidad, buscando encuentros que nos empujen a transformar lo posible y a sembrar lo que todavía no lo es, preguntándonos quiénes somos en todo esto junto con otras que andan también en camino, mirándonos, tocándonos y tomándonos el tiempo necesario para reconocernos, para atrevernos a inventar un nombre colectivo en el que muchas se reconozcan para desde ahí transformar cada calle, cada pueblo, cada mundo. 

¿De qué manera situarnos para ser semilla? ¿Cómo poder enriquecerla junto a otras? ¿Hacia dónde dejarla ir?

Los vientos siguen soplando...


Texto que toma muchas ideas de diversos escritos de Amador Fernández-Savater y su libro "Habitar y gobernar"




domingo, 26 de diciembre de 2021

¿El fin de la alegría?

Justo en estos días en los que andamos con las celebraciones navideñas puestas en jaque por la nueva ola pandémica, de manera que las mascarillas, distancias y aislamientos se imponen en el imaginario y en muchas prácticas a los abrazos, bailes y a los grandes encuentros que siempre se asociaron a estas fechas, termino de leer el libro de "Una historia de la alegría", de Barbara Ehrenreich. Este libro realiza un recorrido histórico de las celebraciones comunitarias expresadas a lo largo de los siglos en banquetes, disfraces y bailes, ayudando a reconocer lo que nos dicen estas experiencias sobre nuestra dimensión social y colectiva, pero también cómo han sido perseguidas a lo largo de la historia. Porque en muchas ocasiones se ha señalado el papel de estas celebraciones (como por ejemplo el carnaval, o los conciertos de rock en los años 60) como una válvula de escape que favorecía el "status quo", pero revisando la historia se puede ver cómo estas dinámicas han sido perseguidas por quienes ostentaban el poder en cuanto han visto que podían resultar una amenaza para su posición jerárquica. Y es que los rituales comunitarios de las poblaciones subordinadas refuerzan la unión entre estas y favorecen la puesta en cuestión del orden establecido, por ejemplo a través de la parodia de los gobernantes y la Iglesia en el contexto del carnaval. De hecho muchas revueltas se han asociado a momentos carnavalescos, de manera que en muchas ocasiones se ha tratado de prohibir el carnaval, y muchos de los movimientos reivindicativos más potentes se han apoyado en elementos de este tipo como dinamizadores.

Estos rituales comunitarios ahora nos parecen lejanos y extraños, y nos han enseñado a verlos como propios de "otros" con costumbres atrasadas o poco racionales. Enseguida lo asociamos a imágenes como las de las celebraciones religiosas de tipo extático, pero hay otros ejemplos quizás más cercanos para muchos como pueden ser los conciertos (el papel de la música en este tipo de experiencias es clave) o los partidos de fútbol (donde en muchos casos el público no se limita a ser espectador, sino que participa en el propio "ritual" vistiéndose, cantando, construyendo mensajes, etc.). Y es que cuando nos unimos a la multitud, la fuerza colectiva que la mueve puede llevarnos a lugares donde individualmente nunca llegaríamos, y desde un rol activo, participante, no de mero espectador. Por eso da tanto miedo, especialmente a quienes más tienen que perder con la unión de gentes diversas y anteriormente dispersas, de repente unidas en un actuar común con una potencialidad enorme. Y por eso también se dedican tantos esfuerzos a controlar y dispersar esos movimientos, en las últimas décadas principalmente potenciando dinámicas de consumo y espectacularización (en el sentido de volvernos meros espectadores) que nos resitúan contantemente como receptores de productos y contenidos.

Pero, sin embargo, a pesar de la represión, la capacidad de festejar colectivamente se ha ido manteniendo a lo largo de la historia, buscando nuevas formas y maneras. La capacidad para la alegría colectiva se muestra así codificada en nuestro interior casi tan profundamente como la capacidad de amor erótico. Es posible vivir sin ella, pero favoreciendo así el riesgo de la depresión solitaria. Y ahora, justamente, como uno de los principales efectos de estos tiempos pandémicos y de distanciamiento social (nos teníamos que separar físicamente, pero se decidió llamarlo "distancia social", algo que me sigue resultando incomprensible), nuestra salud mental se ha visto seriamente afectada, especialmente en los sectores más jóvenes, justamente a quienes por edad les correspondería experimentar encuentros, rituales y formas de construirse en común. En nombre del cuidado de la salud y del cuerpo, hemos inmovilizado este, haciendo más difícil su encuentro con otros, su puesta en juego a través del abrazo, del baile y la celebración común. Para salvarlo, lo hemos encerrado. Pero la historia de la alegría nos dice que esto no tiene porqué ser para siempre... ¿Cómo hacemos para no perder esta dimensión esencial de lo que somos? ¿Cómo generar nuevas vías que den paso a este movimiento de fondo para retomarnos en común, cuerpo a cuerpo, capaces de celebrar nuestra capacidad de transformar el mundo desde lo horizontal, desde el cara a cara, frente a jerarquías y estructuras de poder sostenidas sobre la explotación de tantas y tantos?

Pues no sé muy bien como... Pero me resulta muy sugerente el final del libro que comento. Sí, un poco de spoiler, pero... para ponernos a la tarea:

"Hace un par de años, en la soberbia playa de Copacabana, en Rio de Janeiro, donde las montañas caen en picado hasta el mar, mi compañero y yo oímos el sonido de unos tambores. Caminamos hacia el norte a lo largo de la playa, y nos cruzamos con un grupo de bailarines de samba, que avanzaban en filas de unas diez personas y ocupaban la longitud de casi una manzana. Alguien nos dijo que eran miembros de una escuela de samba y practicaban para el carnaval. El grupo estaba compuesto por personas de todas las edades, desde pequeños de cuatro o cinco años hasta octogenarios, hombres y mujeres, algunos soberbiamente vestidos y otros con la camiseta de tirantes y el pantalón corto que constituyen el uniforme de calle en Río. Para un misionero del siglo XIX, o incluso para un puritano religioso del siglo XXI, sus movimientos hubiesen parecido lujuriosos, o al menos insinuantes. Sin duda, el mero hecho de que una multitud de gente de piel tostada hubiese conquistado las calles ya habría sido sumamente turbador. Pero la escuela de samba se dirigió bailando a la arena con una dignidad perfecta, arropada en su propio ritmo, los rostros de los bailarines agotados y resplandecientes, como presos de una exaltación caso religiosa. Un joven delgado de piel café con leche que bailaba justo detrás de los músicos marcaba el ritmo. ¿Qué era en la vida real? ¿Un empleado de banco, un ayudante de camarero? Aquí, con su brillante atuendo de plumas, era un príncipe, una figura mitológica, quizás incluso un dios. Aquí, por un momento, no había divisiones entre personas, a excepción de las creadas por el propio carnaval. Cuando llegaron al paseo, los transeúntes empezaron a contagiarse del ritmo y, sin invitaciones ni declaraciones, sin vergüenza ni siquiera alcohol para disolver las coacciones habituales de la vida urbana, la escuela de samba se transformó en una multitud y la multitud se trans formó en un festival monumental. No había «objetivo» alguno en ello (ni matices religiosos, ni mensaje ideológico, ni dinero de por medio); sólo la ocasión, que necesitamos mucho mas a menudo en este planeta superpoblado, de reconocer el milagro de nuestra existencia simultánea con cierta clase de celebración."





lunes, 28 de enero de 2019

Ahí estuvimos

Para que revisemos sobre la inclusión y cómo la hemos vivido y buscamos construirla. Por Guillem Martínez.

En aquel país, el agua, al crear un remolino en el desagüe de la bañera, giraba al sentido inverso del que era habitual para mí. Se le llama efecto Coriolis, creo. El resultado eran minutos de fascinación, viendo en el desagüe algo que no parecía lo de siempre, si bien lo era. En todo caso, llevábamos semanas sin ver una bañera o un desagüe. Estábamos, en ese momento, en un poblado pequeño en el que, por fin, había ocurrido algo aún más difícil de ver que el efecto Coriolis, y que llevábamos días buscando. La revolución. La trajo un hombre de mediana edad. Explicó a todo el mundo que ya la habían hecho en los pueblos circundantes. Consistía en no reconocer al Gobierno –un objeto tan lejano como un desagüe, por otra parte–, y en repartirse la tierra y el ganado. Hicieron todo eso en una lengua angulosa e incompresible, como un vaso de barro antiguo. La traductora nos la iba interpretando literalmente, sin cambiar las imágenes y los giros. Era una lengua dura, directa, sin muchas fórmulas retóricas. Disponía, recuerdo, de una palabra para el ganado, y otra para el ganado ya sacrificado. El reparto, la revolución, fue rápida y sobria. No hubo excesiva euforia, ni banderas, ni himnos. Y, sin embargo, fue emocionante. Por la noche se comió y se cantó. Quizás un poco más que en otras noches. Y las parejas bromearon sobre sexo y se fueron, abrazadas y riendo, a sus casas, un poco antes de lo habitual. Nosotros nos quedamos hablando alrededor del fuego. Parecíamos más impresionados que ellos por lo que había pasado. Había pasado el reparto de la riqueza. Y les costaría, probablemente, la vida. Y, en el cielo, pasaban las estrellas de otro hemisferio, iguales pero completamente diferentes, como si giraran inversas en un desagüe cósmico.

Recuerdo aquella vivencia y descubro que fue el momento de mayor inclusión real que he visto en toda mi vida. De pronto, un grupo de personas cabían juntas en el mismo sitio. Si, he visto muchos más momentos parecidos. Pero todos transcurrían en el lenguaje, no en los hechos. El lenguaje fue, aquel día, un mero trámite. Lo es siempre. Es un tam-tam. Últimamente, no obstante, da para mucho. Es donde transcurre la política, los combates, la energía del mundo. Lo que habla de un mundo sin cambios, inhóspito, pues el lenguaje no es el mundo. Construir lenguajes inclusivos no tiene por qué significar, por todo ello, una realidad más inclusiva, en la que quepan más sujetos. Para ello, hay que ensanchar la realidad, no el lenguaje. No existe en todo el mundo, en fin, una lengua y un lenguaje inclusivos. Esa no es la función del lenguaje. El lenguaje excluye. Sirve para excluir. Para excluir el ganado vivo del muerto. O para excluir absolutamente, a través de las palabras mío, tuyo, suyo. No existe el lenguaje inclusivo, pero si la capacidad de decir cosas inclusivas, en cualquier lengua. Y hace años que no las escucho, en cualquier lengua. Mientras, miro el lenguaje como cae, como siempre, por el desagüe. Ves, fascinado, algo que no parece lo de siempre, si bien lo es.

lunes, 14 de enero de 2019

El derecho a la fraternidad

Hay determinadas relaciones que de primeras suenan impostadas, irreales, erróneas. Y es curioso ver como, cuando se profundiza un poco en las tensiones que hay entre los distintos polos de estas, aparecen más puntos de encuentro de los esperados, y al mismo tiempo la historia de cómo se ha ido construyendo y en función de qué intereses la imposibilidad de conjugar juntas ciertas cuestiones.

Es lo que pasa por ejemplo cuando se juntan derecho y fraternidad. De primeras, la sensación es que se trata de términos enfrentados. Pero no hay más que acompañar a Angel Puyol en el recorrido que hace desde la Grecia clásica hasta el la sociedad actual, pasando por la Revolución Francesa, para descubrir que no solo hay muchas conexiones posibles entre ambas cuestiones, sino que es prioritario recuperar la potencia revolucionaria que tienen si logramos articularlas. Acá van algunos fragmentos...

"El derecho a la fraternidad tiene dos significaciones mutuamente dependientes: una emancipadora y otra asistencial. En su sentido emancipador, la fraternidad es un ideal político cuyo fin es que todos los individuos, sin excep­ción, se liberen del poder, la autoridad, la tutela o cualquier tipo de subordinación o dependencia civil, social y económi­ca que puedan padecer. La fraternidad actúa como una metá­fora en la que los individuos o ciudadanos libres se tratan políticamente a sí mismos como hermanas y hermanos de una misma familia extendida que es la sociedad, de modo que ninguna desigualdad que pueda haber entre ellos, por natural o legítima que sea, llegue nunca a convertirse en un abuso de poder, en la sujeción del débil al poderoso. En su sentido asistencial, la fraternidad significa que los indivi­duos deben protegerse unos a otros de los males evitables de la existencia, garantizando el acceso de todos al disfrute de los bienes considerados básicos, como la educación, la salud, el trabajo, la cultura o la seguridad.

En la actualidad, podríamos pensar que la solidaridad es una buena sustituta de la fraternidad, ya que conservaría su genuino sentido político sin asumir el lastre religioso, sexista y emocional que suele acompañar a la idea tradicional de fraternidad. (...) Si bien es cierto que la idea de solidaridad acoge con facilidad el sentido asistencial de la fraternidad, plasmado en el Estado de bienestar, se desentiende por completo de su sentido emancipador, esto es, de la lucha contra las múltiples formas sociales de exclusión, sumisión, arbitrariedad, discriminación y humillación. Además, la fraternidad exige que los fraternos se traten entre sí como iguales, como iguales son las hermanas y her­manos de una misma familia, mientras que la solidaridad no se siente incómoda con relaciones asimétricas. Nos solidari­zamos con los pobres del tercer mundo, con los desplazados por las guerras y con las ballenas en extinción, pero no cues­tionamos la posición privilegiada o los mayores derechos de quienes ejercen la solidaridad. Esta ni supone ni impone, como su propia condición de posibilidad, la instauración de unas relaciones de respeto igualitario entre unos y otros. Tam­poco asegura el derecho de cada uno a beneficiarse de la pro­tección de todos, tal como vemos hoy día con la vergonzosa reducción de la solidaridad social a un concurso de méritos en que los perceptores de los subsidios sociales deben acreditar propósito de enmienda, buen comportamiento y hasta agra­decimiento para ser dignos de la ayuda que necesitan.

(...)

No se trata de saber si la fraternidad se puede decretar, sino si puede constituir un principio fundamental susceptible de inspirar al derecho o a la política, si puede dar lugar a ciertas traducciones jurídicas concretas vinculantes. En este sentido, lo que realmente importa al derecho es si la fraternidad es un principio capaz de motivar al legislador y de producir, como hacen los principios de libertad y de igualdad, las normas aplicables a la Sociedad y, por tanto, si funciona como un verdadero principio jurídico o un verdadero fundamento de derecho."



viernes, 23 de noviembre de 2018

Mi utopía es la vida real

Dicen que las utopías son propias de la adolescencia y la juventud, de esa etapa de ensoñación en la que los pies dudan a veces entre el terreno que pisan y las ganas de volar hacia nuevos parajes o crear nuevos mundos. Siempre rechacé esta idea, que me pareció derrotista, pero justamente hoy, celebrando un año más que cae en mi saca, comienzo la lectura de "Historia de las Utopías", de Lewis Mumford, precisamente una obra de juventud, y desde sus primeras páginas me reconozco en lo que dice, no como voz de la ensoñación frustrada, sino como palabra enraizada en un abrirse a la vida que puede llevar más lejos (y más cerca) aún de lo que uno esperaba cuando empezaba a batir las alas.

"Al intentar extraer el elemento ideal de la matriz de la sociedad contemporánea, los utopistas clásicos, a menudo en ese mismo esfuerzo por lograr una forma más pura de comunidad, dejaban fuera muchos componentes necesarios que, como los elementos más básicos de una aleación, fortalecen los metales preciosos y los hacen más duraderos. El funcionamiento del entorno natural y de la historia humana provee incluso a la comunidad más pobre de un rico abono, que es mucho más favorable a la vida de lo que podría serlo el más racional de los esquemas ideales si le faltase un suelo semejante sobre el que desarrollarse. Con todo, en mi juventud, la creencia utópica en que la vida presenta distintas potencialidades latentes e inutilizadas que podrían cultivarse y llevarse a la perfección se me antojaba algo saludable; y todavía conservo tal creencia en la permanente posibilidad de la autotransformadón y autotrascendenda del hombre.

(...)

Bien es verdad que los revoludonarios del siglo XVIII y sus seguidores más recientes a menudo exageraban la maleabilidad de la sociedad y, lo que es peor, imaginaban que descartando meramente el pasado conseguirían la dave de un futuro mejor, completamente racional en sus propósitos y, en consecuencia, ideal conforme a su propio criterio. Para ellos, y siguiendo a Locke, la sociedad humana era producto de la mente humana y debía ser tratada como un folio en blanco sobre el cual cada generación podría, tras borrar el pasado, dejar su propia impronta ideal. De ahí que se equivocasen al sobrevalorar tanto la cantidad como el valor de las mutaciones creativas que se producían en cada generación y al infravalorar la importanda de los «vestigios» y las «persistencias» que habia ido depositando cada generación anterior, que aumentaban de forma inimaginable la riqueza de la vida humana y que, por cierto, resultaban — como el lenguaje mismo— esenciales para su supervivenda.

(...)

Desde el principio era consciente de otra virtud que curiosamente se había pasado por alto: todas las obras utópicas clásicas habían considerado la sociedad como un todo y le habían hecho justicia, al menos en la imaginación, a la interacción entre el trabajo, la gente y el espacio, y a la interrelación entre las funciones, la instituciones y los propósitos humanos. (...) El pensamiento utópico, tal como yo llegué a concebirlo, era pues lo opuesto al unilateralismo, el sectarismo, la parcialidad, el provincianismo y la especialización. Quien practicase el método utópico debía contemplar holísticamente la vida y verla como un todo interrelacionado: no como una mezcla azarosa, sino como una unión de piezas orgánica y crecientemente organizable, cuyo equilibrio era importante mantener — como en el caso de cualquier organismo viviente— a fin de promover el crecimiento y la trascendencia. Gracias al ejemplo de Patrick Geddes, uno de mis primeros maestros, dicha creencia en el equilibrio y la totalidad ya estaba profundamente enraizada en mí cuando escribí este libro. Si no al duro trabajo, sí había renunciado a las recompensas del especialista y había emprendido conscientemente mi carrera como un «generalista», como alguien más interesado en unir los fragmentos conforme a un patrón ordenado y significativo que en investigar minuciosamente cada una de las piezas aisladas.

(...)

No tengo una utopía privada. Si la tuviera, tendría que incluir las utopías privadas de muchos otros hombres y los ideales realizados de muchas otras sociedades, pues la vida aún contiene demasiadas potencialidades como para ser abarcadas por los proyectos de una sola generación, o por las esperanzas y creencias de un solo pensador. Al contrario que la mayoría de los utopistas, en cualquier plan tengo que dejar un lugar para los desafios, la oposición y el conflicto, para el mal y la corrupción, pues resultan visibles en la historia natural de todas las sociedades; y si pongo el énfasis en las virtudes salutíferas y apunto hacia fines más trascendentales, es porque los momentos negativos de la vida se las apañan bien por sí solos y no necesitan de mayores estímulos. Uno no tiene que planear el caos y la degradación, pues estos se producen cuando el espíritu cesa de estar al mando. Mi utopía es la vida real, aquí o en cualquier parte, llevada hasta los límites de sus posibilidades ideales. Por eso, para mí el pasado es una fuente de utopías tanto como el futuro, y la intensa interacción entre todos esos aspectos de la existencia, incluidos muchos acontecimientos que no pueden ser plenamente formulados o captados, constituye a mis ojos una realidad que sobrepasa todo lo que uno pueda imaginar o representarse mediante el solo ejercicio de la inteligencia pura.

De mi estudio de las utopías derivaron dos ideas positivas fundamentales que se han visto refrendadas por estudios y reflexiones posteriores. Tales ideas constituían la confirmación de las mismas intuiciones que, en un primer momento, me habían impulsado a emprender un estudio sistemático. La primera era la idea de que cualquier comunidad posee, además de sus instituciones vigentes, toda una reserva de potencialidades, en parte enraizadas en su pasado, vivas todavía aunque ocultas, y en parte brotando de nuevos cruces y mutaciones que abren el camino a futuros desarrollos. Aquí se constata la función pragmática de los ideales, pues ninguna sociedad será plenamente consciente de su naturaleza intrínseca o de sus perspectivas naturales si ignora el hecho de que existen múltiples alternativas al sendero por el que de hecho se ha encaminado, así como una multitud de fines posibles además de aquellos que resultan inmediatamente visibles. La otra idea positiva derivada de las utopías es la idea de totalidad y equilibrio, que, como ha demostrado la ciencia biológica, son atributos esenciales de todos los organismos. Tales atributos se convierten en imperativos conscientes para el hombre, precisamente por ser su equilibrio, tanto en lo que se refiere a su vida personal como a su vida comunitaria, algo tan delicado, y porque su propia integridad a menudo se ha visto amputada, y restringida su capacidad de acción, a causa de un perverso y excesivo énfasis en una ideología, institución o mecanismo, supuestamente de suma importancia.

(...)

Así pues, las intuiciones originales que subyacen a ´Historia de las utopías´, en lugar de verse desmentidas, han sido confirmadas en lo esencial por la experiencia de los últimos cuarenta años. La necesidad de comprender las múltiples potencialidades de la vida, de lograr el equilibrio y la integridad en todos los aspectos de nuestra existencia, de perseguir la perfección en otros ámbitos distintos de la técnica jamás fue tan grande como es hoy en día."

Pues eso. A seguir en esta utopía de la vida real, explorando sus límites y equilibrios en estos tiempos tan descolocados...


viernes, 19 de octubre de 2018

Pasear la dignidad

"Yo por esta calle nunca he podido caminar de esta manera, con esta tranquilidad. Si vengo yo solo, enseguida la policía se pone en alerta... No me echan directamente, no me dicen nada, pero me van rodeando, agobiando, hasta que no me doy cuenta y ya me han sacado de la zona".

Esto me comentaba una de las personas que participó en la acción "Pasear y Visibilizar" convocada por ATD Cuarto Mundo, San Carlos Borromeo y Apoyo por el Día Mundial para la Erradicación de la Pobreza. Una propuesta de hacer visible la realidad de la pobreza existente a nuestro lado en la "milla de oro" de la Calle Serrano. Una invitación a abrir los ojos, por un lado, pero también a recuperar un espacio prohibido para algunas personas que no es que sean invisibles, sino que se las expulsa y oculta, como si su presencia no pudiera ser más que una amenaza.

El pasado 17 de octubre, estas personas, junto a quienes nos comprometemos a su lado, paseamos nuestro llamamiento para unirnos en la lucha contra la pobreza, que no es algo inevitable, por uno de los espacios "prohibidos" habitualmente para ellas. Pudieron decir "aquí estamos".

El paseo de la dignidad, la resistencia y la esperanza.



miércoles, 16 de mayo de 2018

Política en femenino

Es un libro pequeño, pero lleno de experiencia, razonamiento y esperanza que lucha por abrirse paso. Se llama "Horizontes comunitario-populares", y su autora es Raquel Gutiérrez Aguilar, apujntando a lugares muy interes, como el de política en femenino. Así explica lo que es:

El calificativo «en femenino», cuya intención es la distinción de una forma específica de lo político, busca enfatizar dos cuestiones. 

En primer lugar, establecer que el eje de atención y el punto de partida de esta forma de lo político es el compromiso colectivo con la reproducción de la vida en su conjunto, humana y no humana. Siguiendo la perspectiva analítica de Silvia Federici, quien señala que una de las más graves consecuencias del histórico avance y predomino del capitalismo a lo largo y ancho del mundo es la escisión brutal de la vida humana en dos ámbitos segmentados y excluyentes: el de la producción —de mercancías, esto es, de capital— y el de la reproducción de la vida en su conjunto —incluyendo la procreación—, recojo el desafío que la autora lanza convocándonos a pensar lo relativo a las posibilidades de transformación social —asuntos políticos por excelencia— desde el ámbito de la reproducción de la vida material y no de alguna variante en la gestión de la acumulación del capital. 

En segundo lugar, utilizo la expresión «política en femenino» porque al asumir como punto de partida y eje de lo político lo relacionado con la producción, la defensa y la ampliación de las condiciones para la reproducción de la vida en su conjunto, se hace inmediatamente necesario establecer algún tipo de sentido de inclusión, que es difícilmente analizable desde cánones clásicos de comprensión de lo político predominantemente masculinos y ligados a la acumulación de capital asentados en la consagración de términos de pertenencia, es decir, de definiciones que establecen exclusiones y separaciones. Algunas autoras llaman a estas formas de lo político, formas comunitarias o incluso, políticas indígenas. Elijo nombrarlas «políticas en femenino» en tanto su eje y corazón es la reproducción de la vida material, centro de atención tradicional de la actividad femenina no exclusiva pero sí crucial y en tanto su calidad expansiva y subversiva se afianza en la posibilidad de incluir y articular la creatividad y actividad humanas para fines autónomos. Claramente, la política en femenino, en tanto es una política que no ambiciona gestionar la acumulación del capital, sino que busca reiteradamente limitarla, es una política no estado-céntrica. Esto es, no se propone como asunto central la confrontación con el estado ni se guía por armar estrategias para su «ocupación» o «toma»; sino que, básicamente, se afianza en la defensa de lo común, disloca la capacidad de mando e imposición del capital y del estado y pluraliza y amplifica múltiples capacidades sociales de intervención y decisión sobre asuntos públicos: dispersa el poder en tanto habilita la reapropiación de la palabra y la decisión colectiva sobre asuntos que a todos competen porque a todos afectan.  

Los ejes de esta forma de lo político suelen ser el cuidado-conservación así como la reapropiación social de la riqueza y los bienes producidos colectivamente que garantizan la posibilidad de reproducción de la vida colectiva. Tal contenido entonces, antes que un modelo de gobierno señala un camino de vida y de lucha, y confronta enormes dificultades para expresarse a través de pensamientos abiertos y flexibles, en medio del enorme cúmulo existente de nociones y sentidos comunes —centrados en el predominio del capital, del estado, del mando y de lo masculino— acerca de lo político que se van volviendo cada vez más rígidos e impotentes.

martes, 1 de mayo de 2018

¿Te atreves a ser más débil?


Una reseña de una charla de Judith Butler en la que apunta hacia una de las cuestiones que en mi opinión debemos atrevernos a afrontar. (Vía El Salto)

“No me ahorro incomodidades”, dijo nada más erigirse frente altar de su conferencia. Empezó concluyendo: “al final, es el Estado el que de forma violenta viene a decirnos quiénes son los violentos”. Para después descomponerlo todo y llevarnos a otro lugar. Marina Garcés, filósofa (de guerrillas) la había presentado con referencias obvias a lo que ha estado pasando en los últimos meses en Cataluña. Así que con los aforismos y la actualidad claras, descendió a los conceptos más básicos para que todas las que nos dábamos cita allí nos deconstruyéramos juntas para volver más sólidas.

Para entender la no-violencia, una teórica de las identidades tenía que empezar por preguntarse quiénes éramos nosotras. Las que estábamos allí una tarde de abril en el hall del CCCB. Somos humanas y “algo hay que nos une para estar todas allí” porque de lo contrario, no estaríamos, pero seguramente no podríamos considerarnos ni de la misma región, ciudad o Estado ni aunque lo fuéramos. Lo que estaba claro es que no éramos autosuficientes, porque esa teoría del hombre que lo es ya es, de por sí, ridícula y sexista.

Primer punto clave. Los hombres en islas que no necesitan a nadie ni a nada son un absurdo. La teoría que así los presenta “olvida que las personas no nacen adultas”. Nacen niñas y pasan de unas manos a otras, literalmente, hasta que aprenden a comer, caminar o hablar, cosa que tardan años en hacer. Esta reflexión tan a todas luces obvia no existe en el contrato social bajo el que nos relacionamos. Nuestras leyes y normas sociales se basan en ese modelo en el que somos seres individuales y adultos que no dependen unos de otros y nunca lo han hecho. Pero es esa dependencia la que nos hace iguales. Necesitar a los otros para ser quienes somos, porque igual que de pequeños necesitamos que nos alimenten y nos sujeten para estar de pie, de mayores necesitamos supermercados, fabricantes de cocinas, pavimentos y semáforos para lo mismo. ¿Quién puede entonces pensar que somos autosuficientes?

Si a estas alturas seguís el hilo, cosa que la misma Butler se preguntaba en la charla, ya estáis a punto de entender esta deriva. Siguiente punto clave. La única manera de sobrevivir es ser conscientes de la dependencia. La única manera de asegurar que vivamos en igualdad es aceptar la dependencia y hacernos aún más dependientes. Sólo si los gobiernos saben, pero sabiéndolo de verdad, que dependen unos de otros, pueden luchar contra el cambio climático, que es global. Si yo contamino en mi país, lo estoy haciendo en todo el mundo. Este agua contaminada llegará a todo el mundo. El aire que contamine otro país en la otra parte del mundo lo llegaremos a respirar aquí.

Tomar decisiones globales es difícil. Pero es hacia ahí hacia donde tenemos que avanzar. Y sólo hay una forma: aceptar la dependencia y con ella, la vulnerabilidad. Es difícil convencerse de que ser vulnerables es bueno cuando vivimos en un sistema capitalista que busca que seamos expertos en todo para no tener que pedir ayuda a nadie. Pero si lo que queremos es ser iguales y avanzar juntos, sólo puede ser aceptando que dependamos unos de otros por igual. Saber que necesitamos al otro y el otro a nosotros es la única manera de avanzar sin pisar cabezas, básicamente. Y esta es la verdadera clave de todo.

Se trata de depender de otros y de que otros dependan de nosotros. De lo contrario, estaríamos hablando de colonización. El problema no es ser vulnerables, es que alguien explota esa vulnerabilidad. Que el Estado nos abandone política y económicamente es la traducción de esa explotación. Y a la vez, lo que nos une a las personas de otras partes del mundo con las que no compartimos normas ni sistema legal, pero sí el abandono. Somos todas bastante igual de vulnerables, admitámoslo.

En ese abandono, en esa posibilidad de que aquello de lo que dependemos se comporte de forma no predicha, de una forma que no podemos controlar y nos haga daño es donde nace la agresión. Y la mejor manera de combatir esa violencia no es cuidándonos más, es dependiendo más, siendo más vulnerables. De la misma manera que lo más efectivo para luchar contra la violencia es la no violencia, la resistencia. Porque siendo vulnerables, defendiendo los cuidados, es como acabaremos con esa “masculinidad indiferente” que mata para defenderse. Le pondremos fin cuando todos aprendamos que matar al otro es matarnos a nosotros mismos, porque todos cuidamos de todos y dependemos de todos. Suena inocente pero, ¿no es ser sociales y apoyarnos unos en otros lo que nos diferencia del resto de animales? ¿No hay declaración más feminista que reconocer la interdependencia?

La dependencia limita la destrucción y potencia la ética, que es de lo que había venido a hablarnos Butler. Hay que repetirlo más porque, de momento, cargárselo todo es lo más normal del mundo. Quienes protestan son los vulnerables que se han aliado y constituyen la resistencia. Y al sentirse abandonados es cuando han entendido que la no violencia es la mejor manera de luchar contra la violencia. Resistirse es también un acto violento, porque se lucha casi siempre contra un poder legal y hace falta que ocurra la violencia para oponerse a ella. Para resistir, para oponerse sin violencia hay que cultivar el odio y aprender a transformarlo. A Butler le dijeron que esa afirmación era débil. Entonces, la T de su semblante serio cambió dando lugar a una sonrisa y contestó: “eso es lo que quiero, ser más débil”. Ahí es donde reside la fuerza. Y cuanto antes lo sepamos, mejor.

sábado, 7 de abril de 2018

Enseñándonos a mirar la luna

"¿Qué has aprendido hoy en el cole?". Hoy ya no escucho tanto esta frase a mi alrededor, por lo menos en mi círculo cercano, entre idas y venidas sobre cómo no encerrar la educación en una mera acumulación de conocimientos que poder inventariar. Pero sí que es una frase en la que me retumban ecos de otros tiempos y lugares, y que sigue latiendo en el fondo de la preocupación que todxs tenemos por nuestrxs hijxs, aunque nos cueste más enunciarla ahora. Pero ahí está la cuestión: ¿qué aprenden mis hijas en su escuela?¿qué me gustaría que aprendieran?¿qué hecho en falta?¿qué sueño de cara a su futuro?

Así que echo la vista atrás, pidiendo a la memoria que me dé pistas sobre los tesoros recopilados a lo largo de estos años. Y es un alivio descubrir cómo en este caminar, aún corto en el caso de mis hijas, medianamente amplio en el mío, se van acumulando momentos, encuentros y procesos que ofrecen indicaciones de por donde continuar.

En mi vida, un momento clave: el encuentro con las familias del Pozo del Huevo, marcadas por la pobreza y la dignidad a partes iguales, donde me descubrí privilegiado por el simple hecho de poder entrar y salir de allí cada semana tras hacer unas horas de voluntariado, frente al encierro de quienes allí vivían, atrapadxs en una realidad de la que por mucho que luchaban día a día, no había posibilidad de escapar: sin trabajo y sin vivienda adecuada, con el eterno cartel de "fracaso escolar" a cuestas, forzados a la dependencia porque las alternativas que encuentran para salir adelante se criminalizan, culpabilizados siempre de su situación. Como he escuchado muchas veces desde entonces a muchxs en situaciones parecidas: "es como darse contra un muro, como si lo tuvieras que tirar a cabezazos, y al final te rompes". Pero ese muro para mi no es tal, sino una puerta que puedo elegir cuando traspasar, y si es para entrar o para salir. Yo puedo decidir si ir o no ir, si quedarme o marchar. Y hace tiempo decidí que quería dejarla siempre abierta, para poder pasar tiempos dentro viendo cómo enfrentar lo que para ellxs es un muro.

Qué gusto poder recuperar también muchos momentos en los que mis hijas han ido pudiendo experimentar de manera más natural ese encuentro más allá de las barreras que fraccionan nuestra sociedad. Me emociona por ejemplo recordar la pequeña escuela infantil de Tetuán a la que fuimos durante 5 años, donde cada clase era un crisol diverso de gitanxs, payxs, latinxs y africanxs y cada 15 días se juntaba el cole entero para celebrar su riqueza y el gozo de aprender juntxs en torno a un proyecto común, desde lxs mxs peques a lxs mayores. Me emociona especialmente recordar a mis hijas jugando con sus amigxs sin diferenciar colores ni clases sociales, en contraste con los propios miedos con los que yo crecí, aterrado durante toda mi infancia por los prejuicios que descubría en mi mismo hacia el mundo gitano. Miedo que, por otro parte, aún me pesa, y eso que ahora tengo unxs cuantxs amigxs gitanxs. Pero aún hay encuentro en mí ese resquicio de rechazo a primera vista ante todo el que me conecte de nuevo con ese miedo infantil. Ojalá pudiera arrancarme ese automatismo, pero... ahí anda.

Qué gusto poder recordar los primeros años de mis hijas, cuando las calles de Madrid aún bullían en manifestaciones y creíamos que el cambio estaba cerca. Qué gusto que pudieran experimentar ese salir en común, esa fuerza de la lucha y la esperanza compartida.Qué gusto que pudieran cantar, gritar, dejarse invadir por ese grito "¡Si se puede!¡Sí se puede!". Eso quedará grabado, aunque no entendieran muy bien de que iba la cosa en concreto. Frente a las dificultades, cuando no haya salidas claras, ese recuerdo les empujará a buscar con otrxs, y a reafirmar que no hay nada imposible si nos unimos.

Eso no es poca cosa. Porque por todos lados nos bombardean para que nos encerremos con quienes son similares, con quienes nos son cercanos o compartimos determinadas visiones del mundo. Cada vez más encerradxs en burbujas aisladas dentro de las cuales creemos encontrar protección. Y cada vez más muros que dejan fuera a quiénes pueden poner estas burbujas en riesgo. Cada vez más soledad. Cada vez más aislamiento. Cada vez más impotencia. Porque para cambiar las cosas, para darle la vuelta a las realidades que duelen y generan sufrimiento, no hay otra manera que sumar, que sumarnos, que construir puentes, abrir puertas y mirarnos a los ojos. Eso mismo que yo tardé años en poder hacer mientras que para mis hijas fue un juego, muchos juegos. 

En una de esas manifestaciones, todavía con dos años y medio, mi hija de repente miró hacia el cielo y me dijo "Mira, papá.. ¡la luna!". Eso me enseñó ella ese día. Que estando juntxs tenemos que atrevernos a mirar la luna, por lejos que parezca.

Como hicieron por ejemplo en el colegio público Nuñez de Arenas, en Entrevías. Un cole que pasó de ser ejemplo de fracaso y abandono a poner en marcha una revolución desde lo cotidiano pero que apunta muy alto. Y todo porque entre algunas docentes y familias decidieron romper el guetto que se había consolidado, apostando y comprometiendo mucho en el camino. Pero mirando, desde la experiencia compartida, hacía ese horizonte que solo se puede conquistar en común. 

¿Qué es lo que quiero que mis hijas aprendan? A situarse en el mundo en el que viven, en la sociedad en la que estamos, desgraciadamente injusta y desigual. Pero no desde la resignación o la frustración. sino siendo capaces de identificar las oportunidades y herramientas que haya en cada momento para vincularse a otrxs, a lxs que se les parecen y a quienes son más diferentes, para buscarse las mañas con las que construir el "¡Sí se puede!". Y para ello no queda otra que implicarnos, día a día, en hacer posible que su colegio sea cada vez más diverso, dialogante, para todxs (y eso solo es posible dentro de la educación pública) y abierto a la creación colectiva. En ello quiero empeñarme, junto con otras madres y padres que también quieren apostar por ello. Y de eso seguro que aprenderan nuestrxs hijxs, no tanto en función de si tenemos éxito o fracasamos, sino de si somos capaces de seguir enseñándonos mutuamente para no perder de vista donde está la luna. 


viernes, 9 de febrero de 2018

Fragmentos, vínculos y espejismos

Sigo con la lectura de "Ahora", del Comité Invisible, y me encuentro con una revisión muy potente y cuestionadora sobre la alternancia construida entre lo individual y lo social, desmontada en un momento de identidades y experiencias tan fragmentarias. Interesante que lo planteen no como una perdida, sino más bien como una oportunidad de recuperar la centralidad de lo que nos va construyendo con otrxs: los vínculos.

Acá van a bocajarro algunos extractos, para leer una y varias veces...

"No hay jamás comunidad como entidad, solo como experiencia. Y se trata de la experiencia de la continuidad entre seres o con el mundo. En el amor, la amistad, experimentamos esa continuidad. No hay yo y el mundo, yo y los demás, hay yo, con los míos, en este pequeño pedazo del mundo que amo, irreductiblemente. Ya hay bastante belleza en el hecho de estar aquí y en ningún otro lugar.

Sin experiencia, aunque sea puntual, de la comunidad, nos morimos, nos deseamos, nos volvemos cínicos, duros, desérticos. Nuestra necesidad de comunidad es tan imperiosa que, tras haber arrasado todos los vínculos existentes, el capitalismo ya no carbura más que con la promesa de comunidad. ¿Qué son las redes sociales, las aplicaciones de citas, sino esa promesa perpetuamente incumplida?

***

Sí desde hace tres buenos siglos individuo y sociedad no han cesado de afirmarse el uno a expensas del otro, es porque este dispositivo afinado y oscilante hace girar año tras año esa encantadora bobina llamada economía. Ahora bien, al contrario de lo que nos pinta la economía, lo que hay en la vida no son individuos dotados de toda la suerte de propiedades, de las que podrían hacer uso o de las que podrían deshacerse. Lo que hay en la vida son apegos, agenciamientos, seres situados que se mueven en todo un conjunto de vehículos.

¿Qué diferencia gramatical hay cuando yo hablo de "mi hermano" o de "mi barrio" y Warren Buffett dice "mi holding" o "mis acciones"? Ninguna. Y sin embargo, en un caso se habla de apego y en el otro de propiedad legal, de algo que me constituye por un lado y de un título que poseo por el otro. Solo sobre la base de tal confusión hemos podido figurarnos que un sujeto como la "Humanidad" podría existir. La "Humanidad", es decir, todos los hombres arrancados de forma similar de lo que teje su existencia determinada y fantasmaticamente reunidos en un enorme trasto inencontrable. 

La operación de la que vive la ficción social consiste en pisotear todo lo que conforme la experiencia situada de cada ser humano singular, borrar los vínculos que nos constituyen, negar los agenciamientos en los que entramos, para a continuación recuperar los átomos, bastante lisiados, así obtenidos y retomarlos en un vínculo completamente ficticio: el famoso y espectral vínculo social. De modo que contemplarse como ser social es siempre aprehenderse desde fuera, relacionarse consigo mismo haciendo abstracción de uno mismo.

Una sociedad es siempre una alianza, una asociación voluntaria a la que uno se adhiere y de la que uno se retira de acuerdo con sus intereses. Se trata, en definitiva, de una relación, de un "vínculo" en exterioridad, un "vínculo" que no toca nada de nosotros y del que uno se despide indemne, un "vínculo" sin contacto, y en consecuencia no se trata en absoluto de un vínculo.

***

El genio de la operación económica consiste en ocultar el plano en el que comete sus fechorías, ese en el que libra su verdadera guerra: el plano de los vínculos. No sufrimos en cuanto individuos, sufrimos por intentar serlo. Como la entidad individual no existe ficticiamente más que desde el exterior, ser un individuo exige mantenerse fuera de sí, extranjeros de nosotros mismos; exige en el fondo renunciar a todo contacto tanto con uno mismo como con el mundo y con los otros.

Estamos compuestos por fragmentos, rebosamos de vidas menores. En hebreo, la palabra vida es un plural, al igual que la palabra rostro. Porque en una vida hay muchas vidas y en un rostro muchos rostros. Los vínculos entre los seres no se establecen de entidad a entidad. Todo vínculo va de fragmento de ser a fragmento de ser, de fragmento de ser a fragmento del mundo, de fragmento del mundo a fragmento del mundo. Se establece más acá y más allá de la escala individual. Agencia inmediatamente entre ellas porciones de seres que de golpe se descubren al mismo nivel, se experimentan como continuos. Esta unidad entre fragmentos es lo que se siente como comunidad. Un agenciamiento se produce. Todo encuentro recorta en nosotros un dominio propio en el que se mezclan indistintamente elementos del mundo del otro y de uno mismo. 

Amar no es nunca estar juntos, sino devenir juntos. Sí amor no deshiciese la unidad ficticia del ser, el otro no sería capaz de hacerme sufrir hasta ese punto.

Lo que la percepción en términos de vínculos viene a revocar positivamente es toda la alternativa entre lo individual y lo colectivo. Un "yo" que, en situación, suena justo puede ser un nosotros de una rara potencia. Del mismo modo, la felicidad propia de toda Comuna remite a la plenitud de las singularidades, a cierta calidad de los vínculos, el resplandor en su seno de cada fragmento del mundo."

sábado, 27 de enero de 2018

Volverse ingobernables

Esta claro que las lecturas-manifiestos del Comite Invisible generan controversias e incomodidad. Es para ello para lo que est´´an pensadas, y en esa confrontación abren espacio para reflexionar sobre algunas cuestiones sobre las que muchas veces pasamos demasiado deprisa. Acá van algunas notas que rescato de su libro "Ahora" y que quiero digerir poco a poco...

Tras la fachada de la institución lo que se trama es siempre algo distinto de lo que pretende ser, incluso precisamente aquello de lo que la institución pretendía haber librado al mundo: la muy humana comedia de la coexistencia de redes, fidelidades, clanes, intereses, linajes, dinastías incluso, una lógica de la lucha encarnizada por los territorios, los medios, los títulos miserables, la influencia, historias de faldas y cornamentas de viejas amistades y de enemistad de recocidas. Toda institución es, en su regularidad misma, el resultado de un intenso bricolaje y, en cuanto institución, de la negación de dicho bricolaje. El verdadero modelo de toda institución es universalmente la Iglesia. Del mismo modo que la Iglesia no tiene como fin, manifiestamente, conducir al rebaño humano a la salvación divina, sino constituir su propia salvación en el tiempo, la presunta función de una institución no es más que un pretexto para su existencia. (...) Reducir la delincuencia, defender la sociedad, no es más que el pretexto de la institución penitenciaria. Si después de todos sus siglos de existencia no la ha logrado jamás, vien al contrario, y se mantiene a pesar de todo, es porque su objetivo es otro: continuar existiendo y crecer cuanto sea posible, y con este fin salvaguardar el vivero de la delincuencia y gestionar los legalismos. El objetivo del institución médica no es cuidar de la salud de la gente, si no producir los pacientes que justifiquen su existencia y una definición de la salud correspondiente. (...) El fracaso aparente de las instituciones es, muchas veces, su función real. (...) Por supuesto, no faltan en todo institución gentes sinceras que creen verdaderamente que están ahí para cumplir con su misión. Pero no es casualidad que sean estos los que ven como sistemáticamente les meten el palo en las ruedas, los que son sistemáticamente apartados, castigados, acosados, condenados enseguida al ostracismo con la complicidad de todos los "realistas" que no abren la boca.

(...)

Contra la más mínima posibilidad revolucionaria en Francia, uno siempre se encontrará con la institución de Yo y el Yo de la institución. En la medida en que ser alguien socialmente, en última instancia, siempre se reduce al reconocimiento de, a la lealtad alguna institución, en la medida en que tener éxito es ajustarse al reflejo que se os ofrece en el laberinto de espejos del juego social, la institución aferra a cada cual por el Yo.

(...)

En latín destituere significa: poner de pie aparte, erigir aisladamente, abandonar, apartar, dejar en la estacada, suprimir, decepcionar, engañar. Mientras la lógica constituyente viene a estrellarse contra el aparato de poder del que pretende tomar el control, una potencia destituyente se preocupa más bien de escapar de él, de arrebatarle todas presa sobre ella a medida que la gana sobre el mundo que forma al margen. Su gesto propio es la salida, en tanto que el gesto constituyente es típicamente la toma por asalto.

Destituir no es en primer lugar atacar a la institución, sino a la necesidad que tenemos de ella. No es criticarla, sino asumir realmente lo que se supone que hace, pero fuera de ella. Destituir la universidad es establecer lejos de ella lugares de investigación, formación y pensamiento más vivos y más exigentes de lo que ella es, ver como fluyen a ellos los últimos espíritus vigorosos, cansados de frecuentar a los zombies académicos, y solo entonces darle el golpe de gracia. La justicia es aprender a arreglar nosotros mismos nuestros desacuerdos, ponerle método, paralizar su facultad de juzgar y expulsar a sus esbirros de nuestras vidas. Destituir la medicina es saber lo que es bueno para nosotros y lo que nos enferma, arrancar a la institución los saberes apasionados que sobreviven ocultos en sus sombras y no volver a encontrarse nunca más solo, en el hospital, con el cuerpo entregado a la soberanía artística de un cirujano desdeñoso. Destituir el gobierno es volverse ingobernables.

lunes, 2 de octubre de 2017

Autonomía

Mucho estamos hablando sobre el derecho a decidir, y entre idas y venidas terminamos perdidxs, desnortadxs, enfrentadxs... mientras nos miramos el ombligo que nos encierra en nuestro pequeño mundo. Y sin embargo, a poco que alcemos la mirada, podemos descubrir experiencias y caminares que ya transitan desde hace tiempo sendas a las que nos deberíamos atrever a asomarnos.

En una esquina del estado mejicano, ahí siguen las comunidades zapatistas construyendo su autonomía, su búsqueda del buen gobierno, desconectada del estado central, hasta el punto que les lleva a apostar por un sistema sanitario y educativo propio. Es lo que han llamado los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno:

"Los Caracoles serán como puertas para entrarse a las comunidades y para que las comunidades salgan; como ventanas para vernos dentro y para que veamos fuera; como bocinas para sacar lejos nuestra palabra y para escuchar la del que lejos está. Pero, sobre todo, para recordarnos que debemos velar y estar pendientes de la cabalidad de los mundos que pueblan el mundo”.

El 19 de julio del 2003, y tras el incumplimiento por parte del gobierno mejicano de los acuerdos de San Andrés, en un comunicado firmado por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y por los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas de Chiapas, los zapatistas anuncian que “El EZLN decidió suspender totalmente cualquier contacto con el gobierno federal Mexicano y los partidos políticos, y los pueblos zapatistas ratificaron hacer de la resistencia su principal forma de lucha”. Ese comunicado anunciaba que “los pueblos indígenas zapatistas y rebeldes han preparado una serie de cambios que se refieren a su funcionamiento interno y a su relación con la sociedad civil nacional e internacional”.

¿Que si les funciona? Pues ellas mismas hacen inventario en “Y en las comunidades Zapatistas?”un resumen de los informes de los y las compañerxs responsables en los pueblos responsables de comisiones (por ejemplo de salud, educación, jóvenxs, etc), autoridades autónomas y responsables organizativos.

"¿Cómo sabemos si vamos bien o mal? Pues para nosotras, nosotros, zapatistas, es muy sencillo: los pueblos hablan, los pueblos mandan, los pueblos hacen, los pueblos deshacen. En el momento que alguien agarra mal camino, rápido el colectivo le da como quien dice su zape y, o corrige o va para fuera.

Eso es nuestra autonomía: es nuestro el camino, nosotr@s lo caminamos, nosotr@s acertamos, nosotr@s nos equivocamos, nosotr@s nos corregimos."

¿Nos atrevemos a caracolear?

"Dicen aquí que los más antiguos dicen que otros más anteriores dijeron que los más primeros de estas tierras tenían aprecio por la figura del caracol. Dicen que dicen que decían que el caracol representa el entrarse al corazón, que así le decían los más primeros al conocimiento. Y dicen que dicen que decían que el caracol también representa el salir del corazón para andar el mundo, que así llamaron los primeros a la vida. Y no sólo, dicen que dicen que decían que con el caracol se llamaba al colectivo para que la palabra fuera de uno a otro y naciera el acuerdo. Y también dicen que dicen que decían que el caracol era ayuda para que el oído escuchara incluso la palabra más lejana. Eso dicen que dicen que decía. Yo no sé. Yo camino contigo de la mano y te muestro lo que ve mi oído y escucha mi mirada."




martes, 29 de agosto de 2017

Desempoderando desde la vida cotidiana

Hace tiempo ya leí algunos textos interesante sobre el "Ilusionismo Social" y su enfoque me resultó diferentes. Ahora, casi de casualidad, llega a mis manos un libro "Sin Poder", que recoge y amplía sus planteamiento, y me sigue removiendo. Acá van algunas ideas que se me han ido quedando en la cabeza en estos días de lectura.

"Lo importante de la vida cotidiana no es el contenido sino las formas de relación (...). Cualquier transformación en lo local debe partir desde los espacios y los tiempos de la cotidianidad; que son donde nacen los miedos, las certezas y las alegrías de ser diferentes al ideal construido por la cultura de masas; estos tiempos y espacios cotidianos dan la oportunidad de participar en una diversidad de situaciones que permiten el cambio individual facilitando la transformación desde lo colectivo; se crea el deber ser no como ejercicio externo (impuesto/consentido), sino como compromiso autoconstruido y autogestionado, y la transformación llega con las mediaciones sociales deseadas y el desempoderamiento.  

(...)

Las mediaciones Institucionales (impuestas o consentidas) y de Mercado (compradas o consentidas) entran así en conflicto al intentar conseguir que l@s ciudadan@s concluyan en la misma visión del mundo: se produce la tensión entre las mediaciones impuestas y/o consentidas y/o compradas y las deseadas. Junto a esta colonización del mundo de la vida por parte de las Instituciones y del Mercado encontramos una sociedad compleja con multitud de grupos diferentes, donde las situaciones y las reflexiones sobre su sentido son constantemente renegociadas/re-definidas desde los múltiples cultivos sociales con las que se enredan, interactúan y donde, indudablemente encontramos conflictos como base de una sociedad profundamente desigual. 
En estos cultivos sociales, priman procesos de comunicación multidireccional, que suponen espacios de interacción y de transformación continua entre las personas, resultando imprescindibles en la construcción de la realidad social. (...)   posibilita una plurideterminación de la realidad social, dotando a los grupos sociales de capacidad para tener su propia “versión de realidad”, y situarla -y de este modo situarse- en la invisibilidad, dejando a ciegas a la realidad Institucionalizada y de Mercado. 

Lo importante es que los actos fundamentales de las personas estén vinculados: al unir la participación en la construcción de los significados, a la acción y a lo sentido; resultando un ámbito imprescindible para la construcción de una ciudadanía con una  “densidad social crítica” que le permita tomar parte en las decisiones que le afectan de forma común, impidiendo la absorción de la sociedad por parte del Mercado o del Estado. Esto supone, la existencia de un ecosistema que permita la satisfacción de las necesidades y que las personas puedan incidir en la construcción y el cuidado del ecosistema. Hablar de desarrollo social desde estos paradigmas implica fomentar las relaciones entre los colectivos desde parámetros de cooperación; incidir en la capacidad de acción desde el conocimiento de sus entornos; aumentar la libertad desde la autonomía que supone estar vinculados a múltiples cultivos sociales, que generan información y procesos de comunicación (como intercambio y construcción de saberes, haceres y sentimientos) que habilitan y posibilitan la acción social, en una sociedad profundamente desigual, pero que paradójicamente sirve de punto de partida para nuevas vivencias y formas de vivir los imposibles.

Provocar espacios de transformación social es hacer trascender la vida cotidiana. Si intentamos crear estructuras de participación, convocatorias, esquemas metodológicos, etc..., dirigimos a la gente hacia el binomio social (donde sólo se puede elegir entre opciones construidas por el Poder, nunca podemos
construir colectivamente con esas opciones). Solamente la trascendencia de la vida cotidiana construye complejidad y, con ella, la creatividad social, que en ciertos momentos podrá optar por crear estructuras cambiantes, con suficiente fluidez para no esclerotizar los procesos. Y de ahí la necesidad de trabajar en las mediaciones sociales deseadas."

  
 

lunes, 19 de junio de 2017

Seguimos

El otro día tuvimos asamblea de ATD Cuarto Mundo España, en la que poder encontrarnos de nuevo quienes andamos embarcadxs en este compromiso colectivo de acabar con la injusticia y la violencia que supone la existencia de la extrema pobreza. Y nuevamente, como siempre, el diálogo con quienes viven situaciones más duras nos removió a todxs, poniendo encima de la mesa la impotencia y la frustración de ver cómo pese a toda la lucha que tratamos de sostener, las cosas siguen estando muy complicadas, en muchos aspectos más aún que antes, para quienes lo tienen más difícil para salir adelante. Una impotencia y una frustración que compartimos también quienes nos comprometemos a su lado, y que señala la urgencia ineludible de generar transformaciones reales... pero también el muro cada vez más reforzado y dispuesto a impedirlas.

Esto no es nuevo... Ya hace unos años escribia con dos militantes con experiencia de pobreza que la crisis fundamental a la que nos enfrentamos es una crisis de esperanza . ¿Cómo sostener entonces el compromiso, la lucha colectiva por una sociedad más justa? ¿A qué aferrarse? Y entonces me encuentro con este maravilloso texto de Marina Garcés en su "Fuera de Clase" y reconozco lo que nos sigue uniendo, lo que nos sigue permitiendo mantenernos en pie aún sin saber si nos atrevemos a mirar de frente al horizonte: la voluntad de exigir reconocimiento y dignidad a quienes son tantas veces golpeadxs, la experiencia de que la vida sigue resistiendo y creando aún en las condiciones más difíciles, la confianza y el cariño que impide que nos abandonemos unxs a otrxs y a nosotrxs mismxs. Contra toda esperanza, seguimos, compartiendo risas y llantos, empujando día a día los límites de ese "posible" que nos imponen para asfixiarnos.

Contra toda esperanza


Luchar para cambiar las cosas abre esperanzas, pero muchas luchas nacen de la desesperación. O de la necesidad. O del deseo. O de la alegría. O de la rabia. O de la dignidad. De hecho, si la determinación de cambiar las cosas dependiese de la esperanza, muchas luchas no se darían, no empezarían, se apagarían tan pronto sus resultados se encallasen y sus expectativas se desvaneciesen. Pongámonos en un caso extremo, el de las madres que luchan por la memoria de sus hijos muertos o desaparecidos en guerras o bajo regímenes dictatoriales: ¿qué esperanza pueden tener quienes han perdido toda esperanza, la más absoluta, que es la de recuperar en vida un hijo muerto? Precisamente porque no tienen ninguna, pueden dárnosla toda. Eso es lo que en el momento más oscuro de la historia reciente de Europa pensó Walter Benjamin, cuando decía que la única esperanza es la de quienes han perdido toda esperanza. No era una apología de la desesperanza, ni un elogio del fracaso. Apuntaba a un principio fundamental: que el sentido de la revuelta no está en lo que se espera conseguir sino en el daño que se quiere reparar. Reparar el daño no es restaurar la situación perdida o buscar una compensación. Una madre no podrá recuperar nunca a su hijo ejecutado. Es declarar inútil la derrota. Es declarar que la vida puede mantenerse en pie incluso allí donde todo está perdido. Desde este principio, en el que la esperanza puede transmitirse a pesar de no tenerla, se abre otra relación entre lo que somos y lo que es posible. 



Tradicionalmente, en cambio, la esperanza apunta a un futuro o a un más allá. El futuro es el del progreso. El más allá, el de la vida eterna. Dice la teología cristiana que  la esperanza es una virtud que solo Dios puede darnos. Por eso, conjuntamente con la fe y la caridad es una virtud teologal o infundida. Una virtud sobrenatural. El pensamiento utópico y revolucionario moderno desplaza esta expectativa a la idea de una sociedad perfecta. En los dos casos, la esperanza da sentido al tiempo vivido y al tiempo histórico desde un horizonte de salvación y de reconocimiento, donde la lucha entre los posibles que desgarran nuestras vidas quedaría del todo resuelta. El mundo contemporáneo no sólo nace de la muerte de Dios, sino de la renuncia al horizonte de la salvación. Renunciar a la salvación es rebelarse, también, contra toda condena. No seremos salvados porque no estamos condenados. El sentido de la lucha es el que tiene ahora, aquí, para nosotros. El horizonte lo desplazamos cada día, desafiando y empujando los límites que nos imponen la impotencia y la resignación. No estamos en el mejor de los mundos posibles, pero tampoco nos espera otro mejor al final del camino. Porque no hay camino. Lo que hay son deseos, objetivos, retos, alegrías, necesidades, desafíos. En definitiva, la latencia de lo que es inmediato. Un sentido de lo posible que, como escribió Ernst Bloch en los mismos años que Benjamín, solo puede ser despertado contra toda posibilidad.

viernes, 2 de junio de 2017

El clima y la historia, frente a la arrogancia ignorante

Justo hoy, tras el anuncio del inefable Trump sobre que el tema del clima no tiene importancia frente al ansia de dineros estadounidense, me llega este resumen (vía Clionauta) del texto "El clima y la historia", de Dipesh Chakrabarty, al que merece la pena asomarse:

La actual crisis planetaria, la del cambio climático o del calentamiento global, provoca diversas respuestas en individuos, grupos y gobiernos, respuestas que van desde la negación, el distanciamiento y la indiferencia hasta el espíritu de compromiso y los distintos tipos y grados de activismo. Estas respuestas saturan nuestro sentido de la actualidad. El best-seller de Alan Weisman, El mundo sin nosotros, sugiere un experimento mental como forma de vivir nuestro presente: “Supongamos que lo peor ha pasado. La extinción humana es un hecho consumado. (…) Imaginemos un mundo en el que de repente todos hemos desaparecido. (…) ¿Podríamos haber dejado alguna marca duradera en el universo, por débil que fuera? (…) ¿Es posible que, en lugar de un suspiro de alivio biológico, ese mundo sin nosotros nos echara de menos?” Me siento atraído por el experimento de Weisman porque es una muestra reveladora de cómo la crisis actual puede provocar un sentido del presente que desconecta el futuro del pasado, situando ese futuro más allá del alcance de la sensibilidad histórica. La disciplina de la historia existe a partir del supuesto de que nuestros pasado, presente y futuro están conectados por una cierta continuidad de la experiencia humana. Normalmente nos representamos el futuro con la ayuda de la misma facultad que nos permite imaginar el pasado. El experimento mental de Weisman ilustra la paradoja historicista que habita en los estados de ánimo actuales, los de ansiedad y preocupación por la finitud de la humanidad. Para compartir la experiencia de Weisman tenemos que insertarnos en un futuro “sin nosotros”, a fin de poder visualizarlo. Así, nuestras habituales prácticas históricas para visualizar el tiempo -el ejercicio de comprensión histórica que nos permite abordar el pasado y el futuro, tiempos inaccesibles personalmente- nos conducen a unas profundas contradicción y confusión. El experimento de Weisman indica hasta dónde llega la confusión que se desprende de nuestro sentido contemporáneo del presente, en la medida en que ese presente da lugar a preocupaciones acerca de nuestro futuro. Nuestro sentido histórico del presente, en la versión de Weisman, se ha convertido en profundamente destructivo por lo que se refiere a nuestro sentido general de la historia.

lunes, 8 de mayo de 2017

El día de las madres


Este año me ha llegado una reseña del origen de la celebración del Día de la Madre que me parece que es importante rescatar. Porque la propuesta original ha quedado invisibilizada aunque sigue siendo igual de necesaria. Acá va el resumen que hacen de la misma en Plough:

"Mientras países por todo el mundo celebran el Día de las Madres en diferentes fechas del año, en varios países, incluso los Estados Unidos, Italia, Australia, Bélgica, Dinamarca, Finlandia y Turquía, se celebra el segundo domingo de mayo.

Los orígenes de la fiesta oficial en los Estados Unidos se remontan a 1870, cuando Julia Ward Howe, abolicionista mejor recordada como la poeta que escribió " El Himno de la Batalla de la República," se dedicó a establecer un ‘’Día de las Madres para promover la paz. ’’ Howe consagró la celebración a la erradicación de la guerra y organizó las fiestas en Boston durante muchos años.

En 1907, la filadelfiana Anna Jarvis lanzó una campaña para que el Día de la Madre se reconociera oficialmente, cosa que hizo el Presidente Woodrow Wilson en 1914, proclamando un día de fiesta nacional y una "expresión pública de nuestro amor y reverencia hacia todas las madres."

La celebración comercializada de hoy día, con dulces, flores, certificados de regalo y cenas en restaurantes lujosos, tiene poca semejanza a la visión original de Howe. Eso no es nada malo. Pero para que conste, aquí está la proclama que ella escribió en 1870, la cual explica, en sus propias palabras apasionadas, los objetivos originales de la festividad. 

"¡Levántense, mujeres de hoy! ¡Levántense todas las que tienen corazones, ya sea su bautismo de agua o de lágrimas! Digan con firmeza: '’No permitiremos que grandes asuntos sean decididos por agencias irrelevantes. Nuestros maridos no regresarán a nosotras apestando a matanzas, en busca de caricias y aplausos.
No se llevarán a nuestros hijos para que desaprendan todo lo que hemos podido enseñarles acerca de la caridad, la compasión y la paciencia. Nosotras, mujeres de un país, tendremos demasiada compasión hacia aquellas de otro país para permitir que nuestros hijos se entrenen para herir a los suyos. ’’
Desde el seno de la tierra devastada, una voz se alza con la nuestra. Dice '¡Desarma! ¡Desarma!' La espada del asesinato no es la balanza de la justicia. La sangre no limpia el deshonor, ni la violencia es señal de posesión".
Así como los hombres a menudo han dejado arado y yunque por el llamamiento a la guerra, que las mujeres ya dejen todo lo que queda de su hogar para un día grande y serio de consejo. Que se reúnan primeramente, como mujeres, para conmemorar y llorar por los muertos. Que se aconsejen solemnemente de la manera en la que la gran familia humana pueda vivir en paz, cada uno llevando en su tiempo la impresión sagrada, no de César, sino de Dios.
"En nombre de la maternidad y la humanidad, les pido solemnemente que sea designado un congreso general de mujeres, sin importar nacionalidad, y que se lleve a cabo en algún lugar que resulte conveniente, a la brevedad posible, para promover la alianza de diferentes nacionalidades, el arreglo amistoso de cuestiones internacionales y la gran causa universal de la paz."

jueves, 6 de abril de 2017

Por un Madrid en el que la vivienda no sea un lujo, sino un derecho

¿Te imaginas que el derecho a la vivienda fuera una realidad? ¿Que se garantizara su cumplimiento y se pusieran los medios (ya existentes) para que quienes siempre lo han visto vulnerado no se quedaran de nuevo a la intemperie? Pues de eso va la Iniciativa Legislativa Popular que han lanzado desde la PAH, ALA y la FRAVM, y que necesita recoger 50.000 firmas antes del 26 de mayo.

El baile de encuentros y diálogos está en marcha...



¿Que dónde? Mira este mapa...



Y para profundizar en la propuesta, bucea en la web http://www.ilpviviendamadrid.com/
o mira el resumen de la propuesta y el texto de la ley que se propone.

lunes, 27 de febrero de 2017

Conflictos e institución

Otras notas de "Política y miseria", de Raul Zibecci, para seguir recogiendo propuestas a pensar a partir del análisis de los conflictos laborales ocurridos durante varios años en una fábrica uruguaya:

"Los motivos de conflicto suelen estar vinculados con la disciplina y los ritmos de trabajo, pero los pequeños hechos que los desencadenan están muy lejos de relacionarse con la imagen ideologizada de una clase obrera politizada y portadora de una misión histórica que se tiene en la izquierda. En general son hechos muy puntuales, vinculados a la dignidad de las personas, o lo que éstas conside-
ran como dignidad en un momento determinado de sus vidas.


El concepto de conflicto debe ser despojado también de cualquier carácter ideológico preconcebido. En este caso, conflicto es el momento en que se dicen/actúan en voz alta y en el espacio público, las mismas cosas que en la cotidianidad se vienen hablando/ensayando desde tiempo atrás (Scott, 2000). Con lo anterior quiero decir que el conflicto es cotidiano y reviste las formas de la cotidianidad: se dispara por cuestiones subjetivas, no estructurales, objetivas o ideológicas. Suelen ser conflictos sin sujeto o con sujetos difusos, aun cuando sean personas concretas las que los encarnen. Los individuos se disuelven en el colectivo, no sólo porque se esconden en la multitud para evitar la individualización que generaría sanciones sino, sobre todo, porque es el espíritu de comunidad-multitud lo que legitima moralmente las acciones que son llevadas a cabo por personas concretas. Eso garantiza el silencio protector del colectivo, que suele mantenerse sin fisuras pese a las amenazas.
Cuando el conflicto se institucionaliza deja de ser conflicto y el lugar de la comunidad lo ocupan instituciones, reglas, procedimientos. O sea, burocracias en las que el procedimiento se convierte en el sujeto, velando así las contradicciones de clase, enmascarando los intereses y contradicciones. Cuando el Estado consigue que el procedimiento ocupe el lugar del conflicto, podemos asegurar
que estamos ante una derrota sin paliativos de la clase obrera, que no puede existir fuera del conflicto. Cualquier mirada esencialista o estructural del proletariado, sirve a los intereses del Estado-Nación y va a contracorriente del espíritu de emancipación.

(...)

La multitud triunfa donde la clase fracasa. Por multitud entiendo la comunidad de experiencias compartidas, amorfa, eficiente, espontánea, sorpresiva y sorprendente, sin órganos separados ni jerarquías hacia fuera: la “muchedumbre” estudiada por Rudé, donde las relaciones cara a cara y el contacto directo son insustituibles (Rudé, 1971).

(...)

La clase implica jerarquización de las diferencias internas de la multitud y la operación con planes preestablecidos, en relación instrumental de costos y beneficios. La clase es la institucionalización de la comunidad/multitud y, por lo tanto, su derrota. La multitud cristaliza en clase cuando su poder instituyente se congela en instituciones fijas y permanentes, estadocéntricas (sindicato, partido,
movimiento incluso); en identidades capturables y mensurables por el Estado y transables por el capital. La clase consigue triunfos formales porque ya está derrotada, ya que no puede triunfar allí donde la emancipación tiene algún sentido, en las relaciones cara a cara entre opresores y oprimidos, en la deconstrucción del trabajo abstracto, o sea en el taller." 



domingo, 19 de febrero de 2017

Pobreza Nunca más

 Este 2017 tenemos que conseguir que esta campaña resuene por todos lados. No podemos permitir que la lucha contra la pobreza siga siendo un decorado de fondo...


Pobreza Nunca más


La extrema pobreza es violencia, provoca humillaciones, encierra en el silencio y destruye vidas. Sin embargo, la miseria no es inevitable. Así como rechazamos la esclavitud y el apartheid, rechazamos la extrema pobreza y el derroche humano que representa. Quienes la sufren no dejan de resistir y el mundo necesita de su inteligencia y valentía para superar los desafíos que afronta. En el mundo entero, personas en situación de exclusión se hacen oír y actúan, otras se suman a ellas para construir juntas un mundo de paz que no deje a nadie atrás.




Y para quien quiera conocer quién está en el origen de este Movimiento, nada mejor que este vídeo: