De nuevo vuelvo al libro de "Enclaves de riesgo",
esta vez para ver cómo se construyen y combaten los miedos que los habitan...
"La adhesión al dispositivo securitario — esa fuerza cultural capaz de poner en el centro la desconfianza y de producir segregación social y espacial— es activa: no puede interpretarse en términos de subordinación aquiescente a la ideología de «el Poder». Encerrarse, vigilar, inhibirse y autocontenerse no son sinónimo de pasividad: la agencia está presente en cada una de las opciones que acompañan al miedo. No podemos dejar de ver autogestión en estas acciones. Pero cuando esa autogestión de la vida no está asociada al privilegio de ser considerado «víctima» (protegida por las autoridades), o es capaz de desactivar los miedos hablándolos, huir del control de arriba y reinventar comunidades a partir de la sensación común de vulnerabilidad, empezamos a comprender que a veces en el miedo —en su autogestión— está la llave.
(...)
Algunos —y sobre todo algunas— han dado con el habla y la reflexividad acerca de sus propias condiciones como modo de gestionar la inseguridad subjetiva. Mediante la oralidad y la co-presencia pueden compartirse situaciones de relativa inquietud o temor, pasando a socializarse parte de la sobrecarga emocional individualizada. Es un lugar común señalar que uno de los usos socio-políticos más frecuentes del miedo es la atomización social, sin embargo, la narración de una historia de miedo o una llamada a la precaución, más allá de su contenido propio del imaginario securitario, pueden constituir el pretexto perfecto para establecer un diálogo en el espacio común, cuyo efecto es paradójicamente la reactualización de los cuidados vecinales que refuerzan el cuerpo colectivo.
Las prácticas de reflexividad compartida en espacios de habla íntimos —protagonizados por los cuidados— permiten atenuar la propia ansiedad y reconocer-se cierta agencia, al concluir que, en la propia forma de percibir el entorno, se producen cambios en los que además se puede incidir. Las narraciones sobre el propio miedo parecen ser menos traidoras que los discursos: son más consecuentes con la propia experiencia corporal. Hablar de los miedos, asumiendo la propia vulnerabilidad, es reconocer que existen temores incorporados que quizás no tengan tanta relación con la supuesta peligrosidad del entorno, tal y como los discursos mediáticos transmiten. La asunción de la fragilidad corporal de una mujer de ochenta años («ya no tengo las piernas tan bien para correr») o de la fragilidad social cuando se llega embarazada y de nuevas a un barrio («el barrio me parecía la boca del lobo, me daba miedo salir a la calle») permiten deconstruir el discurso de la inseguridad sin buscar sujetos culpables en el entorno para dar repuesta a las propias angustias vitales. No podemos desligar esta reflexividad de la sociabilidad: todo ocurre como si la interacción fuese un prerrequsito necesario para la resignificación. Hablando se elaboran duelos, se van in tegrando el cuerpo individual y el social. Se rescata lo negado —de fuera y de dentro— y se legitima: el discurso deja paso al relato personal. Si reflexionar consiste en alejar el zoom y verse en contexto, relacionar momentos autobiográficos con la aparición de ciertos miedos ayuda a prescindir de la policía como fuente de seguridad.
Como observamos, la exposición a acontecimientos violentos no tiene por qué dar como resultado la inhibición, la huida o el ataque —tal y como pos tularían los enfoques psicologistas— sino que puede abrir en cada situación un universo de posibilidades relacionales y reflexivas más allá del trauma. A pesar del miedo, esa reflexividad, que no es sino un trabajo sobre el propio cuerpo, acaba dando lugar a un afrontamiento del conflicto. Sentirse relajada ante una situación límite es fruto del aprendizaje de ciertas estrategias corporales, pero también de la asunción de la propia potencia. El baile con los propios fantasmas puede incluso transformar el miedo en gozo.
Hacer calceta con el miedo
A la cotidianeidad de las murallas, de las rejas y de las torretas se le oponen otras prácticas cotidianas capaces de atravesar las fronteras o de anular la visibilidad del ojo vigilante. El padre, desde el faro que todo lo alumbra, se pierde en el horizonte mientras que a su lado «los delincuentes de las prácticas» sobreviven, existen y a veces resisten. 36 Si el dispositivo securitario conforma una serie de estructuras espaciales y temporales en las que se ven encuadrados los individuos a través de sus identidades y enclaves segregados, una suerte de resistencia a lo prescrito lo constituyen las prácticas de sociabilidad y espacialización llevadas a cabo incluso por personas que se sienten vulnerables, con miedo. El barrio segregado se desatomiza cuando sus vecinos interactúan de manera mestiza y cuando disuelven las fronteras ante la policía (por ejemplo, cuando se cogen del brazo un cuerpo negro y otro blanco para atravesar un check point). Incluso la arquitectura separadora se ve sometida a modificaciones mediante la intervención desde abajo sobre el mobiliario urbano (por ejemplo, juntando bancos en un parque para adoptar la forma circular del encuentro horizontal). La sociabilidad y la espacialización se integran cuando un grupo de personas vulnerabilizadas se apropia colectivamente de los callejones y los oscuros descampados. La continua producción de espacios comunes ayuda a tejer puntada a puntada la manta que permite soportar el largo invierno neoliberal: desenrollando los hilos replegados sobre sí mismos en forma de bobina para entrelazarlos unos con otros en una sola pieza que permita resistir con fuerza a través de los puntos de encuentro.
Esas (contra)artesanías del miedo, cuando son sometidas a reflexión colectiva, son incluso capaces de generar movilización. La gestión de la heroína que hicieron las Madres Contra la Droga —una suerte de biopolítica desde abajo que incidía sobre el entorno y no sobre los sujetos— no puede dejar de ser un referente. Por un lado, impugnaron el discurso culpabilizador sobre ellas y sus hijos y, por otro, dieron la vuelta a su condición materna asociada a la vulnerabilidad para oponerla física y simbólicamente a la violencia hipermasculina de los narcos y a la protección paternalista de la policía. 37 La identificación de las agencias de quienes luchan contra la criminalización de los migrantes, además de desestigmatizar a los sujetos culpabilizados, puede ayudar a innovar políticamente y a generar nuevas relaciones sociales basadas en la cooperación y en la horizontalidad a partir del miedo. Un miedo que cuando no busca representación política, subvierte el dispositivo securitario: no se trata solo de una denuncia de la videovigilancia en Lavapiés o de unas Brigadas Vecinales que invierten el control («Vigilando a los vigilantes»), sino de lo nuevo que irrumpe en el apogeo del encuentro en las plazas y que fabrica los rudimentos artesanales necesarios para vivir una vida en común."
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