“Pero eso de los Derechos Humanos, ¿qué es?”. Esta fue la pregunta con la que una mujer que vivía en un barrio de chabolas de Madrid concluyó una reunión en la que hablábamos de la importancia de que se unieran para reivindicar sus derechos.
Esta simple pregunta nos abre a uno de los puntos esenciales en la lucha contra la pobreza. Desde el Movimiento Cuarto Mundo creemos que mientras no vayamos hasta el final de la aplicación y reconocimiento de los Derechos Humanos, mientras se sigan quedando fuera de esta lucha quienes viven en condiciones más difíciles, la extrema pobreza, la miseria, seguirá siendo una realidad inevitable.
A lo largo de la historia, el tema de los Derechos Humanos ha sido ampliamente debatido. Desde el reconocimiento de los derechos civiles y políticos en el siglo XVIII, muchos otros aspectos han ido complementando el panorama. Así, se ha ido completando el panorama con los Derechos Económicos, Sociales y Culturales, con los Derechos Reproductivos y Sexuales, etc. Pero aún así, sigue existiendo un escalonamiento entre los diferentes tipos de derechos, como si unos (los civiles y políticos) fueran más importantes que otros (el derecho a la salud, a la vivienda, etc.). Solo hay que ver cuántas actuaciones se defienden simplemente porque van a favor de “la libertad”, como si eso fuera razón suficiente para justificar cualquier cosa, o los ataques que sufren los “enemigos de la libertad” por proponer medidas de reajuste social y político.
Pero, ¿qué es lo que pasa cuando miramos la cuestión de los Derechos Humanos desde la posición de quienes viven en la extrema pobreza? En teoría, las democracias parlamentarias reconocen a todos sus ciudadanos libertad política y de opinión, expresión y asociación. Pero, ¿tienen realmente mecanismos de acción política quienes sufren de analfabetismo, de paro prolongado, los hogares totalmente dependientes de las ayudas ? ¿De qué libertad disponen, cuando viven día a día bajo la supervisión de otros? Hablar de libertades civiles y derechos políticos sin ofrecer los medios concretos para asumirlos supone humillarlos por no comportarse como ciudadanos libres.
Por otro lado, apoyándose en su supuesta incapacidad para hacerse cargo de la propia vida, bajo el paraguas de los derechos económicos y sociales se les terminan dando “ayudas” que terminan fomentando su situación de dependencia: rentas de inserción, viviendas protegidas, oportunidades formativas, que podrían ser una oportunidad si de verdad fueran derechos reconocidos, y no concesiones condicionadas al cumplimiento de determinadas normas. Estas “ayudas” dejan claro al que las recibe que es necesario merecérselas, “portarse bien”.
Esto tiene poco que ver con ejercer unos derechos básicos por el hecho de ser personas y con la dignidad que esto conlleva. Como seres humanos que somos, necesitamos ver reconocidos y aplicados estos derechos, que se complementan unos a otros para ser efectivos: el derecho a la libertad y a cubrir nuestras necesidades básicas, el derecho a la asociación y al reconocimiento de nuestra cultura, el derecho a decidir sobre la reproducción y el de poseer una formación que permita manejar las distintas informaciones... No hay unos derechos que vayan primero y otros después, sino que es necesario abordarlos de manera integral e indivisible. Si no, por lo que nos dicen quienes viven en la extrema pobreza, los derechos otorgados uno a uno suponen un aumento de la humillación y la dependencia.
Al mismo tiempo, quienes viven en estas condiciones nos dan muestras continuas de su lucha por los Derechos Humanos. Cuando abren las puertas de su casa, pese a estar abarrotada, a quien se queda en la calle sin otra opción; cuando acogen a una familia amenazada con quitarles la tutela de sus hijos; cuando se alían con un inmigrante para salir adelante. ¿Por qué lo hacen? “Porque no hay derecho”. En todos estos casos, nos señalan dónde se están vulnerando los derechos humanos, nos llaman a la acción, a asumir nuestra responsabilidad en esta lucha, que es necesario reconocer y apoyar. Porque los derechos fundamentales adquieren su verdadero sentido cuando todos somos responsables, es decir, cuando todos somos reconocidos como trabajadores dignos, como padres capaces de educar a nuestros hijos, como miembros útiles de una comunidad, como hombres y mujeres que participan del futuro de nuestros países.
Si no avanzamos en este sentido, nos encontraremos con otra pregunta muchas veces planteada: “¿Es que nosotros no somos humanos?”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario