Es curiosa esta sensación de cierta orfandad que me sacude al recibir la noticia de la partida de Eduardo Galeano hacia ese horizonte que siempre marcha por delante. Y no tanto por sentir como parte importante de mi vida a alguien a quién no he visto nunca en persona, aunque me haya invitado a viajar, soñar y delirar en tantas y tantas ocasiones. Lo que más me sorprende descubrir es el convencimiento de que somos muchas las que nos sentimos hermanadas en esta orfandad que sentimos con su marcha. Y es que Galeano nos invitó, nos provocó a acercarnos, a mirarnos a los ojos, a abrazarnos, nos hizo reir, llorar y volar, nos empujó a sumergirnos y a compartir la vida con la seriedad que esta demanda. Ahí nos encontramos, ahí nos contagiamos, ahí nos prendimos unos fueguitos a otros.
Gracias, Eduardo.
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