Anda Sara, mi hija de tres años, en plena etapa de miedos varios. Y se puso el otro día a dibujar aquellas cosas que le asustan. "¿Qué estás dibujando?", le pregunté. "Los monstruos sin nombre", me contestó.
Enseguida entendí su miedo. Porque es un miedo que yo comparto, y creo que much@s otr@s también.
Porque lo que no se puede nombrar, lo que no se puede mirar cara a cara, está fuera de nuestro control.
Desgraciadamente, nuestro mundo está lleno de esos monstruos-sin-nombre, utilizados para empequeñecernos, para que nos encerremos en una ansiedad que se pretende inmovilizadora. Así, de manera constante, quienes se erigen en portavoces del miedo enarbolan símbolos anónimos amenazantes: "los mercados", "la crisis", "el paro"...
Pero también hay otros monstruos-sin-nombre que no nos hablan desde fuera, sino desde nuestras entrañas. Y no sabemos cómo se llaman, pero si los miedos que movilizan: a la soledad, a la falta de valía, al sin-sentido...
Por eso es importante mirarnos a la cara, hablar y escucharnos, descubrir lo que compartimos e identificar junt@s lo que vivimos: nombrar la vida hasta donde podamos hacerlo, no para encerrarla, sino para atrevernos a aceptar su invitación a ir siempre más allá.
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