Carta urgente a la juventud del mundo
Si la juventud quisiera mi pena se acabaría, y mis cadenas.
(Decid ¡basta! Haced la prueba.)
Vuestros brazos son un bosque que llena toda la tierra; si enarboláis vuestras manos el cielo cubrís con ellas. ¿Qué tiranos, qué cerrojos, qué murallones, qué puertas no vencieran vuestras voces en un alud de protesta?
(Todos los tiranos tienen sus pedestales de arena, de sangre rota, y de barro babilónico sus piernas.)
Pronunciad una palabra, decid una sola letra, moved tan solo los labios a la vez y la marea juvenil atronaría como un mar cuando se encrespa.
Pero, ¿quién soy yo, qué barco de dolor, qué espuma vieja, qué aire sin luz en el viento acerco a vuestras riberas?
Como campanario de oro vuestros corazones sueñan. La juventud es la hora del amor, su primavera. ¿Por qué mover vuestras ramas alegres con mi tristeza? ¿No es mejor que yo me coma mi pan solo en las tinieblas; que mis pies cuenten las losas veinte años más, mientras sueñan mis alas entre las nubes de un cielo roto en mis rejas?
Pero la vida -mi vida- me está clamando en las venas; abrasa loca las palmas de mis manos; lanzaderas clava y desclava en mi frente y el pensamiento me quema.
Ved nuestros tonos. Ya somos como terribles cortezas; claustrales rostros, salobres ojos que buscan a tientas -sedientos de luz y sol- una grieta entre las piedras.
No sabéis lo que es vivir muriéndose a vida llena; grises, sobre grises patios, sin más luz que una bandera de amor...
Ni lo sepáis nunca... Más si queréis que esta lepra jamás os alcance el pecho, no dejéis "mi muerte" quieta. No dejadme, no dejadnos con nuestras sienes abiertas y en un cerrojo sangrante crucificada la lengua.
Levad vuestros pechos. ¡Pronto! ( Es bueno que esta gangrena os revuelva las entrañas.) ¡Echad abajo mi celda! Abrid mi ataúd; que el mundo en pie de asombro nos vea indomables, pero heridos, sepultos bajo la tierra. ¡Que no queden en silencio mis cadenas!
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