Memética básica: las
redes sociales hicieron
las revueltas en
los países árabes, las
redes sociales hicieron el 15M.
Contrameme reactivo: las redes
son aparatos de control social, las
redes sociales son fotos de gatitos
y Justin Bieber.
No podemos decir que las redes
sociales no hayan contribuido a los
procesos de intensa transformación
social que estamos viviendo.
(Y por “intensa transformación social”
me refiero tanto a la primavera
árabe como a Justin Bieber).
Tampoco podemos decir que sin
ellas no habría procesos de transformación
social. (Sorpresa, sorpresa. Los ha habido ya antes). La
variable, entonces, quizá no esté
tanto en las propias redes como en
la forma en la que las redes han sido
(están siendo) socialmente
construidas. El paisaje urbano, por
ejemplo, no está determinado tan
sólo por las paredes de ladrillo visto
de los bloques de la clase trabajadora
de los años ‘70, sino también
por los graffiti que los hijos y
las hijas de dicha clase pintan sobre
dichas paredes.
Facebook fue, durante mucho
tiempo, el sitio en el que colgar
las fotos del veraneo, redescubrir
a los amigos olvidados y aprovechar
su estructura panóptica para
espiar a tu ex y sufrir las consecuencias.
Twitter fue, durante
mucho tiempo, el sitio en el que
periodistas y famosos creaban noticias
de la nada y donde la “masa
enfurecida” linchaba de aquí para
allá generando pequeños momentos
de superioridad moral
pseudopropagandística.
Pero ahora son, además, otra
cosa. Son el espacio expresivo de
una composición social que, cruzada
por la crisis y la emergencia
de nuevos sujetos políticos,
se ha vuelto subjetividad política
que las interviene y redefine sistemáticamente.
Esa subjetividad ha ocupado
esas redes por muchos motivos,
pero podemos señalar al menos
dos que creo que son determinantes:
es lo que esa composición
social tiene a mano y es el
único lugar donde podría expresarse
esa subjetividad.
Hablamos de una composición
social amplia y compleja, que hace
su vida al completo orbitando alrededor
de la red, para la que la conexión
es la forma de integración
social más intensa y para la que la
conversación (y el compartir) son
la única forma de componer un lazo
social a su altura. Esta composición
se encuentra, a la vez, en un
panorama mediático/expresivo absolutamente
refractario a sus deseos,
dudas, miedos, etc.
En esas circunstancias, las redes
sociales se han presentado
como el lugar perfecto principalmente
porque estaban por hacer.
Porque eran territorio nuevo,
inexplorado, donde las reglas estaban
aún por definirse, como una
carrera espacial de nuevo tipo. Las
redes sociales son, entonces, un
territorio. El famoso ciberespacio
ya ha demostrado que es tan real
como la calle o el campo. Es un lugar
que se está construyendo.
No olvidemos, sin embargo, que
ese lugar, como pasa con las calles
o el campo, ha sido levantado tanto
por comunidades anónimas en
cooperación, como por empresas
que han parasitado (o no) los
frutos de esa cooperación. Que Facebook
yTwitter son empresas que
extraen su beneficio a partir de
nuestra expresión lingüística y
nuestra capacidad de construirlas
una y otra vez. No somos usuarios
de un servicio, sino fuerza de trabajo
de una empresa.
Tener esto en cuenta no es un argumento
reaccionario contra las
redes. Declarar nuestra condición
de trabajadores y trabajadoras de
esas empresas no le quita potencia
al trabajo que ya hemos realizado
ni al territorio que ya hemos conquistado,
porque ha definido esos
lugares de forma que ya no hay
manera de volver atrás. Pero sí nos
obliga a pensar, si trabajamos para
estas empresas de nuevo tiempo,
¿qué derechos tenemos? ¿Cómo
repartiremos la riqueza que generamos?
¿Qué retornos nos deben
esas empresas? Ése es el siguiente
paso, una vez sabemos que esto no
es temporal y que estamos aquí (en
la red) para quedarnos.