domingo, 26 de diciembre de 2021

¿El fin de la alegría?

Justo en estos días en los que andamos con las celebraciones navideñas puestas en jaque por la nueva ola pandémica, de manera que las mascarillas, distancias y aislamientos se imponen en el imaginario y en muchas prácticas a los abrazos, bailes y a los grandes encuentros que siempre se asociaron a estas fechas, termino de leer el libro de "Una historia de la alegría", de Barbara Ehrenreich. Este libro realiza un recorrido histórico de las celebraciones comunitarias expresadas a lo largo de los siglos en banquetes, disfraces y bailes, ayudando a reconocer lo que nos dicen estas experiencias sobre nuestra dimensión social y colectiva, pero también cómo han sido perseguidas a lo largo de la historia. Porque en muchas ocasiones se ha señalado el papel de estas celebraciones (como por ejemplo el carnaval, o los conciertos de rock en los años 60) como una válvula de escape que favorecía el "status quo", pero revisando la historia se puede ver cómo estas dinámicas han sido perseguidas por quienes ostentaban el poder en cuanto han visto que podían resultar una amenaza para su posición jerárquica. Y es que los rituales comunitarios de las poblaciones subordinadas refuerzan la unión entre estas y favorecen la puesta en cuestión del orden establecido, por ejemplo a través de la parodia de los gobernantes y la Iglesia en el contexto del carnaval. De hecho muchas revueltas se han asociado a momentos carnavalescos, de manera que en muchas ocasiones se ha tratado de prohibir el carnaval, y muchos de los movimientos reivindicativos más potentes se han apoyado en elementos de este tipo como dinamizadores.

Estos rituales comunitarios ahora nos parecen lejanos y extraños, y nos han enseñado a verlos como propios de "otros" con costumbres atrasadas o poco racionales. Enseguida lo asociamos a imágenes como las de las celebraciones religiosas de tipo extático, pero hay otros ejemplos quizás más cercanos para muchos como pueden ser los conciertos (el papel de la música en este tipo de experiencias es clave) o los partidos de fútbol (donde en muchos casos el público no se limita a ser espectador, sino que participa en el propio "ritual" vistiéndose, cantando, construyendo mensajes, etc.). Y es que cuando nos unimos a la multitud, la fuerza colectiva que la mueve puede llevarnos a lugares donde individualmente nunca llegaríamos, y desde un rol activo, participante, no de mero espectador. Por eso da tanto miedo, especialmente a quienes más tienen que perder con la unión de gentes diversas y anteriormente dispersas, de repente unidas en un actuar común con una potencialidad enorme. Y por eso también se dedican tantos esfuerzos a controlar y dispersar esos movimientos, en las últimas décadas principalmente potenciando dinámicas de consumo y espectacularización (en el sentido de volvernos meros espectadores) que nos resitúan contantemente como receptores de productos y contenidos.

Pero, sin embargo, a pesar de la represión, la capacidad de festejar colectivamente se ha ido manteniendo a lo largo de la historia, buscando nuevas formas y maneras. La capacidad para la alegría colectiva se muestra así codificada en nuestro interior casi tan profundamente como la capacidad de amor erótico. Es posible vivir sin ella, pero favoreciendo así el riesgo de la depresión solitaria. Y ahora, justamente, como uno de los principales efectos de estos tiempos pandémicos y de distanciamiento social (nos teníamos que separar físicamente, pero se decidió llamarlo "distancia social", algo que me sigue resultando incomprensible), nuestra salud mental se ha visto seriamente afectada, especialmente en los sectores más jóvenes, justamente a quienes por edad les correspondería experimentar encuentros, rituales y formas de construirse en común. En nombre del cuidado de la salud y del cuerpo, hemos inmovilizado este, haciendo más difícil su encuentro con otros, su puesta en juego a través del abrazo, del baile y la celebración común. Para salvarlo, lo hemos encerrado. Pero la historia de la alegría nos dice que esto no tiene porqué ser para siempre... ¿Cómo hacemos para no perder esta dimensión esencial de lo que somos? ¿Cómo generar nuevas vías que den paso a este movimiento de fondo para retomarnos en común, cuerpo a cuerpo, capaces de celebrar nuestra capacidad de transformar el mundo desde lo horizontal, desde el cara a cara, frente a jerarquías y estructuras de poder sostenidas sobre la explotación de tantas y tantos?

Pues no sé muy bien como... Pero me resulta muy sugerente el final del libro que comento. Sí, un poco de spoiler, pero... para ponernos a la tarea:

"Hace un par de años, en la soberbia playa de Copacabana, en Rio de Janeiro, donde las montañas caen en picado hasta el mar, mi compañero y yo oímos el sonido de unos tambores. Caminamos hacia el norte a lo largo de la playa, y nos cruzamos con un grupo de bailarines de samba, que avanzaban en filas de unas diez personas y ocupaban la longitud de casi una manzana. Alguien nos dijo que eran miembros de una escuela de samba y practicaban para el carnaval. El grupo estaba compuesto por personas de todas las edades, desde pequeños de cuatro o cinco años hasta octogenarios, hombres y mujeres, algunos soberbiamente vestidos y otros con la camiseta de tirantes y el pantalón corto que constituyen el uniforme de calle en Río. Para un misionero del siglo XIX, o incluso para un puritano religioso del siglo XXI, sus movimientos hubiesen parecido lujuriosos, o al menos insinuantes. Sin duda, el mero hecho de que una multitud de gente de piel tostada hubiese conquistado las calles ya habría sido sumamente turbador. Pero la escuela de samba se dirigió bailando a la arena con una dignidad perfecta, arropada en su propio ritmo, los rostros de los bailarines agotados y resplandecientes, como presos de una exaltación caso religiosa. Un joven delgado de piel café con leche que bailaba justo detrás de los músicos marcaba el ritmo. ¿Qué era en la vida real? ¿Un empleado de banco, un ayudante de camarero? Aquí, con su brillante atuendo de plumas, era un príncipe, una figura mitológica, quizás incluso un dios. Aquí, por un momento, no había divisiones entre personas, a excepción de las creadas por el propio carnaval. Cuando llegaron al paseo, los transeúntes empezaron a contagiarse del ritmo y, sin invitaciones ni declaraciones, sin vergüenza ni siquiera alcohol para disolver las coacciones habituales de la vida urbana, la escuela de samba se transformó en una multitud y la multitud se trans formó en un festival monumental. No había «objetivo» alguno en ello (ni matices religiosos, ni mensaje ideológico, ni dinero de por medio); sólo la ocasión, que necesitamos mucho mas a menudo en este planeta superpoblado, de reconocer el milagro de nuestra existencia simultánea con cierta clase de celebración."





miércoles, 20 de octubre de 2021

Múltiples pasos

¿De verdad es posible transformar la sociedad? A veces lanzamos esta pregunta desde el cansancio y la desesperanza de quienes queremos llegar lejos y rápido a los horizontes que bosquejamos, pero se nos olvida revisar los caminos que van haciendo al andar quienes viven más invisibilizados. Y en ese sentido me parece muy clarificadora la clasificación que hace Boaventura Santos en su último libro sobre las tres dimensiones en las que nos jugamos las posibilidades de transición a un nuevo modelo civilizatorio. Acá van:

Ruinas-semilla: son un presente ausente, a la vez memoria y alternativa de futuro. Representan todo lo que los grupos sociales subalternizados reconocen como conceptos, filosofías y practicas originales y auténticas que, a pesar de haber sido derrotados históricamente por el capital1smo, el colonialismo y el patriarcado modernos, permanecen vivos no solo en la memoria sino en los intersticios de la exclusión y discriminación cotidianas, y son fuente de dignidad y esperanza en un futuro postcapitalista y poscolonial.

Apropiaciones contrahegemónicas: son conceptos, filosofías y prácticas (derechos, democracia, Constitución) desarrollados por los grupos sociales dominantes para reproducir la dominación moderna, que los grupos sociales oprimdos se apropian, resignificándolos, refundándolos, subvirtiendolos, transformándolos creativa y selectivamente, a fin de convertirlos en instrumentos de lucha contra la dominación.

Zonas liberadas: son espacios que se organizan en base a principios y reglas radicalmente opuestos a los imperantes en las sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales. Las zonas liberadas son comunidades consensuales basadas en la participación de todos sus miembros. Tienen un carácter performativo, prefigurativo y educativo. Su objetivo es crear, aquí y ahora, un tipo de sociedad diferente, una sociedad libre de las formas de dominación que imperan en el presente. Cuando no son meros actos de diletantismo social, es decir, cuando son genuinos y conllevan riesgos y costes, estas zonas liberadas son modos efectivos de autoeducación que forman parte de una pedagogía liberadora.







miércoles, 13 de octubre de 2021

No te ven

Cada vez más lejos. Te han desahuciado 9 veces en los últimos 10 años. Nunca nadie te ofreció una alternativa, una vía de salida. Solo puertas cerradas y empujones que te lanzaban cada vez más lejos, a un aislamiento cada vez mayor.

Dicen que el problema es que no te mueves. Pero en estos años has recorrido muchos kilómetros buscando espacios abandonados en los que poder refugiar a los tuyos, desde los que poder seguir construyendo el cuidado cotidiano que os mantiene vivos pese a todo.

Pero las viviendas abandonas han sido clausuradas a cal y canto en la ciudad en la que vivías. Así que los últimos años los habéis pasado en pequeños pueblos, recuperando lugares cada vez en peores condiciones, y cada vez más lejos de donde estaba vuestra vida y del sostén que allí teníais. En ningún lado os volvieron a permitir empadronaros, ni acceder a servicios sociales, ni daros de alta en el centro de salud. Para cualquiera de estas gestiones teníais que recorrer los kilómetros de vuelta a vuestra antigua ciudad, cuando había vehículo y gasolina que lo permitiera.

Esto ha hecho que últimamente tus visitas al médico hayan sido principalmente a las urgencias del hospital, donde has ingresado cada pocos meses. Sin ninguna ayuda ni prestación social, no solo no tienes ingresos, sino que además no tienes la financiación de los medicamentos que viene de la mano de las rentas mínimas. Todos los recursos que anteriormente te permitieron cuidarte y cuidar de los tuyos se han ido esfumando, como si se hubieran quedado amarrados a las paredes de las casas de las que te han ido echando. 

Tu única esperanza era volver a pasar la valoración de discapacidad y poder acceder a una pensión al superar el 65% de minusvalía. Con tantos ingresos hospitalarios en los últimos años y el deterioro tan brutal de tu salud, parecía evidente. Pero no. También esa puerta se cierra. Pese al accidente de tráfico que sufriste de pequeña, y cuyas lesiones van a más con el paso de los años; pese al corazón, los pulmones y el riñón que fallan varias veces al año; pese a la diabetes que se dispara porque sin ingresos no puedes elegir lo que comes o lo que no, sino que tu dieta depende del azar o de la caridad ajena; pese a la depresión que arrastras alimentada por la impotencia y la angustia... Peso a todo eso te dicen que no estás tan mal. 

"¿Cómo es posible? ¿Es que no me ven como estoy?", preguntas. Quizás sea eso. Que no te ven. Para ver necesitan informes de especialistas médicos, traumatólogos, cardiólogos, nefrólogos... Y no, de eso no tienes. Porque a las citas de seguimiento que te dan cuando sales del hospital no es fácil acudir cuando se vive tan lejos y no se tienen medios económicos. Porque tu desesperación no ha sido sellada por un psiquiatra, ya que nadie te mandó a salud mental entre tantos problemas y urgencias. Incluso, como no has vuelto a ir a Servicios Sociales desde que te fuiste de la ciudad , ni tan siquiera has podido pedir un informe suyo que avale que estás en situación de sinhogarismo desde hace años, atrapada en la emergencia constante.

No te ven. No. Como sociedad, cada vez te hemos empujado más lejos, y por eso no te ven.

Ciegos están. Ciegos estamos.

Y, mientras tanto, tú sigues resistiendo, junto a los tuyos. Pese a todo. 

Esa proeza también deberíamos ser capaces de verla.





miércoles, 6 de octubre de 2021

¿Y si el miedo ya cambió de bando?

Por todos lados se habla del auge de la (extrema) derecha, de cómo van señalando los temas que marcan la agenda política, comiéndose el espacio mediático, frente a la cual parece que no llegamos a articular narrativas que de verdad movilicen, sobre todo a las gentes jóvenes que se deslumbran ante el barniz antisistema del que presumen.

Pero este ruido quizás no nos permite ver las cosas tal y como están pasando... ¿Y si esta fachada de rebeldía no es más que una reacción atemorizada ante marejadas de fondo que están alumbrando nuevas maneras de ser y estar, tanto individual como colectivamente, como el feminismo y la acción política diversa, múltiple y dispersa desde el respeto y reconocimiento de todas y todos? ¿Y si no son más que reacciones defensivas desde una coraza que se resquebraja a pasos agigantados? ¿Y si no hay que inventar nuevas narrativas, sino sostener las que desde siempre nos lanzaron a encontrarnos en un abrazo y que siguen haciendo eco?


Es difícil, la verdad, tomar pie en estos tiempos con tan pocas certezas y de tanta confrontación. Buscamos credos que nos den seguridad, pero muchos nos inmovilizan, nos secuestran, nos atan. Por eso me emociona tanto escuchar, una y mil veces, la invitación que hace Silvio: 

"Yo quiero hacer un congreso del unido
Yo quiero rezar a fondo un "hijo nuestro"
Dirán que paso de moda la locura
Dirán que la gente es mala y no merece
Mas, yo partiré soñando travesuras
Acaso multiplicar panes y peces"



Si no creyera en el delirio, si no creyera en la esperanza... ¿qué cosa sería? No queda otra que seguir, desde donde estamos, haciendo posible el encuentro, el mirarnos cara a cara, el construir desde el abrazo que busca a quienes todavía faltan, pese a que a muchos les de pavor el horizonte hacia el que avanzamos.



lunes, 4 de octubre de 2021

Sola

 Sola. Estás sola. Sola con tu miedo, corriendo hacia ninguna parte, huyendo de un pasado que no quieres recordar pero que te atrapa a cada momento, a cada minuto. 

Asfixiada.

Agotada.

Rota.

Sola. Sola en casa, encerrada, porque cada vez que sales las miradas te golpean recordándote que estás fuera de órbita. Has llamado a muchas puertas pidiendo ayuda, pero ya no sabes quien hay detrás de ellas, ni siquiera puedes estar segura de que haya alguien. Entre quienes en vez de ayudarte has sentido que te hundían más y el baile de mano en mano de médicos y trabajadoras sociales que van cambiando de sitio, no has podido encontrar una mano que estrechar para sentirte segura. 

Hace poco apareció un médico diferente, que te miró a la cara, que sostuvo la mirada en vez de mantener el baile de mano en mano, de puerta en puerta. De repente, un espacio de reposo, de respiro. Pero no duró mucho. Al cabo de un tiempo, llamaste a la puerta de su consulta y ya no estaba. No había nadie. Había marchado, empujado por quien sabe quién a quien sabe dónde.

Sola. Está sola. Sola con tu miedo una vez más. Hoy salí de la consulta para ir a verte a tu casa, para entender mejor donde quedó atrapado tu sufrimiento. Ya me has dicho, cada vez que hemos hablado, que te has cansado de esperar un apoyo de nuestro lado, que "tu médico" se fue, arrastrando con su marcha el pequeño espacio de confianza y sostén que habíais empezado a construir. Y no te voy a engañar, no sé tampoco muy bien lo que te ofrezco. No puedo asegurar cuanto tiempo podré seguir estando al otro lado de la puerta, ni tampoco sé qué proponerte, tan cansada, tan rota como estás. Solo sé que estoy aquí. Y que la semana que viene volveremos a hablar, si tú quieres. Poco más.

Sola. Asfixiada. Rota. Pero en pie. Sigues en pie. Pese a todos los golpes, todas las lágrimas, todas las pesadillas, sigues en pie. Me hablas temblando, cogiendo aire a cada momento, como si pudiera ser el último. En pie. Aquí estás.

Y yo no sé en qué te puedo ayudar, la verdad. Lo único que sé es que, pese a todo, eres fuerte, más fuerte de lo que muchos jamás seremos. Pese a todo, pese a todos. No sé cómo, pero ojalá encuentre la manera de que te puedas mirar en este espejo en el que veo reflejada tu capacidad de resistir, de sostenerte por ti misma frente al abandono perpetuo. 

Pero no solo tú. Ojalá muchas más puedan asomarse y descubrirte, para desde ahí poder entrelazar las manos. 




miércoles, 9 de junio de 2021

Otro cantautor

 A veces encuentras una canción que te resuena, que te retumba, que te remueve... Pero lo raro es que a esa canción la siga otra que te siga hablando igual, y otra, y otra... 

Y así llego hasta el final del disco "Vulnerables" de Pedro Pastor. Y lo vuelvo a poner otra vez... Y otra, y otra, y otra...

Mil gracias por este compartir, por este ensanchar, por este bailar cantando.

















martes, 4 de mayo de 2021

En memoria

Dos años casi han pasado desde el último texto colgado en este espacio, que nació con vocación de compartir y enredar, y que perdió el sentido como tal ante la avalancha de inmediateces en la que me (nos) he(mos) visto arrastrado(s). Un rincón personal en el que recoger lo aprendido a hombros de pequeños y gigantas, en el que ensayar a tomar palabra y postura ante un público desconocido.

El silencio de este tiempo ha respondido así a no encontrar tiempo ni ganas, pero también a no querer aumentar el ruido y la prisa, tanto en lo individual como en lo colectivo. Un silencio que he tratado de utilizar para escuchar, leer y sentir otras voces y reflexiones.

Pero el ruido y la prisa van venciendo. Cada vez cuesta más parar, pensar, sentir más allá de la angustia inmediata del ahora constante. Cada vez más rápido. Cada vez más gritos...

Y pensaba hoy que quizás el silencio de estos días no se construya con ausencia de palabras, sino compartiendo una voz serena, recopilando las pequeñas historias que puedan servir de diques ante el torrente que nos empuja siempre más y más lejos, nombrando las violencias invisibilizadas que tantas y tantos sufren, silenciadas y ninguneadas, sumando para construir una memoria de paz compartida.

Construir memoria. Quizás eso es lo que realmente me empuja a retomar este espacio, ya no como altavoz, sino como habitación propia en la que ir rescatando retazos de vida. En estos últimos años en los que los adioses se han ido acumulando, la memoria compartida se ha convertido en refugio. Pero no un refugio de añoranzas del pasado, sino volcado al horizonte futuro, desde el cual poder retomar el paso cuando este se cansa.

Vivimos en tiempos turbulentos. Quien sabe qué es lo que nos deparará mañana, pasado, el otro... Quien sabe lo que vivirán nuestras hijas e hijos, angustia pensarlo. Por eso, cada mañana, cuando vuelva a ver levantarse de la cama a Sara y a Maia, quiero poder invitarlas a sentarnos juntas a compartir una palabra encarnada y un silencio esperanzado.

Pase lo que pase, seguimos en camino. Pase lo que pase, sembramos futuro.