Un ejemplo en este sentido es el que recoge Didier Fassin en su artículo "La patetización del mundo". Ahí van algunas líneas:
"En la última década, en Francia, la palabra
desigualdades desapareció prácticamente del léxico político y
científico. Fue reemplazada por el término exclusión.
Simultáneamente, los pobres se convirtieron en "excluidos". Este cambio
de vocabulario no es anecdótico. Por lo contrario, es revelador de una
nueva representación del espacio social, de una nueva topografía
simbólica de la sociedad, que no concierne únicamente al contexto
francés, como he intentado mostrarlo en otro artículo, a través de una
comparación con Estados Unidos y América Latina (1996b). El sociólogo
francés Alain Touraine (1992) afirma, por ejemplo, que hemos pasado de
una sociedad organizada verticalmente, basada en una jerarquía que daba
lugar a desigualdades, a una sociedad estructurada horizontalmente, con
un adentro, compuesto de los integrados, y un afuera, reuniendo los
excluidos.
(...)
De la misma forma en que el
surgimiento de la cuestión social a finales del siglo XVIII implicó una
política de la piedad, la aparición de una nueva cuestión social al
final del siglo XX supondría una política del sufrimiento. La exclusión,
como representación del espacio social, y el sufrimiento, como representación de la condición humana,
se corresponden hoy, como se correspondían anteriormente la pobreza y
la piedad. Este cambio debe entenderse, por supuesto, más como una
inflexión progresiva que como una transformación radical. El discurso
sobre los pobres y la ideología humanitaria clásica no desaparecen
totalmente. Al revés, la lógica de la exclusión y del sufrimiento no se
impone completamente. Hay sectores de resistencia a estas
representaciones del mundo social. Sin embargo, la inflexión es marcada,
rápida y decisiva.
Cómo se traduce dicha inflexión? Primero, y eso tiene
mucho que ver con el proceso de globalización, la política del
sufrimiento se define dentro del paradigma del Estado
democrático-capitalista del cual Giorgio Agamben efectúa la antropología
(1995). No hay discusión del paradigma, sino adaptación para que los
efectos sobre los más vulnerables sean un poco menos duros. Se puede
hablar de arreglos internos que implican mínimas correcciones. Eso
significa que ahora se considera que casi no es posible luchar contra
las desigualdades, sino únicamente contra sus consecuencias más
visibles. Cada vez se aceptan más los procesos de flexibilización, es
decir de precarización y de reducción del empleo. Se pretende luchar
contra las desigualdades de ingresos a través del impuesto, pero la
redistribución casi no las afecta. Segundo, dentro de este paradigma, el
margen de acción de los agentes locales es muy restringido, lo que
causa una fuerte frustración como lo muestra Pierre Bourdieu (1993). La
trabajadora social se encuentra desarmada frente a una familia con
padres desempleados y amenazas de expulsión de su casa por no pagar el
arriendo. El educador callejero no dispone de soluciones eficaces para
un joven que sale de la escuela sin diploma, sin perspectiva de empleo,
que toma alcohol o drogas. El salubrista sólo puede aconsejar a la madre
de unos niños intoxicados por el plomo de la pintura de las viejas
viviendas cortarles las uñas para evitar que raspen las paredes. En
cuanto al médico, se limita habitualmente a formular medicinas
ansiolíticas para aliviar síntomas provocados por estas situaciones.
Para los políticos, ya sean alcaldes o ministros, la situación es
insoportable. Enfrentados a problemas socioeconómicos crecientes que
tienen consecuencias deletéreas sobre la vida cotidiana de los
ciudadanos, ellos no pueden permanecer inactivos.
(...)
Más que considerar a los pobres como víctimas de
situaciones de dominación, de explotación y discriminación (cuando eran
de origen extranjero), se les percibe como seres sufrientes a los cuales
se debe escuchar y reconocer como humanos para restaurar su dignidad,
no pudiendo proponerles un mejoramiento de sus condiciones objetivas de
existencia."
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