La clase media es el problema, no la solución
Hace unos meses TVE emitió ¿Generación perdida?,
un documental que reflexionaba sobre el difícil futuro que afrontan los
jóvenes españoles. Muchas de las personas que aparecían en él
realizaban una distinción entre dos tipos de víctimas de la crisis. Por
un lado, estaban aquellos jóvenes que habían realizado una carrera
universitaria y aprendido idiomas. Por otro, los que habían dado por
concluidos sus estudios y optado por “la vida fácil” que,
sorprendentemente, consistía en trabajar en el sector de la
construcción. Como si sudar en un andamio fuera poco menos que una
canonjía y acudir a un campus universitario una experiencia extrema
propia de héroes ilustrados.
La victimización de las
clases medias cualificadas oculta que la crisis está afectando sobre
todo a las clases bajas. Por ejemplo, un alucinante 55% de los
inmigrantes extracomunitarios se encuentra en riesgo de pobreza. Desde
2008 estamos viviendo una intensa polarización social que, sin embargo,
no se está traduciendo en una movilización política. En términos de
clase, los cambios electorales del pasado 24 de mayo han sido
superficiales. El voto en España sigue siendo muy transversal. La
aparición de Podemos y de distintas apuestas municipalistas no sólo no
ha mitigado esta situación sino que, en cierto sentido, la ha
amplificado: sus votantes están aún más repartidos por todos los niveles
de ingresos que en el caso de los partidos tradicionales.
Es una noticia horrible. Las clases medias son parte del problema, no
de la solución. La tradición emancipadora creía que los perdedores del
capitalismo eran los agentes más eficaces de la transformación social.
Los trabajadores empobrecidos están en condiciones de impulsar cambios
políticos beneficiosos para casi todo el mundo porque son el único grupo
social cuyos intereses a corto plazo coinciden con los de la mayoría a
largo plazo. Por ejemplo, el desarrollo de políticas públicas para la
desmercantilización de la vivienda sería una excelente noticia para
todos, pero quienes logran pagar a trancas y barrancas sus hipotecas
están poco dispuestos a asumir los riesgos de apuestas de este tipo. Son
las víctimas de los desahucios, que tienen poco que perder, quienes más
están haciendo para promover un sistema que resultaría más justo y
sensato para todos, no sólo para ellos.
Más en
general, la centralidad política de las clases medias nos mantiene
atados a un modelo de estado de bienestar en el que el mecanismo de
acceso a los derechos sociales es, casi exclusivamente, el mercado de
trabajo. Eso hace que el gasto público en España aumente la desigualdad
en lugar de disminuirla: el 20% más rico recibe el 25% del gasto social
mientras que el 20% más pobre se queda con el 10%. Es un modelo que
privilegia a una minoría cada vez más exigua de trabajadores con
contratos de calidad y penaliza a las familias monoparentales, a los
parados de larga duración, a los jóvenes precarios, a los mayores con
pensiones reducidas, a los trabajadores migrantes… A casi todos
nosotros, de hecho.
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