¿Quién necesita un balance?
TEXTO ELABORADO POR MANU Y ANTONIO / Gente corriente
Manu envió por correo
electrónico unas notas
–aquí en cursiva– a Antonio,
comentándole
su dificultad para escribir sobre “los
retos de los movimientos desde abajo,
de la calle” y pidiéndole que expusiera
y organizase algunas de las
reflexiones que entre amigos venía
haciendo desde el 15 de mayo del
año pasado. De ahí surge este apresurado
diálogo-glosa:
Antonio, me encuentro muy confuso
en toda esta movida.
¿Y quién no, Manu? Esto apareció
como reacción –inesperada y desconcertante–,
como respuesta a una
acción programática que no contaba
con nosotros más que como objetos
pasivos o como mucho como sujetos
de una protesta ritualizada y vacía,
pero con lo que viene sucediéndose
desde hace un año se va convirtiendo
en acción primigenia. Haciéndose
ya imposible, por el desarrollo de las
imposiciones –los que mandan “lo
querían todo y lo quieren ya”–, la
vuelta al punto de partida –“y que
nos dejen como estábamos”, era lo
que muchos pensaban o pensábamos
hace un año–; nuestras acciones,
porque hemos de hablar en plural,
están abriendo posibilidades inauditas
de creación de nuevas realidades
desde lo concreto. Hace un
año todo parecía imposible: ahora
todo es posible, no todo parece posible,
no, todo es posible. Lo que estaba
sujeto a programa se ha tornado
imprevisible, confuso, ciertamente.
Pero es que hemos de confundir para
enturbiar lo que estaba claro para
los que mandan –“lo que es necesario
hacer” en este momento– y recomponer
lo que andaba separado
–los países, las ocupaciones laborales,
los continentes, los individuos
aislados…–. Los que nos exigen respuestas
–responsabilidad– se encuentran
con preguntas que los
cuestionan enteramente.
Por un lado, no dejo de ver síntomas
de que, por fin, puede estar
ocurriendo algo de aquello por lo
que llevo más de 40 años luchando
y soñando.
No estoy seguro de que esté ocurriendo
aquello que habías imaginado.
Tampoco de que eso haya sido
siempre lo mismo. Simplemente
“puede estar ocurriendo algo”. Y ya
es bastante. Dejémonos de utopías:
anclemos nuestras luchas y nuestros
sueños en lo más inmediato, en lo cotidiano,
en ‘cosas’ concretas, en interminables
haceres y no en totalidades
hechas de una vez por todas.
Que toda esta mierda se va a la
mierda y que puede rehacerse otro
pastel con otros ingredientes y cocinado
entre todos, un todos que no
son las famosas masas sino otros sujetos
colectivos/singulares –el maya
tojolabal tiene un pronombre específico
para ese sujeto, una especie de
yo/nosotros–.
Sí, estábamos –y todavía estamos–
comiendo mierda, viviendo en la
mierda –unos más arriba y otros más
abajo–, trabajando en la mierda, y
nos creíamos en el paraíso. Habíamos
perdido el sentido del olfato
entre tantos perfumes que se nos
ofrecían. Y de pronto toda la mierda
se nos hace visible y, lo que es peor,
esto es, mejor, notamos su olor, y nos
ha impregnado a todos. Posiblemente
nuestras acciones –aunque no
sepamos a ciencia cierta quiénes somos
ni qué hacemos exactamente–
estén ayudando a fluidificar esa
mierda, para que podamos limpiarla
con más facilidad. Aunque hemos de
tener cuidado con la limpieza…
Ahora no queremos ya que nos
den una porción de pastel, ni mejor
ni mayor. Nos gusta cocinar, y preferimos
hacer el pastel entre todos, pero
entre todos todos. Y aunque no
sea tarea fácil, en ella estamos.
Pero, por otro lado, me sorprendo
a mí mismo respirando aliviado, ante
la tele, si oigo que baja la prima de
riesgo, o buscando ansioso una mierda
de trabajo-basura que pudiera
evitar que mi hijo se tenga que ir a
buscar la vida a Alemania. La sonrisa
que me asoma al constatar que
esta civilización se desmorona y que
emerge otra bien atractiva –como
vengo “profetizando”/provocando
desde hace ya tanto tiempo– se me
congela en la boca al caer, de repente,
en que esa civilización es la mía,
que ella soy también yo y que es ese
yo el que, con ella, se hace migas.
Así estamos todos: estamos aquí y
allí al mismo tiempo. Entre lo impuesto,
con sus identidades, y lo que
intentamos crear. Atravesados de
contradicciones. No podemos perder
nuestra singularidad personal
ante una nueva avalancha normativizadora
–colectivista, ecologista, feminista…–,
porque con ella
perderemos la posibilidad de
emergencia de algo nuevo, de unas
relaciones más “humanas”. Hemos
descubierto el respeto: no caben imposiciones
desde abajo. “Luchamos”
para que la prima de riesgo y los trabajos-
basura, entre tantas otras cosas,
sean sólo, por la aberración que
suponen, unos temas difíciles de recordar,
convertidos en algo completamente
inverosímil. ¿Pero cabe en
esta cultura, en esta civilización, en
este mundo en el que nos movemos,
la posibilidad de un cambio, como el
que pretendemos, que no genere
traumas personales? En eso estamos
y esto sí que será difícil, porque no
creo que dependa de nosotros, esos
sujetos inciertos y diversos, quizá
también ocasionales, que nos constituimos
alrededor del lema ‘otro mundo
es posible’ –y otras realidades son
factibles–.
Ese cortocircuito es el que me ha
bloqueado para escribir sobre esto.
Espero que no me paralice demasiado
tiempo.
Ese cortocircuito, Manu, es algo
común. Yo al menos, que nunca milité
en nada, que siempre fui muy crítico
hacia todo tipo de militantismo
activista –y lo sigo siendo–, y que
ahora estoy desde una de esas asambleas
que proliferaron en las plazas
de barrios y pueblos de toda España
procurando con mis escasos recursos
oratorios que ninguna organización
ni ningún sujeto ya constituido
pueda acabar desactivando el entusiasmo
generalizado que hace un
año nos embargó por sorpresa, salí a
la plaza –en Aranjuez, donde vivo– y
me involucré en actividades comunes
y colectivas para “recuperar” –esto
sólo es posible junto a otros– ese
mínimo control que manteníamos
sobre nuestra vida personal y privada
y que se nos pretendía –y se nos
pretende– arrebatar. No salí a “luchar”
para perder mi vida personal
–privada– en la lucha sino para “enriquecerla”
con ella. Si perdemos lo
personal, perdemos todo.
Este escrito posiblemente incremente
nuestra confusión, porque me
parece que, en ocasiones, tú eres otro
y yo soy tú, y no somos nadie. No creemos
que haga falta saber a quién
diablos pertenecen estas palabras. Pero de lo que estamos ciertamente
seguros es de que el 15M no es de nadie.
Y escribimos contra el “deber”
de “hacer balance”, que nos introduce
ya en una caja contable.
Dejemos de hacer balances imposibles
–y de paso rituales identitarios,
que huelen a funerarios– y sigamos
o detengámonos, o volvamos a reunirnos
o lo que buena o malamente
queramos, respetando nuestras singularidades
–‘fuera de’ la medida
de lo posible–. No necesitamos saber
quiénes somos ni cuántos –ya
que somos diversos y estamos
abiertos– para hacer cosas juntos.
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