Y así, aparece el insigne presidente de los EEUU lanzando una "cruzada contra la desigualdad" con mensajes que, escuchados desde estas tierras, ponen en evidencia que no lo dice en serio, sino que lo mismo ha adelantado el día de los inocentes. Una muestra:
"Nuestro éxito no ha radicado en la supervivencia de los más fuertes,
sino en la construcción de una sociedad en la que todos salimos ganando"
Unas páginas más adelante, en el mismo periódico, aparece un artículo de opinión de Ignacio Urquizu, en el que se analiza la debacle del PSOE en las elecciones, atinando en mi opinión con uno de las razones fundamentales:
"Desde el punto de vista ideológico, el relato del PSOE en los últimos
años se ha centrado en exceso en cuestiones de derechos civiles y
libertades. En cambio, el objetivo redistributivo ha desaparecido del
discurso. De hecho, el último informe de la OCDE sobre desigualdad avala
que esta ausencia es algo más que retórica.
(...)
Es cierto que se han
incrementado las ayudas sociales, por citar dos ejemplos, las políticas
de dependencia o las becas de estudio. Pero se ha hablado muy poco de la
capacidad del Estado de bienestar para generar igualdad, Si comparamos
nuestro gasto social con el del resto de democracias, descubrimos que es
uno de los menos redistributivos.
En segundo lugar, parece haber
triunfado la idea -ampliamente extendida entre los economistas- de que
los impuestos no redistribuyen, sino que solo deben generar los ingresos
necesarios. Así, se ha tolerado la existencia de numerosas figuras
impositivas que permiten a los más ricos pagar un porcentaje menor de
impuestos que el resto de ciudadanos.
La redistribución siempre ha
formado parte de los objetivos prioritarios de la izquierda y, en
cambio, se habla muy poco de ella en los últimos tiempos. Es cierto que
el discurso socialdemócrata invoca en muchas ocasiones a la igualdad de
oportunidades. Pero redistribuir es algo más que garantizar las mismas oportunidades para todos, también significa mejorar las condiciones de
vida de los que menos tienen."
Parece claro que es un tema clave en estos momentos. La cuestión es hasta donde estamos dispuestos a avanzar en la lucha contra las desigualdades socialmente injustas. Si seremos capaces de lanzarnos con la idea de llegar hasta el final o hay barreras que siguen siendo infranquables, por resultar obvias todavía para la mayoría, y que terminan dejando fuera a los que están en situación de mayor exclusión. Y esto no es sólo achacable a la parte más institucional y establecida de la sociedad, sino que se da también en movimientos con espíritu transformador, como el 15-M, en el se pueden escuchar (está claro que entre otras voces diferentes, ahí está su riqueza) cosas como esta, que recuerdan que la visión del lumpenproletariado que ofreció Marx como impedimento para la revolución sigue muy de actualidad:
"Tess reconoce que "un porcentaje grande" de los que quieren vivir en los
edificios okupados son personas "que se creen con derecho a que les
abran una casa, pero que no están dispuestas a trabajar". Según ella, la
presencia de personas "sin pensamiento político ni social" puede dañar
la convivencia en las casas okupas. Otro problema que ya se experimentó
en el hotel Madrid, explica, es que hay distintos grupos que reclaman el
uso de estos edificios con motivaciones muy diversas. "La convivencia
entre personas de rollo callejero y familias desahuciadas,
acostumbradas a vivir en su propia casa, es complicada" explica Tess.
"Viven con códigos distintos". Destaca por ello la necesidad de
planificar las okupaciones para dar la mejor solución a las personas
desahuciadas y ampliar la red de edificios."
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