sábado, 26 de junio de 2010

Solidaridad y vacío

Solidaridad es una palabra grande. De esas que se escriben con mayúsculas, que crean silencio y consenso a su alrededor, de las que pocas personas se atreven a cuestionar.

¿Cómo no responder a las necesidades de los que no han tenido la suerte que otros hemos tenido?

¿Cómo no conmoverse frente a las desgracias que otros sufren?

¿Cómo negarse a echar una mano?

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Parece cómo si escuchar esta palabra, este mandato, activara de manera inmediata la búsqueda de soluciones, de alternativas, de caminos de salida frente al sufrimiento del mundo.

Y así se ponen en marcha campañas, manifestaciones, se movilizan dineros y conciencias en pro de las causas más justas, de los que más sufren, de los que esperan...

Pero, ¿qué esperan?

¿Una moneda? ¿Un proyecto? ¿Una solución?

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En un libro de Wresinski, aparece la siguiente historia:

Le encontré ahí, solo, sentado sobre un montón de maderas y cartones, en medio de lo que había sido su chabola. Una chabola que había construido para refugiarse. Le encontré ahí, por culpa de una soledad que le impone la miseria de sus padres.

La última vez, le vi en esta chabola que había construido con maderas y cartones sobre los cuales estaba sentado hoy. La había construido esperando que otros niños fueran a sentarse para compartir con el sus juegos, sus risas y sus sueños; esperando que los mayores se reunirían con ellos. ¡Había arreglado muy bien su chabola! La había amueblado con un colchón viejo como sofá; sobre una estantería se alineaban tres tazas y en un rincón una virgen vigilaba discretamente un calendario que indicaba el tiempo.

¿Por qué has abandonado tu sueño y roto tu chabola?, le pregunté.

He esperado demasiado, me respondió
Había esperado que alguien viniese a sentarse cerca de él, alguien de la vecindad o de otra parte, que su corazón le hubiese llevado allí.”

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Solidaridad, etimológicamente, significa “dar solidez, asegurar”. Y eso sólo se puede hacer a partir de raíces profundas y bien asentadas en su lugar. Si no, el viento lo llevará por delante. Y al acercarnos a ellas, desde la proximidad, abrirnos a compartir, a crecer juntos, a entrelazar el futuro y comprometerlo en una misma apuesta.

La solidaridad es un abrazo, son pequeños gestos, caricias, miradas, esperas... Que nos ayudan a mantenernos mutuamente en pie, que nos dan el calor suficiente para recrear la esperanza, que nos contagian y enamoran de la vida del otro.

Así, este abrazo nos abre al reto de construir con el otro, respetando al mismo tiempo el origen y las raíces de cada uno. Desde este compartir nos atreveremos a enfrentar juntos el vacío del sufrimiento y la incertidumbre de manera que, en vez de ocultarlo o negarlo, podamos lanzarnos hacia él para descubrir que es posible el vuelo en compañía.


Para Iciar, en el día de su bautismo

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