¿Cómo defines la paz?
La
paz tiene dos caras entrelazadas e inseparables pero distintas. Varios
expertos (Johan Galtung, Adam Curle, etc.) llaman a una cara paz
positiva y a la otra paz negativa. Para definir la paz negativa,
arrancan de Kant y su famoso ensayo sobre la paz perpetua. Allí Kant
dice que la paz no es sólo ausencia de guerra, sino también ausencia de
la amenaza de guerra. Pero Kant sólo considera lo que ocurre entre
Estados y deja fuera lo que pasa dentro de una sociedad, dentro de cada
casa. Después de un viaje a Gambia, Adam Curle vio claramente cómo el
bienestar de unas vidas puede destruir otras vidas y se dijo que eso
había que incluirlo también en el concepto de violencia. La paz negativa
es también superadora de eso. Galtung dibujó lo que llamaba un
“triángulo de las violencias”: hay violencia directa, estructural y
cultural. La violencia directa es la que tiene un actor claro que ejerce
la violencia. La violencia estructural es mucho más anónima: vives bajo
una estructura que mejora la vida de unos mientras empeora la de otros.
Por ejemplo, en una familia puede haber amor, pero en Roma el pater familias
podía matar o vender como esclavos a la mujer y a los hijos. Fíjate
dentro de qué estructuras se establece ese amor, estructuras violentas y
asimétricas. El cariño y las manifestaciones del amor pueden darse,
pero como acto, no tienen estructura que las proteja. Y por último, la
violencia cultural es por ejemplo la que va señalando blancos sobre los
que disparar (clichés peyorativos como “sudaca”) o la naturalización de
las jerarquías a las que se refería Mandela en su autobiografía cuando
recuerda que los negros bajo el apartheid llamaban “papá” y
“mamá” a los amos blancos. Así que el concepto de paz negativa se ha ido
abriendo desde Kant para incorporar otras violencias que circulan en el
seno de la sociedad: ya no sólo relaciones dañinas, sino también
estructuras que las sostienen o culturas que las alientan. Es un gran
avance.
Pero esa es sólo una cara…
En
la comunidad de investigadores más o menos hay acuerdo en que la paz
negativa consiste en rechazar la violencia y la guerra. Pero lo que yo
no veo son muchos acercamientos a la otra cara de la paz, la paz
positiva. Las más de las veces no se recoge entera, bien definida. Creo
que todavía impera el punto de vista dialéctico: la violencia es el No a
la vida, por tanto el No a la violencia es el Sí a la vida. Sobre este
“pasodoble del No”, como yo le digo, hay grandes construcciones, desde
Hegel a la Escuela de Frankfurt… O el mismo Marx cuando en el Manifiesto
dice “el obrero no tiene patria, no tiene religión, no tiene familia,
por tanto encarna al género humano”. Es el No a las especificidades que
son el No al género humano. Durante al menos 150 años, la generosidad de
mucha gente se ha entregado a esta fórmula: el No al No para llegar al
Sí. Pero yo creo que esa clave está exhausta, en muchos sitios con el No
ya no se avanza más. O se genera simplemente un espacio de justicia
donde una vida no daña a otra, pero lo ocupa rápidamente el homo económicus
que es estrecho de pecho, sólo se interesa por su propia vida
individual y hace bien a otro sólo en la medida en que le trae cuenta.
Lo define con mucha gracia Kant cuando dice que un mundo poblado por
diablos viviría en paz, porque serán malos pero no tontos y se dan
cuenta de que miran mejor por su propio interés comerciando que haciendo
la guerra.
¿Entonces?
Pues
vayamos directamente al Sí, a un Sí que no tiene que pasar por dos NO.
La paz positiva es este Sí a la vida. Pero a una vida ancha, que quiere
vivir y vive compartiendo con otros. Hay paz positiva en una sociedad
allí donde cada vida da y recibe vida más allá de balances contables,
donde hay estructuras que sostienen ese tejido cálido y una cultura que
alienta compartir afectos y actos. Donde
cada vida sufre lo que te toca sufrir, pero está bañada por la alegría
de convivir y abierta a un horizonte de reconciliación.
Así, la paz, que ya rechaza la violencia con su cara negativa, además
la trasciende. Llega a una vida ancha, abierta y compartida donde no
lleva el simple encadenamiento de Noes.
Curiosamente,
para esa cara de la paz hay una palabra que algunos de vosotros
conocéis, viene de Africa del Sur y la usa Nelson Mandela: “Ubuntu”.
Desmond Tutu la define así: “Una persona con ubuntu es abierta y está
disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazado
cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí
mismo ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece
cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son
torturados u oprimidos.”.
¿Qué significa una paz que trasciende la violencia?
Trasciende
porque simplemente sucede sin que tenga que haber violencia alrededor:
que una madre de el pecho al niño es tan evidente que en ninguna
historia del mundo aparece cuánto dieron de mamar las madres, en todo
caso cuántas madres mataron y violaron en las guerras… Eso no se
considera como paz, se considera como algo bueno, pero aparte. Pero a mí
lo que me interesa es que al hablar de paz eso vaya también dentro. Yo
aprendí de Adam Curle, un cuáquero que fue profesor en Harvard y luego
estuvo al frente de la escuela de paz en Bradford, que la paz no es una
cosa, sino una relación, un adjetivo. Hay relaciones de paz o de
hostilidad. Yo desde ahí desarrollo la idea de que las relaciones no son
un hilo, sino toda una madeja. Hay toda una madeja de relaciones. Toda
relación es un conjunto de relaciones. Y las vetas de guerra y de paz
están juntas, un resorte hace que salga una u otra, una relación u otra
determina tu acto. La relación no es un hilo, ni un alambre, sino una
cosa con muchos dedos con la que te estás tocando con otros. Todo lo que
sea compartir y convivir en equidad -entre personas de distintos sexos,
edades, lenguas, instrucción, situación legal o vínculos religiosos-
promociona la paz en sus rasgos positivos. Una necesidad humana es
compartir y al hacerlo brota alegría, gozo, hay celebración y fiesta,
irradia la cara positiva de la paz. Aquí la paz resulta difícil de ver
porque está demasiado a la vista, en otras ocasiones porque está oculta
bajo la violencia…
¿A qué te refieres?
La
cultura de guerra es hoy aún dominante y controla la comunicación. La
violencia llama más la atención, es más espectacular, deja en sombra a
la paz positiva. Por ejemplo, ¿qué sabemos de Serbia, de Colombia o de
Guatemala? Que allí hay mucha violencia. Bien, es cierto. Pero si lo
medimos todo por el grado de violencia, se nos escapa toda la dimensión
de paz positiva, cómo la gente abre sus vidas a otros. Y hay muchísima
en cada uno de esos lugares, como también, dicho sea de paso, en
Euskadi. “Colombia muere cada noche y resucita cada mañana”, es una
frase hecha allí. Una vez un cura de Medellín dijo que había que ver la
ternura que existe en las bandas de jóvenes: una violencia hacia afuera
terrible, pero una lealtad, una solidaridad, una entrega y una ternura
increíbles en el seno de las bandas, que es la que les falta en sus
familias. Lo que ocurre luego es que esa vida compartida sufre un vuelco
terrible en la frontera hacia lo que se rechaza y finalmente desgarra
también la paz dentro. El reto es cómo construir la paz sin una frontera
dura, con materiales más porosos e incluyentes.
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