Hay determinadas relaciones que de primeras suenan impostadas, irreales, erróneas. Y es curioso ver como, cuando se profundiza un poco en las tensiones que hay entre los distintos polos de estas, aparecen más puntos de encuentro de los esperados, y al mismo tiempo la historia de cómo se ha ido construyendo y en función de qué intereses la imposibilidad de conjugar juntas ciertas cuestiones.
Es lo que pasa por ejemplo cuando se juntan derecho y fraternidad. De primeras, la sensación es que se trata de términos enfrentados. Pero no hay más que acompañar a Angel Puyol en el recorrido que hace desde la Grecia clásica hasta el la sociedad actual, pasando por la Revolución Francesa, para descubrir que no solo hay muchas conexiones posibles entre ambas cuestiones, sino que es prioritario recuperar la potencia revolucionaria que tienen si logramos articularlas. Acá van algunos fragmentos...
"El derecho a la fraternidad tiene dos
significaciones mutuamente dependientes: una emancipadora y otra asistencial.
En su sentido emancipador, la fraternidad es un ideal político cuyo fin es que
todos los individuos, sin excepción, se liberen del poder, la autoridad, la
tutela o cualquier tipo de subordinación o dependencia civil, social y económica
que puedan padecer. La fraternidad actúa como una metáfora en la que los
individuos o ciudadanos libres se tratan políticamente a sí mismos como
hermanas y hermanos de una misma familia extendida que es la sociedad, de modo
que ninguna desigualdad que pueda haber entre ellos, por natural o legítima que
sea, llegue nunca a convertirse en un abuso de poder, en la sujeción del débil
al poderoso. En su sentido asistencial, la fraternidad significa que los individuos
deben protegerse unos a otros de los
males evitables de la existencia, garantizando el acceso de todos al disfrute
de los bienes considerados básicos, como la educación, la salud, el trabajo, la
cultura o la seguridad.
En la actualidad, podríamos pensar que
la solidaridad es una buena sustituta de la fraternidad, ya que conservaría su
genuino sentido político sin asumir el lastre religioso, sexista y emocional
que suele acompañar a la idea tradicional de fraternidad. (...) Si bien es cierto que la idea de solidaridad acoge con facilidad el
sentido asistencial de la fraternidad, plasmado en el Estado de bienestar, se
desentiende por completo de su sentido emancipador, esto es, de la lucha contra
las múltiples formas sociales de exclusión, sumisión, arbitrariedad,
discriminación y humillación. Además, la
fraternidad exige que los fraternos se traten entre sí como iguales, como
iguales son las hermanas y hermanos de una misma familia, mientras que la
solidaridad no se siente incómoda con relaciones asimétricas. Nos solidarizamos
con los pobres del tercer mundo, con los desplazados por las guerras y con las
ballenas en extinción, pero no cuestionamos la posición privilegiada o los
mayores derechos de quienes ejercen la solidaridad. Esta ni supone ni impone,
como su propia condición de posibilidad, la instauración de unas relaciones de
respeto igualitario entre unos y otros. Tampoco asegura el derecho de cada uno
a beneficiarse de la protección de todos, tal como vemos hoy día con la
vergonzosa reducción de la solidaridad social a un concurso de méritos en que
los perceptores de los subsidios sociales deben acreditar propósito de
enmienda, buen comportamiento y hasta agradecimiento para ser dignos de la
ayuda que necesitan.
(...)
No se trata de saber si la fraternidad se puede decretar, sino si puede constituir un principio fundamental susceptible de inspirar al derecho o a la política, si puede dar lugar a ciertas traducciones jurídicas concretas vinculantes. En este sentido, lo que realmente importa al derecho es si la fraternidad es un principio capaz de motivar al legislador y de producir, como hacen los principios de libertad y de igualdad, las normas aplicables a la Sociedad y, por tanto, si funciona como un verdadero principio jurídico o un verdadero fundamento de derecho."
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