"La primera revuelta contra el poder establecido puso del revés la pirámide de la autoridad sobre la que se asentaba la megamáquina: las mujeres de los grandes hombres fueron obligadas a convertirse en sirvientas y prostitutas, según nos cuentan los papiros, y la gente común asumió posiciones de poder. «Los porteros dicen: "¡Vayamos a saquearlo todo...!". Cada hombre miraba a su hijo como a un enemigo [...]. Los nobles se lamentaban, mientras que los humildes se regocijaban. El lodo cubría todo el país, y en verdad nadie llevaba blancas en aquel entonces sus vestiduras [...]. Los que construyeron las pirámides se han convertido en granjeros [...]. Y la provisión de grano se distribuía sobre la base del "¡a comer!"».
Es obvio que, a esas alturas, la realidad había roto el imponente muro teológico y derribado la estructura social. Durante algún tiempo, el mito cósmico y el poder centralizado se disolvieron, mientras que los jefes feudales, los grandes terratenientes, los gobernadores regionales y los consejos vecinales de las aldeas y las pequeñas ciudades volvieron a poner en el altar a sus pequeños dioses locales y se hicieron cargo del gobierno. Difícilmente habría podido ocurrir tal cosa si no se hubieran vuelto ya intolerables las torvas imposiciones de la monarquía, a pesar de los magníficos logros tecnológicos de la megamáquina.
Lo que felizmente demostró esta primera revolución es algo que quizá necesitemos que hoy nos vuelvan a recordar: que ni la ingeniería ni las ciencias exactas están a prueba de la irracionalidad de quienes manejan el sistema, y ante todo, que hasta la más fuerte y eficaz de las megamáquinas puede ser derrocada y que los errores humanos no son inmortales. El colapso de la Era de las Pirámides demostró que la megamáquina se basa en creencias humanas que pueden desmoronarse, en decisiones humanas que pueden resultar falibles, y en el consentimiento humano, que puede suspenderse cuando queda desacreditada la magia que los sostenía. Las partes humanas que componían la megamáquina eran, por naturaleza, mecánicamente imperfectas; nunca se podía confiar en ellas del todo. Hasta que pudieron fabricarse en cantidad suficiente auténticas máquinas de madera y de metal para que ocupasen el lugar de la mayoría de los componentes humanos, la megamáquina seguiría siendo vulnerable."
Esta irracionalidad llevó a grandes dinastías a la desaparición. Pero al mismo tiempo, como ejemplo de resistencia a largo plazo, mientras los grandes imperios crecían y caían periódicamente, la comunidad judía que cara a cara se conformada en torno a la sinagoga. Quizás una clave a nunca olvidar de cara a la construcción de futuros habitables:
"(La sinagoga) estaba libre de todas las demás restricciones religiosas ligadas a dioses territoriales, a un sacerdocio remoto y a una ciudad-capital, pues podía ser transplantada a cualquier parte, mientras que el líder de tal comunidad, el rabino, era juez y erudito, más que un sacerdote dependiente del poder real o municipal. Como la comunidad aldeana, la sinagoga era una asociación de cara a cara; se mantenía unida, no solo por la mera proximidad vecinal, ni por rituales practicados en común y un día especial que había que observar, sino también por la instrucción regular y el debate en materia de costumbres, moral y leyes. Este último oficio intelectual, derivado ya de la ciudad, era lo que le faltaba a la cultura aldeana.
(...)
Mediante la sinagoga, la comunidad judía recobró la autonomía y capacidad de reproducción que la aldea había perdido debido al desarrollo de organizaciones políticas más amplias.
Este hecho explica no solo la milagrosa supervivencia de los judíos a pesar de interminables siglos de persecución, sino también su distribución por todo el mundo; y lo que es aún más significativo, muestra que esta modesta organización, tan desarmada y abierta a la opresión como una aldea, pudo mantenerse como núcleo activo de una cultura intelectual autárquica durante más de dos mil quinientos años, después de que todas las formas de organización de mayor envergadura, basadas exclusivamente en la fuerza, se hubieran desintegrado. La sinagoga poseía una fortaleza interna y una persistencia de los que Estados e imperios muy organizados, a pesar de sus instrumentos de coacción temporalmente eficaces, siempre carecieron.
A su vez, hay que admitir que la pequeña unidad comunal, en su forma judaica, tenía serías debilidades. Para empezar, su premisa fundamental - la existencia de una relación especial entre Abraham y Jehová, que convertía a los judíos en el Pueblo Elegido - era tan presuntuosa como las pretensiones de divinidad de los reyes. Tan desafortunado error impidió durante mucho tiempo que el ejemplo de la sinagoga fuera imitado de manera más universal, y que sirviera, antes de surgir la herejía cristiana, como medio para establecer una comunidad mucho más universal. La exclusividad judía superó incluso a la de la tribu o la aldea, donde al menos solía fomentarse el matrimonio con gentes de otros grupos. Pero, a pesar de esta debilidad, parece evidente, por el propio antagonismo que despertaron las comunidades judías, que, tanto en la sinagoga como en la práctica estricta del Sabbath, que esta había descubierto un modo de obstruir el funcionamiento de la megamáquina y desafiar sus infladas pretensiones.
La hostilidad que constantemente suscitaron en los grandes Estados tanto los judíos como los primeros cristianos, nos da la medida de la frustración que el mero poder militar y la autoridad política «absoluta» experimentaron al tener que lidiar con una pequeña comunidad que se mantenía unida por una fe común tradicional, ritos inviolables e ideales racionales. El poder no puede prevalecer mucho tiempo a salvo que aquellos a quienes se le impone vean en él alguna razón para respetarlo y someterse. Organizaciones pequeñas y aparentemente desvalidas, pero dotadas de fuerte cohesión interior y una mentalidad propia, se han mostrado mucho más eficientes para socavar a largo plazo el poder arbitrario que las mayores unidades militares, aunque solo sea por lo difícil que es acosarlas y perseguirlas. Esto explica los esfuerzos de todos los Estados soberanos a lo largo de la historia para restringir y suprimir dichas organizaciones, ya fueran cultos mistéricos, o sociedades de ayuda mutua, iglesias, gremios, universidades o sindicatos. Y a su vez, tal antagonismo sugiere también el modo en que podrán ser refrenadas futuras megamáquinas, poniéndolas bajo algún tipo de autoridad racional y de control democrático."
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