Otro texto más del libro de Amaia Pérez Orozco, Subversión feminista de la economía. Lean, lean...
"El Estado del bienestar es el intento expreso de construir sociedad sobre la tensión capital-vida, ya que puede agudizarla o aminorarla por distintas vías, pero nunca eliminarla. El Estado puede establecer regulaciones que limiten el libre funcionamiento de los capitales, que redistribuyan lo que los mercados capitalistas distribuyen mal, guiarse por un principio de solidaridad y tender al reconocimiento de derechos universales. Pero, en última instancia, la tensión está ahí.
(...)
Dar por sentado el conflicto capital-vida implica que, en última instancia, los mercados capitalistas están situados en el epicentro. En particular, significa que los mecanismos del Estado del bienestar, fi nalmente, se ponen al servicio de la acumulación. En consecuencia, no hay estructuras colectivas que se encarguen de asegurar el proceso de sostenibilidad de la vida. Las responsabilidades que al respecto asume el Estado del bienestar son, además de parciales e incompletas, sumamente frágiles, y se ponen en jaque cuando la tensión es mayor, como en el presente momento de crisis. Posicionar a los mercados en el epicentro inhibe la existencia de una responsabilidad colectiva a la hora de poner las condiciones de posibilidad de la vida.
(...)
Por definición, en el capitalismo, la acumulación de capital es el proceso asegurado social y colectivamente, algo que se ha visto más claro que nunca en estos momentos de estallido fi nanciero. A partir de esta situación, los mercados capitalistas se han posicionado en el epicentro del conjunto de la estructura socioeconómica.
Esta centralidad se observa a un triple nivel, simbólico, material y político ya que atraviesa tanto las estructuras discursivas como las materiales, así como la forma que tenemos de contestarlas. A nivel discursivo, la lógica de acumulación, que encarna el progreso, centraliza los valores de esta Cosa escandalosa (es una lógica antropocéntrica, androcéntrica, heterosexista, neo-colonial) al imponer como elementos definitorios de lo humano los rasgos propios del BBVAh. Los mercados están en el epicentro simbólico en el sentido de que colonizan nuestra propia concepción ética y política de la vida. Nuestra noción íntima y profunda de nuestro ser, así como nuestros estilos de vida, son cómplices del propio sistema. Colonizan nuestra capacidad de reivindicación política, al hacer que nuestras prioridades de intervención queden en general encorsetadas en el terreno de juego de la acumulación (de forma clave, en la reivindicación de empleo y salario) y que nuestra capacidad de pensamiento utópico no vaya más allá del Estado del bienestar.
A nivel material, son los intereses de valorización (cada vez más los del capital
financiero) los que marcan el funcionamiento de las estructuras materiales. Entre otras, la organización de los tiempos sociales. En esta línea, decíamos antes que son los ciclos del capital los que imponen los marcos temporales a la política económica: si antes eran los del capital productivo (anuales), ahora lo son las miras a corto plazo del capital fi nanciero. Y esto ataca directamente los ciclos vitales humanos y ecosistémicos, que son mucho más largos. De forma similar, los horarios del mercado laboral responden a las necesidades organizativas de las empresas, desde los insanos trabajos por turnos, hasta la liberalización de horarios comerciales. Más allá, la propia concepción del tiempo como tiempo-reloj, cuantificable, homogeneizable, comparable, reductible al tiempo-dinero es propia del tiempo de vida puesto a la venta en el mercado, unificado por su precio.
La lógica de acumulación defi ne asimismo la organización de los espacios. El
proceso de urbanización responde a necesidades de la producción; las «ciudades
globales» (en términos de Saskia Sassen, 2003), que están hoy día en crecimiento y proliferación, responden a necesidades de concentración de los capitales financieros.
En un sentido amplio, la lógica de acumulación defi ne qué se produce, cómo,
cuánto, de qué forma se distribuye. En última instancia, situar a los mercados en
el epicentro significa someter una cantidad tal de recursos a su lógica (medioambientales, de tiempo de vida, territoriales, tecnológicos, etc.) que se genera un vaciamiento de otras esferas que actúan bajo otras lógicas; además, se instituye ese nexo calidad de vida-posicionamiento de mercado del que hablábamos antes y que decíamos que no era inevitable, sino históricamente determinado.
La lógica de acumulación define también el espacio priorizado de discusión
política. Aparte de las instituciones de la democracia representativa, los únicos
agentes legitimados para hacer política son los llamados agentes sociales, patronal y sindicatos, ambas entidades construidas a partir de la posición en el mercado. ¿Cuál es el problema? Toda regulación del mercado laboral se decide, en el mejor de los casos, mediante el diálogo tripartito que conforman estos agentes junto al gobierno. Pero las normativas sobre el trabajo remunerado afectan en realidad al conjunto de la vida. Más allá, lo problemático es que estos agentes sociales son los consultados y legitimados para cualquier otro debate, sea relativo a la sanidad, las políticas de igualdad o los procesos de integración regional. Quienes se supone que ejercen de representación de la ciudadanía son los sindicatos y estos vienen defi nidos por el lugar que se nos otorga en los ciclos del capital. La única faceta en la que a las personas se nos legitima como interlocutoras y se nos reconoce cierta capacidad de decisión sobre nuestras vidas es como esclavas del salario."
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