Una jornada intensa, muy intensa, la que celebramos con motivo del 17 de Octubre, Día Mundial para la Erradicación de la Extrema Pobreza. En la siempre acogedora y militante parroquia de San Carlos Borromeo nos encontramos personas muy diferentes, tanto en cuanto a lugares de procedencia como de condición social y económica. Pero enseguida se hizo patente que había algo común, algo que nos unia y que nos iba a acompañar durante toda la jornada: el convencimiento de que la extrema pobreza es inaceptable, la rabia ante el sufrimiento tan evidente, cuando nos atrevemos a mirar, de tantas personas en nuestra sociedad.
Pero al mismo tiempo el sentirnos unidos en torno a este rechazo a la miseria y la riqueza del intercambio con diferentes lenguajes (verbal, musical, poético, pictórico...), el demostrarnos en la práctica que es posible trabajar junt@s, refexionar junt@s, emocionarnos junt@s, nos permitió abrir la puerta a la alegría, que brotó espontáneamente en forma de abrazos y bailes (y bailes de abrazos), y desde ahí aferrarnos a la esperanza al ver que no estamos solos, y que la dignidad y la capacidad de lucha no nos la va a arrebatar nadie.
Para mí, personalmente, todos se puede resumir en el rato que pasé al lado de una madre de familia que se encontró con esta jornada por casualidad, mientras iba a recoger el paquete de alimentos que dan en la parroquia. En el taller de arte y creación, nada más plantear la propuesta de representar qué es lo que nos motiva a luchar contra la pobreza, ella dibujó cuatro manos pequeñitas con cuatro corazones dentro, y una mano grande en el centro en la que asomaba una mujer: sus cuatro hijos, su amor de madre, su esperanza, de que sus hijos no pasen por lo que ella ha pasado.
En ese momento me acordé de mis dos hijas, y de mi sueño de permitirles que vivan en un mundo mejor y más humano. Y así, de repente, desde lugares tan distintos en los que estamos cada un@, sentí que mi lucha y la de ella se entroncaba en una misma esperanza compartida. Por eso nos necesitamos mutuamente.
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