Del genial libro "Noticias", de Alba Rico. Porque lo que no ha ocurrido es mucho más instructivo que los hechos reales para poder entender la realidad...
Noticia 41
13 de mayo de 2009. The Star Sucesos
Mantiene retenida una silla desde hace más de tres años «No me levantaré nunca más», ha declarado el perturbado.
Un perturbado de Preston (Inglaterra) lleva tres años sentado en la
misma silla y se niega a levantarse. William Forrester, cartógrafo de
cincuenta y siete años, se aferra a una vieja silla de la temporada
2006, pasada de moda y despintada, donde trabaja, come, duerme y hace
sus necesidades, atendido por el único de sus hijos que no lo ha
abandonado. Ni los señuelos ni las presiones han servido para disuadirle
de su actitud. Ha renunciado al remo, que tanto le gustaba, y a los
veraneos en Bath, donde tiene una casita, para poder proteger su silla
vieja.
Ni siquiera se ha dejado tentar por el nacimiento de su nieto ni
por una invitación a Palacio. E incluso se negó a atender una petición
de auxilio de su mujer, que se había caído en el baño, con tal de no
levantarse de su silla. «No pienso levantarme», ha declarado. «Mi mujer
puede marcharse, si quiere, pero mi silla no.» Y ha añadido: «Defenderé
mi silla hasta la muerte». Nadie comprende la actitud de Forrester.
«Todo fluye, todo cambia, todo se renueva, es la ley de la naturaleza»,
se indignan sus vecinos. Desde tiempos del filósofo Heráclito sabemos
que es imposible bañarse dos veces en el mismo río; desde hace algunos
años, tras el llamado «ajuste geológico global», sabemos también que es
imposible sentarse dos veces en la misma silla. Cada vez que nos
levantamos y volvemos a nuestra habitación, nuestra silla ha cambiado de
color; es distinta, más bonita, más cómoda, más nueva. Vamos al cuarto
de baño o a la cocina, o nos incorporamos para buscar un libro o un
papel, y al regresar nos han cambiado la silla por otra mejor. Apenas
alzamos el trasero un instante del asiento y la siguiente silla ya ha
sutituido a la anterior, en un proceso tan rápido e imperceptible que
basta reacomodarse un segundo sobre las piernas para que se produzca la
sucesión sin ningún peligro para el usuario. Al principio —recordarán
nuestros lectores— a todos nos gustaba poner a prueba el cumplimiento
de la ley y estrenar una silla nueva cada pocos segundos. Durante los
primeros meses, muchos europeos se pasaban el día levantándose y
sentándose, cada vez más deprisa, para ver aparecer, una detrás de
otra, sillas de nueva generación bajo sus posaderas. Un estudiante de
Salamanca, Jacinto Estrada, llegó a gastar en una sola jornada —el 9 de
enero de 2005— 84.223 sillas de todas las formas, materiales y
colores. Luego la fiebre pasó y hoy se calcula que cada europeo gasta
de media unas 25 sillas y sillones al día, sólo un poco por debajo de
EE.UU. (28) y Japón (27). Un estudio de la revista Forbes estima que un
ciudadano occidental de treinta y cinco años aún se sentará en unas
410.000 sillas distintas, cada vez más confortables y elegantes, antes
de morir.
Pero William Forrester, a pesar del deterioro de su salud y su
aislamiento creciente, se resiste insensatamente a este progreso. Sus
amigos y vecinos le han suplicado sin resultado que se levante,
escandalizados por este atentado al buen gusto y al sentido común. Por
su parte, la ODS ha convocado una manifestación bajo su ventana para
protestar por lo que considera un acto de crueldad y exigirle que deje
marchar la vieja silla y llegar la nueva. Como el «ajuste geológico
global» es un fenómeno reciente no hay todavía ninguna ley que prohiba a
los ciudadanos no levantarse de las sillas. «Nunca lo creímos
necesario», ha manifestado Robert Brian, dirigente de la ODS, «pero la
irresponsable e inexplicable actitud de Forrester nos obliga a proponer
al Parlamento una modificación del Código Penal.» La propuesta, de
momento, no cuenta con el apoyo de todos los grupos políticos. Cordón
Brown, líder laborista, prefiere no recurrir a medidas represivas: «La
vitalidad del mercado es irresistible; tarde o temprano, Forrester
tendrá que levantarse».
Preguntado por este periódico, Forrester asegura que eso no ocurrirá
jamás y trata de justificar su obstinación. «No es sólo que me guste mi
silla vieja; a veces también tengo miedo.»
Y enseguida ha añadido: «Tengo miedo, sí. ¿Nadie se ha preguntado
nunca de dónde vienen todas estas sillas y adonde van aparar?».
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