Resulta curioso que tras muchos años en los que el pensamiento de Ivan Illich cayó en el olvido, como si el revuelo que causó a finales de los 70 fuera sólo algo casual y superado, de repente se empiece a recuperar su memoria en diferentes lugares. Primero ha sido la reedición de dos de sus libros, La sociedad desescolarizada y La convivencialidad, por parte de Virus Editorial. Luego un artículo en el último numero de la revista Integral. ¿Porqué este interés renovado? Quizás valga con leer un extracto de la presentación del último de los libros reeditados:
"La productividad sin límites genera una oferta continua de nuevos
productos y servicios, que sometidos a la ley de la obsolescencia,
provocan una sensación de escasez y frustración creciente por todo
aquello que todavía no se tiene o no se podrá tener nunca. La autonomía
personal, el trabajo creativo, el saber compartido en los terrenos de la
salud y de la formación para el empleo de las herramientas a nuestro
alcance, se ve anulado progresivamente por una tecnología cada vez más
alejada de las necesidades inmediatas reales y de las posibilidades de
uso de las personas; cada vez más en manos de una élite de especialistas
que deciden por su cuenta los medios y los fines de los que se ha de
dotar la sociedad, reduciendo la participación de las personas a la de
meras usuarias y consumidoras. El resultado es una sociedad cada vez más
jerarquizada y más opresiva. Según Ivan Illich, una sociedad
convivencial sería aquella que permita «a todos sus miembros la acción
más autónoma y más creativa posible, con ayuda de las herramientas menos
controlables por los demás»."
Desgraciadamente, aunque han pasado ya la más de 30 años desde que planteó con tanta radicalidad su pensamiento, las cosas no parecen haber evolucionado mucho. Y un aspecto común de ambos momentos es el de ser reconocidos como momentos de crisis a diferentes niveles. Quizás porque es en las situaciones difíciles cuando más eco pueden tener las reflexiones que ponen en cuestión el sistema.
Pero si miramos hacia atrás de manera global, descubrimos también que esos momentos de crisis abrieron la puerta a otras maneras de escapar de una realidad dura que planteaba grandes dificultades para encontrar alternativas de futuro. En concreto, en España la crisis económica y laboral de principios de los 80 determinó de manera clara la aparición de la epidemia del consumo de heroina que se llevó por delante a muchos jóvenes, especialmente en los barrios más periféricos y desfavorecidos. Una tragedia que marcó profundamente a esas generaciones, tanto por la gente que dejó en la cuneta como por lo que supuso de inactivación social. El consumo de drogas, y de heroína fundamentalmente, fue visto como una posibilidad de huida del sistema, de la realidad, que al mismo tiempo permitía que ésta no fuera transformada por quienes tenían más motivos para luchar por cambiarla de raíz.
Posiblemente sea difícil volver a los consumos de heroína del pasado. Pero habrá que estar atentos frente a nuevas alternativas de fuga que se ofrezcan para intentar inactivar las luchas por transformar este mundo tan desequilibrado e injusto. No vaya a ser que, como Illich, vuelva a ponerse de moda.
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