Hoy el ministro de educación ha vuelto a desparramar las fantasías con las que torpemente pretende ocultar desde dónde se están realizando las actuales reformas del sistema educativo. Sus temáticas son variadas, pero tienen en común que se construyen a la mayor distancia posible de la realidad, y bien cerca de sus presupuestos ideológicos. Como muestra de esto, merece la pena revisar uno de los grandes totems del liberalismo en materia educativa, el de la libertad de elección, en base a la evidencia disponible, a través del artículo Igualdad y libertad de elección de centro docente: una cuestión polémica para un acuerdo necesario de Juan Manuel Fernández Soria (resumen extraído del blog La pella del gofio)
"El hecho de que la libre elección parte de supuestos equivocados es algo
que se considera ya bastante demostrado. Lo es en el caso de la
previsión del comportamiento de las familias en el mercado educativo,
cuyos mecanismos, como en todo mercado, no son puros.Se da por sentado
que el consumidor sabe elegir,cuando es un hecho que no todos tienen la
misma formación,ni la información,las estrategias o las oportunidades
para hacerlo, como han demostrado, entre otros,Gewirtz, Ball y Bowe
(1995, p. 22) al detectar en su estudio sobre Inglaterra distintos tipos
de padres electores (privilegiados, semicualificados y
descontentos),cuyo conocimiento de las ventajas de la elección y sus
mecanismos guarda relación con su posición socio-cultural. Es más, hay
dudas fundadas acerca de si los padres eligen basándose en criterios de
eficacia escolar y de si eso les convierte en choosers, electores
activos y movibles en el mercado (Duru-Bellat, 2004, p. 45). Pero,
además, tampoco se ha demostrado la relación entre calidad y libertad de
elección,entre autonomía y eficacia. El examen de la literatura sobre
la elección escolar concluye que la suposición de que la elección de
centro mejora automáticamente la calidad escolar es muydudosa, y que los
beneficios que, en algunas ocasiones, se han producido «ni son tan
automáticos como se desean,ni en realidad responden a la misma intención
política de promover la liberalización del sistema educativo»
(Rambla,2003,p.87).Las familias no eligen centro en función de su
eficacia, sino de los principios fundamentales de la sociedad y de que
prevalezca en él un particular clima moral o social (OCDE-CERI, 1994, p.
42), y más que la innovación y la eficacia pedagógica –afirma
Duru-Bellat (2004, p. 55)–, lo que atrae a los padres son «los valores
de convivencia».
Por otra parte, el análisis de las experiencias anglosajonas
realizado en l'Institut de Recherche sur l'Économie de l'Éducation
(IREDU) ha invalidado la relación neta entre autonomía y eficacia: «El
discurso “liberal” de los años ochenta, estipulando que, liberados de su
sujeción burocrática, los actores iban a desplegar una creatividad y
una efectividad insospechadas está invalidado» (Meuret, Broccolichi y
Duru-Bellat, 2001, p. 164).
También se ha comprobado errónea la suposición de que los centros
que no satisfagan las expectativas de los consumidores cerrarán sus
puertas: siguen abiertos, pero acogen a quienes son rechazados por las
escuelas más selectivas (Duru-Bellat, 2004, p. 45). De este modo, se
confirma otro dato, que la desectorialización como exigencia para acabar
con la «clientela cautiva» está provocando una mayor polarización entre
los centros más solicitados y los centros rechazados. En Francia, caso
paradigmático en lo referente a esta situación, se observa que «el
resultado global de la ampliación de la elección ha consistido en
acentuar las diferencias entre collèges4 que se dirigen a distintas
poblaciones »: por un lado, los que preparan a una élite para ingresar
en los Liceos orientados al éxito intelectual y,por otro,los de los
barrios pobres,que se dedican a enseñar a niños con dificultades
(OCDE-CERI,1994,p. 158). Sin duda,hay padres que disponen de estrategias
para hacer una buena elección, y otros que carecen de ellas.
Lo anterior no es más que un argumentario contra la libertad de elección
como corrosivo para la igualdad. Está suficientemente documentado que
favorece el rendimiento de los hijos de las familias acomodadas, bien
pertrechadas de los medios –económicos, sociales y culturales–
necesarios para poder hacer una buena elección y hacerse elegir por los
centros más prestigiosos, propiciando con ello la extensión de un
sistema basado en la diferenciación y la exclusión, legítimo, pero que,
en opinión de Christian Laval (2004, pp. 243-244) actúa como un
«mecanismo suplementario de reproducción de las clases especialmente
temible».
La segregación social es una de sus consecuencias mejor
estudiadas. La auspician tanto los comportamientos clientelistas de los
propios centros, como los individualistas de los padres, aunque ambos
están estrechamente relacionadas. Se reconoce que en el mercado
educativo no sólo elige el consumidor, sino también el proveedor, el
centro solicitado. Pero la lógica de mercado mira los resultados a corto
plazo, y, en educación, la dificultad para conseguirlos se mitiga
rechazando a los que son incapaces de lograrlos en el menor tiempo
posible (alumnos con dificultades) y a quienes pueden disuadir a
electores cuyas cualidades potenciales podrían mejorar su imagen. Los
centros practican el cream skimming seleccionando a los escolares no
sólo por sus aptitudes, sino también por su condición social e, incluso,
étnica. En Inglaterra, donde «el dinero sigue al alumno» y la
asignación de fondos depende directamente del número de inscritos, «para
atraer a las “buenas familias” las escuelas recurren cada vez más a
medidas represivas expeditivas contra los alumnos perturbadores, e
incluso flojos, cuya exclusión inmediata se decide por motivos que no
son de extrema gravedad ». En Francia –de acuedo con la información que
proporciona Laval (2004, p. 241)– «se amontonan las pruebas de
comportamientos clientelistas y particularistas por parte de centros que
rechazan las malas secciones». No es necesario abundar en esto. Los
padres potencian este efecto segregador, unas veces porque buscando el
bienestar de sus hijos eligen centros en los que encuentren compañeros
de su mismo origen social y étnico –un criterio que propicia
concentraciones escolares homogéneas en algunas zonas–, pero otras la
elección de los padres persigue bien el éxito escolar –y optan por
centros selectivos–, bien la homogeneidad social y étnica –e inscriben a
sus hijos en centros a los que acuden otros de su misma clase social
o de su misma étnia. La «fuga de los blancos» de las escuelas
frecuentadas por alumnos turcos, marroquíes y de origen extranjero, es
una tendencia observada con frecuencia incluso en países de larga
tradición en la elección escolar como Holanda. Pero no sólo en ellos, ya
que los autores de un estudio sobre las reformas educativas en Nueva
Zelanda, que en la década de los noventa aplicó la máxima libertad de
elección, ponen de manifiesto la desigualdad que trajo consigo: «En el
nuevo mercado de la educación, las escuelas con alumnos mayoritariamente
blancos casi no daban abasto, mientras que la matrícula de las demás
disminuía, pues no podían atraer a los profesores mejor calificados ni a
los alumnos más motivados. Además,el costo del transporte escolar perjudicó a las minorías» (Fiske y Ladd,2000, p. 34).
La concentración de inmigrantes y de alumnos con necesidades
escolares específicas en «centros patera» o en «centros gueto» es, o
puede ser, una consecuencia indeseada. Fiske y Ladd (2000, p. 34)
consideran que «lo más probable es que la libre elección de los padres
acentúe las disparidades en todas partes», porque «en todo medio en que
impere la competencia unos tendrán éxito y otros fracasarán. Es la ley
del mercado».Y este es uno de los corrosivos más perjudiciales para la
integración y la cohesión social.
La libertad de elección escolar no puede descartarse de plano.Aunque las
investigaciones no han mostrado una presión masiva de los usuarios para
conseguir una mayor capacidad electiva (Meuret, Broccolichi y
Duru-Bellat, 2001, pp. 273-274), existe un consenso básico sobre esa
libertad, reconocido y amparado al máximo nivel legal. Esto, junto con
su capacidad para generar desigualdades, requiere un pacto procedimental
y político que respetando la libertad, proteja la igualdad, ya que ésta
constituye una exigencia básica de la democracia.
Por eso, a la hora de lograr un pacto sobre la libre elección,
debería tomarse como punto de partida el coste que supondría para el
bienestar social. Las políticas de elección no deberían favorecer el
beneficio privado a costa del colectivo, sino armonizar los derechos de
los padres y las obligaciones de la Administración de promover la mejor
educación para todos.
Es mejor buscar la eficacia de todas las escuelas y hacerlas
aceptables a las familias, que incitarlas a elegir, ya que no sólo es
menos costoso, sino que preserva los fines sociales de la educación.
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