"Toda ventaja nos hace perder una retícula de relaciones establecidas. Cada momento tecnológico es también un conjunto estable, independiente y (más o menos) positivo de intercambios mundanos. Toda pérdida, en este sentido, modifica al mismo tiempo las relaciones del hombre con las cosas y las relaciones de los hombres entre sí. La ecología ha hecho la crítica de los cambios que la Tecnología ha introducido en las relaciones del hombre con el mundo. ¿No es legítimo y necesario hacer lo mismo en lo tocante a las relaciones de los hombres con los hombres? ¿Una máquina muy buena para trasladarse en diagonal a velocidad vertiginosa no podría ser —en hipótesis— perjudicial para la mirada de los pintores y de los enamorados? Hay cosas que no se pueden hacer a caballo, es verdad, pero hay otras que sólo pueden hacerse a caballo. En coche se puede ir mucho más deprisa y transportar más objetos y personas, pero no se puede cazar un zorro. Bien, puede legítimamente considerarse que no es muy importante cazar un zorro (y que siempre se puede prescindir del entramado de intercambios sociales, económicos y culturales que acompañan a este deporte tradicional británico), pero con no menos legitimidad se puede considerar poco importante ir muy deprisa (la rapidez es menos una ventaja que un imperativo; tener un "micro-ondas" puede ser muy ventajoso cuando falta tiempo, pero lo que a todas luces constituye una ventaja, con "micro-ondas" o sin él, es tener tiempo). Quiero pensar -y lo declaro en voz alta para evitar equívocos— que no hay ninguna incompatibilidad esencial entre la Tecnología, por un lado, y el Mundo y la Cultura por otro; pero inevitablemente ocurre que, bajo ciertas condiciones y a partir de cierto nivel de acumulación y generalización (inseparable de esas condiciones) incompatibilidades muy serias se producen o pueden producirse. Pues bien, digo que lo razonable, cada vez que surge un conflicto entre la industria y el bosque o entre la rapidez y la conversación, debería ser discutir las ventajas enfrentadas y las consecuencias a largo plazo de la hegemonía de unas sobre otras; y digo que si jamás se discute es justamente porque, bajo las mencionadas condiciones, la Tecnología es indiscutible.
(...)
Planteémoslo a un nivel al mismo tiempo simple y fundamental. Uno enciende el fuego para calentarse; pero el fuego se mira. Uno enciende la estufa también para calentarse; pero no nos sentamos a mirar la estufa. Al reemplazar, por tanto, el fuego por la estufa estamos reemplazando una cosa digna de ser mirada por una cosa que no lo es. El ordenador tiene muchas más ventajas que el libro, pero no tiene ya ninguna relación con los árboles. Reemplazar el libro por la informática es reemplazar un objeto por un "soporte", un "símbolo" por un "signo", una secuencia por un montaje (son muchas, sin duda, las consecuencias antropológicas que podrían extraerse de la introducción de una tecnología que funde la escritura y el texto en un marco visual móvil mucho menos secuencial y mucho menos mecánico que la propia cabeza). Es absurdo, pues, pretender que un momento superior de la Tecnología conserva el mismo mundo, pero en una versión más accesible y confortable. Se trata sin duda de otro mundo y lo que habrá que probar (y no digo que no se pueda, pero habrá que hacerlo) es que las cosas que pueden hacerse muy confortablemente en este nuevo mundo son más importantes y más verdaderas que las que con más dificultades y menos comodidades (en términos siempre relativos, pues la tecnología, repito, hace ya varias décadas que ha superado en ciertos ámbitos el umbral de lo suficientemente útil) las cosas que se hacían en ese que la Tecnología ha hecho desaparecer. No veo ningún motivo para que la libertad no pueda expresarse así sin ser acusada de integrismo: "prefiero un calor que se mira a otro que no se mira" o "prefiero un símbolo a un signo"; el integrismo reside más bien, como demuestran los tecnópatas liberales, en defender la estufa no porque caliente mejor y el ordenador porque es más rápido que el papel y más flexible que el cerebro (cosa, sin duda, sensatísima) sino en defenderlos justamente porque suprimen el fuego y los "símbolos". Si los tecnópatas encandilados por los intocables del Progreso se limitaran a decir: "la estufa es maravillosa, lástima que sea mucho más fea que el fuego" o "la informática me "facilita mucho mi trabajo, lástima que no pueda guardar llores entre sus páginas", nadie podría poner en cuestión su capacidad para el razonamiento. Ahora bien, esta clase de tecnópata (...) quiere obligarnos a reconocer que el fuego sobra y que las flores son un atraso, y glorifica este mundo, en la fugitiva cima de una contemporaneidad inasible, precisamente porque no tiene ni fuego ni flores. Decir que la estufa es mejor que el fuego porque calienta mejor, y tolerar y hasta defender por este motivo su desaparición, es olvidar que el fuego sirve para muchas cosas para las cuales una estufa es completamente inútil. Es decir, supone felicitarse de vivir en un mundo en el que es mejor calentarse que calentarse-y-mirar, estar a gusto que estar-a-gusto-y-estar-pensativo, poner a secar los calcetines que poner-a-secar-los-calcetines-y-contar-un-cuento. Decir que el ordenador es mejor que el libro porque opera a mayor velocidad significa no sólo escoger un criterio de evolución —la eficacia o la rapidez— en lugar de otro -la durabilidad, por ejemplo, o la autoridad o la belleza— ; significa además vivir en un mundo en el que, si desapareciesen de él la durabilidad y la belleza, todo seguiría siendo siempre insuficientemente rápido, insuficientemente cálido, insuficientemente cómodo. En todo caso, la trampa del tecnópata consiste en plantear las cosas como si hubiese que elegir entre la comodidad y la belleza y llama así integrista al que defiende la belleza, pues le parece que quiere hacer pasar frío a los hombres; cuando lo cierto es que se limita a recordar que el fuego es mucho más interesante y que el libro está hecho de hojas de papel y que, si la resistencia a la tecnología tiene —como denuncia el tecnópata— consecuencias sociales, también las tiene el abandono del fuego y de los libros. Integrista, en definitiva, no es el que quiere tener calor y rojo al mismo tiempo sino el que celebra la desaparición del color rojo, y hasta la exige, convencido de que la necesidad de rojo se satisface con un poco."
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