Hablamos mucho de pobreza, y de muchas maneras. En estos días, alrededor del 17 de octubre, día marcado en el calendario en torno a esta palabra, volveremos a hablar sobre ella y compartiremos informaciones, actos y conmemoraciones de muy diverso tipo. Serán diversas precisamente porque hay diferentes concepciones de lo que es la pobreza. Es, como muchos otros, un término tan usado para nombrar diferentes realidades que al final se ha convertido en un cajón desastre en el cabe casi todo, y que más que aclarar, nos confunde.
Pero creo que en este caso la tensión entre las diferentes realidades que cohabitan dentro de esta palabra nos confunde aún más que con otros términos. El primer significado que suele venir a la mente cuando pensamos en pobreza se relaciona con escasez de dinero y recursos. Sobre eso se suele hablar mayoritariamente en medios y discursos mayoritarios: niveles de ingreso, prestaciones, donaciones, ayudas... Algo que se puede resolver aportando bienes a quienes no los tienen. ¿Eso es todo?
No, no es todo. Ni siquiera esté bien enfocado el tema. Miramos a un lado mientras que lo esencial puede que esté en otro lugar. Una de las cosas que más me ha impactado desde que conocí
ATD Cuarto Mundo y lo que Wresinski llamó "
el pueblo del Cuarto Mundo", es que aquellas personas a las que se llama "pobres" hablan de lo insoportable que viven como algo que va mucho más allá de las condiciones materiales. Hablan del maltrato que sufren por parte de la sociedad y las instituciones, de desprecio, de sentirse ninguneados, del sufrimiento que provoca el no sentir reconocida su dignidad como personas. En este tiempo he conocido a familias del Cuarto Mundo de diferentes países, europeas, africanas, americanas... y pese a las realidades tan diferentes en las que viven, el punto común que he encontrado expresado en sus distintos idiomas es la misma frase:
"nos tratan peor que a perros".
Pero, ¿y si dejamos de hablar de pobreza, de qué hablamos? ¿Cómo nombrar esta realidad que genera tanto sufrimiento y que es intolerable para todo ser humano? Revisando la propia historia del 17 de octubre aparecen algunas pistas interesantes. Naciones Unidas reconoció este día en 1992 como Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, pero su origen se remonta al 17 de octubre de 1987, cuando Wresinski convocó una movilización ciudadana que culminó en la Plaza del Trocadero, en París, y que tuvo continuidad en años posteriores con otro nombre diferente al luego acordado por la ONU. La convocatoria original fue a conmemorar el Día del Rechazo a la Miseria, y su sentido quedó fijado en la placa que luego se ha reproducido en diferentes lugares del mundo, poniendo el foco sobre varios aspectos fundamentales:
«Allí donde hay personas condenadas a vivir en la miseria, los derechos humanos son violados.
Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado.
P. Joseph Wresinski
Miseria, no pobreza. Ese fue el término que eligió Wresinski, y que aparece en muchos de sus textos. Suena fuerte, demasiado fuerte, quizás por eso la hemos dejado de usar en estos tiempos, porque nos incomoda, nos violenta. Pero justamente ahí reside su importancia, su potencia. Nombra algo que es insoportable, y por eso molesta. Y nombra algo que va más allá del tener o no tener recursos, que tiene que ver con la mirada que se tiene sobre quien sufre esa condición. Nadie se autodefine como miserable, sino que se utiliza esta palabra para nombrar a quienes sentimos por debajo, no dignos de pertenecer nuestro mismo grupo o comunidad, para atacar, denigrar, distanciar... Por eso, cuando la cambiamos, como se ha hecho frecuentemente, por "extrema pobreza", tratando de explicar que no hablamos de cualquier tipo de pobreza sino de aquella que afecta a toda la persona, perdemos por el camino gran parte de su significado original. Un significado que va más allá de lo que se tiene o lo que no se tiene y que señala el lugar social y las relaciones que se tienen con el resto de la sociedad.
La miseria es una condena. Eso señala también la frase de la placa. Hay personas que son condenadas a vivir en la miseria, en condiciones de vida indignas, no por propia voluntad ni por dejadez, sino por nuestro modo de organización social, que les juzga y abandona en un lugar del que se pretende que no escapen. Esta imagen rompe con esa otra tan frecuente de "caer en la pobreza", como algo fortuito y de lo que se puede salir simplemente con el esfuerzo personal y quizás un poco de ayuda extra. Esos casos existen, pero no es lo que se vive desde la experiencia del pueblo del Cuarto Mundo. Quienes han vivido toda su vida en pobreza ven como hay dinámicas sociales que les atrapan impidiéndoles romper de manera definitiva con esa carga que arrastran, y que además se van transmitiendo de generación en generación, como una condena o una maldición que cae también sobre sus hijos y nietas (sobre esto estamos trabajando en una investigación de la que presentaremos resultados en unos meses, "
Romper con la herencia de la extrema pobreza"). La miseria no es algo puntual, episódico, sino que se construye y permanece a lo largo del tiempo, estrechando en gran medida el horizonte de liberación posible para quienes crecen atrapadas en ella.
Un tercer aspecto clave del texto de la placa es que la miseria se concreta en el
no reconocimiento de los derechos. Por eso, más allá de tapar carencias materiales, la esencial para escapar de esta situación es disponer de unas seguridades básicas e integrales que permitan aportar libremente a la sociedad, sin dependencias ni tutelas, creando vínculos y participando en la comunidad.
Por eso el llamado final no es a hacer donativos, aportar recursos, enseñar, ni siquiera a luchar... La invitación, la provocación, es a unirnos a aquellas que sufren la miseria en el día a día, a acercarnos y reconocernos... a partir de ahí, de ese mirarnos a los ojos desde la dignidad que compartimos, es como será posible entender mejor cómo actuar y lo que cada cual puede aportar para acabar con las dinámicas y estructuras que mantienen a tantas y tantas personas atrapadas en unas condiciones de vida que destruyen y matan día a día.
No lo llamemos pobreza si estamos hablando de tantas cosas que desbordan esta palabra. Necesitamos hablar más claro para entender mejor. ¿Es miseria la palabra que debemos usar? No lo sé... quizás sí, o quizás ya no y nos toca inventar otra... lo que sea... pero no dejemos de intentar nombrar lo insoportable de estas realidades...
rompamos el silencio, por más que moleste e incomode, y construyamos una nueva humanidad compartida.