"Hace años, en una reunión con un grupo de gente de un barrio de Santo
Domingo, una señora comenzó a hablar diciendo: "nosotros, los
imaginados,..." Estaba usando para definirse una expresión que había
escuchado con referencia al grupo con el que compartía su identidad. Era
evidentemente una confusión con la palabra 'marginado'. Pero me hizo
pensar que la expresión era correcta. Una de las experiencias más
fuertes de la cultura de la pobreza es la de la no existencia. Quizá más
precisamente la de la futilidad de su existencia, la de no contar, como
si no existiera. Es la experiencia tan bien descrita en la novela de
Manuel Scorza: "No lo veían porque no lo querían ver. Era invisible
como invisibles eran todos los reclamos, los abusos y las quejas". Son los imaginados, sin consistencia real de su existencia. Su lucha más fuerte es afirmarse como presente, hacerse notar.
En el fondo de esta experiencia está la frustración radical de su existencia, de la que todas las demás no son más que expresiones parciales.
Esta frustración genera una violencia interior, una agresividad contenida, que se siente a flor de piel. Es la lucha por ser. Es la agresividad "sedimentada en los músculos" de que hablaba Franz Fanon del "inferiorizado pero no convencido de su inferioridad". Es el sin espacio, desalojado de las calles y los parques, de los terrenos del Estado en que vive y trabaja, confinado a los márgenes de un mundo ajeno. Es el sin tiempo ni historia. El que no tiene un nombre, un cargo, un rostro, un objeto poseído que lo afirme como persona. El que necesita mendigar su derecho a vivir renunciando a su propia dignidad, soportando la humillación de no ser reconocido como sujeto, de no ser escuchado: "Hablé largo rato. Ni siquiera alzó los ojos ... No me vio". Es la rabia de no poder afirmarse como persona. De sólo ser aceptado en cuanto se renuncia a su derecho de igualdad como persona. Es la impotencia radical de ser.
Es una agresividad contra un enemigo sin rostro. No es una persona concreta la que me niega el derecho a afirmarme. Es mi condición, ante la que me siento impotente. No hay nadie a quien reclamarle, a quien arrancarle mi derecho. Es una condición de existencia que se repite en todo intento de penetrar el espacio global, la ciudad. Que deja una carga de agresividad que se descarga con cualquiera. La violencia no tiene un objetivo claro. Puede ser contra la policía en una protesta, o contra la mujer en la casa, o contra el amigo en la calle. Es la explosión del sinsentido de la negación de la propia existencia, del derecho a ser.
El deseo de llamar la atención es una manifestación de esta agresividad. La música extremadamente alta, las modas fuertemente llamativas. La comunicación altamente teatral. Son búsquedas de la afirmación de la existencia.
La política clientelista ha sabido manipular esta necesidad de reconocimiento: la dádiva personal, el acceso al líder, la relación personal. La única alternativa es la renuncia al derecho, el repliegue en la sumisión como mecanismo de supervivencia. Que en el fondo conlleva la negación del propio yo.
En esta agresividad está la mayor potencialidad de esta cultura. Ella da fuerza para luchar, para el esfuerzo sostenido por la afirmación y la supervivencia. Cuando se canaliza en la lucha por el reconocimiento de la propia identidad, por la afirmación de ésta, genera personalidades fuertes, capaces de trascender los límites que la ciudad les impone. Pero es terrible que la supervivencia digna sea cuestión de heroísmo."
En el fondo de esta experiencia está la frustración radical de su existencia, de la que todas las demás no son más que expresiones parciales.
Esta frustración genera una violencia interior, una agresividad contenida, que se siente a flor de piel. Es la lucha por ser. Es la agresividad "sedimentada en los músculos" de que hablaba Franz Fanon del "inferiorizado pero no convencido de su inferioridad". Es el sin espacio, desalojado de las calles y los parques, de los terrenos del Estado en que vive y trabaja, confinado a los márgenes de un mundo ajeno. Es el sin tiempo ni historia. El que no tiene un nombre, un cargo, un rostro, un objeto poseído que lo afirme como persona. El que necesita mendigar su derecho a vivir renunciando a su propia dignidad, soportando la humillación de no ser reconocido como sujeto, de no ser escuchado: "Hablé largo rato. Ni siquiera alzó los ojos ... No me vio". Es la rabia de no poder afirmarse como persona. De sólo ser aceptado en cuanto se renuncia a su derecho de igualdad como persona. Es la impotencia radical de ser.
Es una agresividad contra un enemigo sin rostro. No es una persona concreta la que me niega el derecho a afirmarme. Es mi condición, ante la que me siento impotente. No hay nadie a quien reclamarle, a quien arrancarle mi derecho. Es una condición de existencia que se repite en todo intento de penetrar el espacio global, la ciudad. Que deja una carga de agresividad que se descarga con cualquiera. La violencia no tiene un objetivo claro. Puede ser contra la policía en una protesta, o contra la mujer en la casa, o contra el amigo en la calle. Es la explosión del sinsentido de la negación de la propia existencia, del derecho a ser.
El deseo de llamar la atención es una manifestación de esta agresividad. La música extremadamente alta, las modas fuertemente llamativas. La comunicación altamente teatral. Son búsquedas de la afirmación de la existencia.
La política clientelista ha sabido manipular esta necesidad de reconocimiento: la dádiva personal, el acceso al líder, la relación personal. La única alternativa es la renuncia al derecho, el repliegue en la sumisión como mecanismo de supervivencia. Que en el fondo conlleva la negación del propio yo.
En esta agresividad está la mayor potencialidad de esta cultura. Ella da fuerza para luchar, para el esfuerzo sostenido por la afirmación y la supervivencia. Cuando se canaliza en la lucha por el reconocimiento de la propia identidad, por la afirmación de ésta, genera personalidades fuertes, capaces de trascender los límites que la ciudad les impone. Pero es terrible que la supervivencia digna sea cuestión de heroísmo."
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