martes, 3 de septiembre de 2024

Como siempre

 En silencio.

Tú que inundaste el mundo

de risas y cantos,

sigues en silencio.

Pero no callada.

Nunca supiste callar,

y por eso sigues hablándonos

en cada comida compartida,

en cada abrazo,

en cada sonrisa que busca 

una cómplice respuesta,

un brillo en los ojos,

prender la vida.


En silencio.

Pero presente,

como siempre.

Porque los ruidos y las luces,

tan llamativos,

eran fuegos artificiales

que disimulaban

tu apuesta vital

por una vida compartida,

ofrenda constante,

valiente, perenne.

Siempre disponible.

Siempre cerca

Siempre.


Ya no hay fuegos,

ya no hay ruidos.

Pero sigues estando presente

en el milagro silencioso 

de cada chispa de vida

compartida.


Como siempre.

martes, 17 de octubre de 2023

17 de Octubre, Día Mundial de la Erradicación de la ...


Hablamos mucho de pobreza, y de muchas maneras. En estos días, alrededor del 17 de octubre, día marcado en el calendario en torno a esta palabra, volveremos a hablar sobre ella y compartiremos informaciones, actos y conmemoraciones de muy diverso tipo. Serán diversas precisamente porque hay diferentes concepciones de lo que es la pobreza. Es, como muchos otros, un término tan usado para nombrar diferentes realidades que al final se ha convertido en un cajón desastre en el cabe casi todo, y que más que aclarar, nos confunde.

Pero creo que en este caso la tensión entre las diferentes realidades que cohabitan dentro de esta palabra nos confunde aún más que con otros términos. El primer significado que suele venir a la mente cuando pensamos en pobreza se relaciona con escasez de dinero y recursos. Sobre eso se suele hablar mayoritariamente en medios y discursos mayoritarios: niveles de ingreso, prestaciones, donaciones, ayudas... Algo que se puede resolver aportando bienes a quienes no los tienen. ¿Eso es todo?

No, no es todo. Ni siquiera esté bien enfocado el tema. Miramos a  un lado mientras que lo esencial puede que esté en otro lugar. Una de las cosas que más me ha impactado desde que conocí ATD Cuarto Mundo y lo que Wresinski llamó "el pueblo del Cuarto Mundo", es que aquellas personas a las que se llama "pobres" hablan de lo insoportable que viven como algo que va mucho más allá de las condiciones materiales. Hablan del maltrato que sufren por parte de la sociedad y las instituciones, de desprecio, de sentirse ninguneados, del sufrimiento que provoca el no sentir reconocida su dignidad como personas. En este tiempo he conocido a familias del Cuarto Mundo de diferentes países, europeas, africanas, americanas... y pese a las realidades tan diferentes en las que viven, el punto común que he encontrado expresado en sus distintos idiomas es la misma frase: "nos tratan peor que a perros"

En una investigación reciente junto a la Universidad de Oxford, "Las dimensiones ocultas de la pobreza", militantes Cuarto Mundo que viven en condiciones muy difíciles,  junto con académicas y profesionales de diferentes países del mundo, aportaron un nuevo marco para entender qué es la pobreza, ampliando el foco más allá de lo material para incluir aspectos relacionales y el sufrimiento personal que esta situación conlleva. Un paso importante, la verdad, para entender mejor... pero en el que seguimos encontrando por todos lados la palabra pobreza, tan usada y manoseada que en vez de clarificar nos confunde, creo yo. 

Pero, ¿y si dejamos de hablar de pobreza, de qué hablamos? ¿Cómo nombrar esta realidad que genera tanto sufrimiento y que es intolerable para todo ser humano? Revisando la propia historia del 17 de octubre aparecen algunas pistas interesantes. Naciones Unidas reconoció este día en 1992 como Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, pero su origen se remonta al 17 de octubre de 1987, cuando Wresinski convocó una movilización ciudadana que culminó en la Plaza del Trocadero, en París, y que tuvo continuidad en años posteriores con otro nombre diferente al luego acordado por la ONU. La convocatoria original fue a conmemorar el Día del Rechazo a la Miseria, y su sentido quedó fijado en la placa que luego se ha reproducido en diferentes lugares del mundo, poniendo el foco sobre varios aspectos fundamentales:

«Allí donde hay personas condenadas a vivir en la miseria, los derechos humanos son violados.

Unirse para hacerlos respetar es un deber sagrado.

P. Joseph Wresinski

Miseria, no pobreza. Ese fue el término que eligió Wresinski, y que aparece en muchos de sus textos. Suena fuerte, demasiado fuerte, quizás por eso la hemos dejado de usar en estos tiempos, porque nos incomoda, nos violenta. Pero justamente ahí reside su importancia, su potencia. Nombra algo que es insoportable, y por eso molesta. Y nombra algo que va más allá del tener o no tener recursos, que tiene que ver con la mirada que se tiene sobre quien sufre esa condición. Nadie se autodefine como miserable, sino que se utiliza esta palabra para nombrar a quienes sentimos por debajo, no dignos de pertenecer nuestro mismo grupo o comunidad, para atacar, denigrar, distanciar... Por eso, cuando la cambiamos, como se ha hecho frecuentemente, por "extrema pobreza", tratando de explicar que no hablamos de cualquier tipo de pobreza sino de aquella que afecta a toda la persona, perdemos por el camino gran parte de su significado original. Un significado que va más allá de lo que se tiene o lo que no se tiene y que señala el lugar social y las relaciones que se tienen con el resto de la sociedad.

La miseria es una condena. Eso señala también la frase de la placa. Hay personas que son condenadas a vivir en la miseria, en condiciones de vida indignas, no por propia voluntad ni por dejadez, sino por nuestro modo de organización social, que les juzga y abandona en un lugar del que se pretende que no escapen. Esta imagen rompe con esa otra tan frecuente de "caer en la pobreza", como algo fortuito y de lo que se puede salir simplemente con el esfuerzo personal y quizás un poco de ayuda extra. Esos casos existen, pero no es lo que se vive desde la experiencia del pueblo del Cuarto Mundo. Quienes han vivido toda su vida en pobreza ven como hay dinámicas sociales que les atrapan impidiéndoles romper de manera definitiva con esa carga que arrastran, y que además se van transmitiendo de generación en generación, como una condena o una maldición que cae también sobre sus hijos y nietas (sobre esto estamos trabajando en una investigación de la que presentaremos  resultados en unos meses, "Romper con la herencia de la extrema pobreza"). La miseria no es algo puntual, episódico, sino que se construye y permanece a lo largo del tiempo, estrechando en gran medida el horizonte de liberación posible para quienes crecen atrapadas en ella.

Un tercer aspecto clave del texto de la placa es que la miseria se concreta en el no reconocimiento de los derechos. Por eso, más allá de tapar carencias materiales, la esencial para escapar de esta situación es disponer de unas seguridades básicas e integrales que permitan aportar libremente a la sociedad, sin dependencias ni tutelas, creando vínculos y participando en la comunidad. 

Por eso el llamado final no es a hacer donativos, aportar recursos, enseñar, ni siquiera a luchar... La invitación, la provocación, es a unirnos a aquellas que sufren la miseria en el día a día, a acercarnos y reconocernos... a partir de ahí, de ese mirarnos a los ojos desde la dignidad que compartimos, es como será posible entender mejor cómo actuar y lo que cada cual puede aportar para acabar con las dinámicas y estructuras que mantienen a tantas y tantas personas atrapadas en unas condiciones de vida que destruyen y matan día a día. 

No lo llamemos pobreza si estamos hablando de tantas cosas que desbordan esta palabra. Necesitamos hablar más claro para entender mejor. ¿Es miseria la palabra que debemos usar? No lo sé... quizás sí, o quizás ya no y nos toca inventar otra... lo que sea... pero no dejemos de intentar nombrar lo insoportable de estas realidades... rompamos el silencio, por más que moleste e incomode, y construyamos una nueva humanidad compartida.



martes, 12 de septiembre de 2023

Respeto desigual

Desde hace dos años ando enredado en un proyecto de co-investigación entre personas del mundo académico, del activismo social y en situación de exclusión social sobre cómo romper con la herencia de la extrema pobreza. Y uno de los debates constantes que aparece es el del papel que juegan en la reproducción de la pobreza las dimensiones materiales y las relacionales. Quienes llevan toda la vida viviendo en condiciones muy difíciles insisten en lo importante que es hablar de lo que se suele dejar siempre en un segundo plano: la vergüenza, la culpabilización, el maltrato, la dignidad machacada... 

Leyendo el libro "El respeto", de Richard Sennet, me he acordado en muchos momentos de todo esto. Su relato parte de la experiencia personal de haber vivido sus primeros años en un barrio "marginado", así como su posterior "fuga" del mismo, para luego revisar como se cruzan las instituciones de asistencia social con la cuestión de la desigualdad y el respeto. Hay partes del libro que pasean por cuestiones clave, como las relaciones entre solidaridad, caridad y compromiso, el equilibrio entre implicación emocional y rol profesional, etc. Pero quiero recuperar algunas líneas que me parece que iluminan de manera especialmente clara algunos elementos sobre los que no se suele reparar tanto, como por ejemplo los malestares que provoca la desigualdad y cómo bloquea las relaciones más allá de las buenas intenciones:

"Para que los profesionales con educación superior y trabajadores no cualificados puedan hablarse libremente se necesita mucho tiempo y una gran dosis de confianza; la gente de vida afortunada tiene dificultades en "relacionarse" con la experiencia de gente forzada a permanecer en la estrechez de la rutinas.

La desigualdad puede crear malestar y el malestar alimenta un deseo de conectar, aunque la conexión sea tácita, silenciosa, circunspecta. Esta cadena emocional de acontecimientos complica el precepto de "mostrar respeto" por alguien que ocupe un lugar más bajo en la escala social o económica. Se puede temer que la estima parezca condescendencia y, por tanto, retraerse. Además, la conciencia de los privilegios propios puede provocar malestar. Paradójicamente, la angustia del privilegio puede agudizar la conciencia de quienes tienen menos; es una angustia que difícilmente se declara."

Especialmente clarividente me parece el señalamiento que hace de la autonomía como el elemento clave de la construcción del respeto mutuo, una autonomía que parte de reconocer que la otra persona se nos escapa, es más grande que la imagen que nos hacemos de ella, y que eso es una riqueza:

"La autonomía no es un simplemente una acción; también requiere una relación en la que una parte acepte que no puede comprender algo de la otra. La aceptación de que hay cosas del otro que uno no puede comprender da al mismo tiempo permanencia e igualdad en la relación. La autonomía supone conexión y a la vez alteridad, intimidad y anonimato. 

La historia de la burocracia de la asistencia social es una historia en la que está excluido precisamente este elemento de la autonomía. A los fundadores del estado del bienestar les pareció que para proveer a los menesterosos se requería una institución que definiera qué necesitaban los destinatarios del servicio. Les habría parecido irracional proporcionar recursos sin enunciar claramente sus usos, pero el resultado fue que la burocracia no aprendió a admitir la autonomía de aquellos a los que servía."

¿Qué hacer frente a estas desigualdades? ¿Cómo construir relaciones de respeto en un mundo desigual? Sennet no ofrece recetas, pero sí algunos ejes clave a los que poder agarrarnos:

"Las soluciones sociales se muestran con más claridad cuando se consideran las desigualdades que empañan los tres códigos modernos del respeto: hacer algo por sí mismo, cuidar de sí mismo y ayudar a los demás. Es posible, en cierto sentido, eliminar la mancha honrando la diferenciación de logros prácticos más que privilegiando el talento potencial; admitiendo las justas reivindicaciones de la dependencia adulta y permitiendo a la gente participar más activamente en las circunstancias de su propio cuidado."


miércoles, 14 de junio de 2023

Gracias por tantas gracias

 Yo debía de tener 12 o 13 años. Una noche, haciendo zapping, encontré por sorpresa a un grupo argentino que enseguida me atrapó. Sus juegos de palabras, su humor limpio y sin frenos, las sorpresas escondidas tras cada giro de una historia o una canción... Me atraparon, sí. Todavía eran los tiempos del VHS, así que metí una cinta en el vídeo y la puse a grabar. Durante mucho tiempo mi hermano y yo veíamos en bucle esa actuación incompleta que habíamos grabado sobre la marcha, a la media hora de empezar. Nuestro vídeo comenzaba con esta presentación, nunca la olvidaré:


Al cabo de unos meses encontramos el vídeo completo de la actuación. Todo un tesoro. Años después, les pudimos ver en directo en el Palacio de Congresos. Un regalo inmenso. Y a lo largo de este tiempo, fuimos descubriendo y recuperando muchas de sus actuaciones previas, asomándonos a un mundo de risas infinitas y música deslumbrante. El mundo de Les Luthiers.






Pero como pasa con muchas otras cosas, el tiempo va amontonando nuevas rutinas y esos recuerdos van quedando atrás... Les Luthiers volvieron varias veces a actuar a España, pero ya no volví a verlos. Además, los fallecimientos de Marcos y Daniel, quienes más daban la cara y dejaban huella, me hicieron pensar que quizás ya no podían dar más de sí... hasta que hace unos días mi hermano compartió conmigo una entrada que le habían regalado, y de nuevo me encontré frente a su creatividad e ingenio, de nuevo riendo a más no poder y deslumbrado por sus inventos musicales. Sí, solo quedaban dos del grupo del que yo me había enamorado, pero han conseguido crear una nueva obra fiel a su esencia y brillante como siempre. Y pese que muchas caras del grupo las veía por primera vez, la sensación era de volver a casa, de encontrarme con unos viejos amigos que me han acompañado durante muchos años. El último encuentro ya, porque se despiden de los escenarios definitivamente. El último encuentro, el último abrazo para poder decir, a medio camino entre la carcajada y la lágrima, gracias, muchas gracias. Gracias por tantas gracias. 

Con esta pieza se despidieron. Grandes, muy grandes.


jueves, 5 de enero de 2023

¡Me pido Impro!

Un nuevo año arrastrando cansancios e incertidumbres, miedos y frustraciones, sin saber muy bien si es mejor avanzar o retroceder, cómo voy a hacer, cómo vamos a hacer, para apañárnoslas frente a lo que venga, lo que quiera que sea. ¿Todo queda a merced de la improvisación? Ojalá... siempre y cuando no entendemos esta como hacer lo primero que se nos ocurra, sino teniendo presentes las claves del teatro de la impro. ¿No las conoces? Pues nunca es tarde... Yo para este año es lo que pido, seguir aprendiendo a estar y construir "en clave impro".

  • Aquí estoy, acá estás. Salir a escena (¿y que es la vida sino un escenario continuo?) sin saber lo que está por venir, con la única certeza de que nos la jugamos juntxs. Frente a la incertidumbre, la red que da seguridad es la misma que nos vincula, la que nos sostiene construyendo un nosotrxs dispuesto a...
  • Escuchar y actuar. La escucha es clave. Entender lo que la otra persona dice con sus palabras y con sus silencios, con lo que hace y lo que abandona. Pero esta escucha no se construye desde la barrera, a la espera del dejarse llevar, sino dejando al mismo tiempo que nuestro cuerpo y nuestra voz hablen, compartiendo y generando mientras nos dejamos empapar por lo que hay alrededor, en una dinámica de...
  • Entregar y acoger. Lo que aporto enriquece la escena, siembra posibilidades. También siembran lxs demás compañeros que se la juegan a mi lado, y es tarea conjunta preparar el terreno común para que pueda haber frutos que transformen las promesas compartidas en realidades, en una apuesta constante por sumar aceptando el...
  • "Sí, y también...". Todo lo recibido puede aportar, abrir vías, descubrir nuevos caminos. Negarlo supone gastar energías que rompen y no construyen, que paralizan el paso. Y decir "sí" no es renunciar a la crítica o la propia visión, sino buscar un punto de apoyo que nos permita avanzar aportando de la propia cosecha un "y también...", sin que nadie se pierda por el camino, siempre y cuando nos reconozcamos como compañerxs en este juego continuo entre...
  • Conservar e inventar. El presente, el momento concreto, no se encuentra en el vacío, sino dentro de una trayectoria en la que algunas de las cosas, historias o emociones compartidas previamente puede convertirse en tesoros que nos ayuden a encontrar un sentido, un hacia donde seguir haciendo camino, creando nuevas posibilidades y mundos en los que poder reconocernos...
  • Nosotros y la historia. Somos personas, sí. Pero no aisladas. Nos enredamos con quienes nos rodean y con lo que vivimos, con las casualidades y con las búsquedas propias y compartidas, haciendo historia y reconociéndonos más allá de las individualidades, incluso atreviéndonos a darnos un nombre colectivo desde el que invitar a otros a...
  • Compartir y saborear. El círculo se amplía, siempre en movimiento, y se transforma en espiral. Una espiral de sentimientos, risas, descubrimientos, rarezas, lugares comunes, silencios, canciones, juegos... Siempre apostando, a veces con éxito, a veces fracasando. Pero siempre ganando. Cuando menos, ganando la oportunidad de volver a empezar, contigo al lado, una vez más. 

lunes, 31 de octubre de 2022

¿Y si dejamos de resistir?

Vivimos días extraños, tiempos agónicos que nos atrapan entre el derrumbe de algunos (¿o muchos?) logros sociales conquistados a lo largo de décadas y la amenaza inminente de un colapso que no terminamos de saber en qué va a consistir, pero sí que se anuncia bastante catastrófico. Tiempos cada vez más estrechos entre ese pasado que nos abandona y ese futuro que se abalanza, dejándonos un presente cada vez más estrecho y asfixiante. Y en este pequeño espacio en el que vamos haciendo equilibrios para no caer, con lo difícil que nos resulta mirar hacia ese futuro que nos angustia, muchos terminamos girando el rostro hacia lo que vamos perdiendo mientras lanzamos un llamamiento a resistir.

Frente a la destrucción del sistema público de salud, frente al abandono de la escuela pública, frente a la precarización de las condiciones de vida y trabajo, frente al crecimiento del individualismo, la fobia al que es diferente y la polarización social extrema, la consigna es similar desde muchos lados: ¡Resistir! ¡Resistir! ¡Resistir!

Pero frecuentemente en esa resistencia no hay esperanza. Es una resistencia que llama a aferrarse al pasado, a herramientas o dinámicas que en otros momentos funcionaron, pero que van perdiendo pie en la realidad actual. Es una resistencia que apela al deber, a la responsabilidad, atrapando toda la energía en proteger algo agónico y en retirada, sabiendo que no es posible evitarla, pero al menos haciendo su desaparición más lenta, más suave, aunque quizás también más dolorosa.

¿Y qué pasaría si en vez de aferrarnos a esa resistencia liberamos la energía que esta nos consume para poder enfocarla a acoger lo que va llegando y acompañar a partir de ahí los procesos en marcha que nos permitan desarrollar nuevas herramientas? Acoger no quiere decir aceptar o aprobar, sino recibir lo que hay, no lo que nos gustaría que hubiera, no lo que creemos que debería ser, ponernos en movimiento a partir de ahí en vez de tratar de echar el pie a tierra y fracturarnos superados por la apisonadora de estos tiempos cada vez más acelerados.  

Dejar de resistir no tiene porque ser abandonar. Ni dejar de estar donde estamos para escondernos en un lugar cómodo. Ese es otro tipo de parálisis que también nos anula. Dejar de resistir tiene sentido si conseguimos hacer algo tan simple y tan complejo al mismo tiempo como cambiar el foco. Asumir el momento presente, con todas sus dificultades, no como un tiempo del que protegerse mirando al pasado, sino como el espacio en el que es posible sembrar semillas que puedan germinar en el futuro. Semillas que no surgen de la nada, sino que son fruto de todo lo que fue capaz de generar vida anteriormente, aunque ahora no puedan florecer por los vientos que soplan en contra. Semillas que cada cual llevamos en nuestra mochila, pero no como algo estático, ya que se pueden seguir transformando, incluso generando otras nuevas, a través de encuentros, de movimientos que nos llevan, que nos comparten, que nos cruzan con otras personas y grupos permitiéndonos aprender sobre todo de quienes son más diferentes, de quienes nos resultan más invisibles u ocultos.

Este es el gran reto: abandonar la búsqueda del triunfo presente como principal horizonte, levantar la mirada para habitar plenamente los espacios y tiempos por los que nos movemos, dejándonos afectar por la realidad, buscando encuentros que nos empujen a transformar lo posible y a sembrar lo que todavía no lo es, preguntándonos quiénes somos en todo esto junto con otras que andan también en camino, mirándonos, tocándonos y tomándonos el tiempo necesario para reconocernos, para atrevernos a inventar un nombre colectivo en el que muchas se reconozcan para desde ahí transformar cada calle, cada pueblo, cada mundo. 

¿De qué manera situarnos para ser semilla? ¿Cómo poder enriquecerla junto a otras? ¿Hacia dónde dejarla ir?

Los vientos siguen soplando...


Texto que toma muchas ideas de diversos escritos de Amador Fernández-Savater y su libro "Habitar y gobernar"




miércoles, 25 de mayo de 2022

¿De qué participación hablamos cuando hablamos de participación?

 La participación es una de esas palabras que se ha ido transformando en fetiche, que por todos lados se nombra y en ningún proyecto que se precie puede faltar, pero sobre la que hay tantas perspectivas y visiones que cuesta entender a qué nos referimos cuando la utilizamos. 

En los últimos tiempos he revisado más este tema en el ámbito de la Acción Comunitaria en Salud, al encuadrarse más mi actividad en este campo. Y ahí he encontrado algunos materiales interesantes para clarificar las claves de una participación efectiva, primero en la Guía para profesionales sobre Participación Comunitaria, luego con una Guía ciudadana Participar para ganar salud y posteriormente con el esquema de las dimensiones de la participación que recogimos en la Guía de Acción Comunitaria para ganar salud
Ministerio de Sanidad. Acción comunitaria para ganar salud.
O cómo trabajar en red para mejorar las condiciones de vida. Madrid, 2021.



Hasta ahora este esquema me parecía el más completo, al explicar que la participación debe apuntar al mayor grado de interacción/capacidad de decisión posible por parte del vecindario, pero también que dos elementos clave de la misma son el alcance (a cuántas personas se está implicando en el proceso) y la amplitud (la diversidad de las personas que participan).

Sin embargo, revisando las experiencias de trabajo y reflexiones que aparecen en el libro "Recorriendo veredas para colaborar en el desarrollo humano sostenible", que recoge la experiencia de 25 años de trabajo del Programa de Investigación Interdisciplinario "Desarrollo Humano” de la Universidad Autónoma de México Xochimilco, me doy cuenta de que este tipo de abordajes que venía manejando se centran mucho en el "cómo", pero no en el "para qué" de la participación. Y en realidad esta cuestión es clave, quizás la más importante, ya que plantea el sentido que tiene, lo que buscamos al promoverla y hasta dónde podremos llegar con ella. 

En el capítulo del libro dedicado a la participación diferencian dos visiones diferentes sobre esta:
  • Visión instrumental: se invita a la ciudadanía a colaborar en la gestión de proyectos, o políticas públicas locales, incrementando su eficiencia y eficacia. De esta manera, los procesos participativos están dentro de márgenes predefinidos y los instrumentos para la participación son poco flexibles y están diseñados para obtener resultados previstos con anterioridad. 
  • Visión estratégica: pretende desarrollar un proceso participativo "de abajo hacia arriba", que no solo responda a los deseos y demandas de la ciudadanía sino que busque promover cambios en las relaciones entre esta y las instituciones, generando contrapoderes y nuevas formas de consenso   
Frecuentemente se promueve la participación instrumental argumentando que a través de ella se pueden promover cambios que de otra forma no serían posibles. Se considera que otorgando un papel en la toma de decisiones a sectores habitualmente no tomados en cuenta se fortalece el desarrollo de los proyectos y se avanza en el cumplimiento de ciertos derechos sociales básicos. De esta manera, la participación se da por medio de un cierto nivel de representación en espacios de decisión por parte de sectores considerados prioritarios (población en situación de pobreza, mujeres, minorías étnicas). Esto, además, proporciona cierta legitimidad a las acciones a desarrollar y se ofrece como una forma de posibilitar el empoderamiento de estos sectores. Pero un empoderamiento limitado dentro de los márgenes abiertos por la institución. 

A diferencia de la participación instrumental, que se limita a la definición y acotamiento de un conjunto de necesidades a resolver y a la identificación de ciertos satisfactores, cuando la participación se aborda desde una perspectiva estratégica las necesidades identificadas apuntan a generar cambios en el sistema de relaciones técnico-económicas, sociales, culturales y políticas, lo que da a éstas el carácter de necesidades radicales. Así, por ejemplo, esto implica pasar de la salud entendida como necesidad individual a la salud como necesidad de cambiar diferentes relaciones (de trabajo, de género, etcétera) que impactan directamente las condiciones de vida. Implica pasar de la educación asumida como necesidad de instrumentar un cierto conocimiento a la educación como valoración cultural y base para el ejercicio de los derechos sociales, culturales y políticos.

No hay que desdeñar los avances que se pueden lograr con una participación instrumental, pero si ser conscientes de sus limitaciones, sobre todo en relación a abordar las condiciones que originan y reproducen la exclusión social y los factores que explican la negación de los derechos económicos, sociales, políticos y culturales de los sectores a quienes se pretende abrir canales de participación. Es en este sentido en el que la participación estratégica abre nuevas puertas al incorporar el cuestionamiento de las relaciones entre los diferentes actores sociales y de las dinámicas de poder existentes entre ellos, promoviendo una transformación de estas y a una resignificación de los valores y las instituciones.

Participación, sí, claro... Pero, ¿para qué? ¿desde dónde? ¿con quién?

Nadie dijo que fuera fácil... (o, si lo dijo, quizás es que nos estaba engañando).




jueves, 31 de marzo de 2022

En guerra

 "¿Dónde estarán los pobres?", se preguntaba uno de los responsables políticos de la Comunidad de Madrid hace unos días. Que lo que dicen los informes él no se lo cree. 

Igual que hace unos años, en 2017, un compañero suyo, responsable de Servicios Sociales en su momento, reconocía haber encontrado "ausencia de fraude" tras haber investigado a quienes percibían la Renta Mínima de Inserción (porque ya se sabe, a quienes perciben esta prestación que solo se da cuando no se tienen ingresos para poder subsistir hay que vigilarlos bien, que seguro que nos engañan). Con unos niveles de fraude mínimo y unas esperas de varios meses para acceder a una ayuda de subsistencia, ¿Qué decidieron hacer? No, no contrataron más técnicos para tramitar las solicitudes, sino más inspectores para revisar más expediente y comenzar una cascada de suspensiones irregulares del RMI a miles de familias, en procesos que les dejaban en indefensión jurídica, como señaló el Defensor del Pueblo. Una dinámica de acoso constante que continúa actualmente con las trabas burocráticas en el tránsito del cobro de la RMI al Ingreso Mínimo Vital. Así, no es extraño que el Relator de Extrema Pobreza y Derechos Humanos, en su informe sobre la pobreza en España de 2020, destacara el sistema de Rentas Mínimas de Madrid como ejemplo de mala praxis, señalando que "está estructurado intencionalmente para excluir a las personas o está extremadamente mal diseñado"

Tampoco quieren ver chabolas en Madrid, o al menos no las veían en 2015, cuando declararon el fin del chabolismo. Más bien lo que se acabaron fueron los intentos de desarrollar políticas en clave de integración (un proceso analizado en el informe "Realojando Derechos"), pasando a una fase en la que parece que por lo que se apuesta es por la "desintegración" literal de barrios como la Cañada Real, ya que se han hecho más esfuerzos por parte del gobierno regional en criminalizar a la población que vive allí que en garantizar su derecho al acceso a un bien básico como es la electricidad. Y en este esfuerzo por darle la vuelta a la tortilla, en vez de preocuparse en revertir la insuficiencia de políticas de vivienda social (agravada por la venta de vivienda pública realizada por el propio gobierno regional) frente a la gran cantidad de familias que no tienen acceso a un hogar digno, dedican su tiempo y energías a alimentar el miedo a la ocupación, escondiendo que gran parte de quienes recurren a esta opción de alojamiento lo hacen por no encontrar ninguna otra opción para no quedar en la calle y ver romperse su familia. 

Sí que quieren ver, sin embargo, a quienes vienen a España de "turismo sanitario": 50 personas en todo Madrid, según las últimas informaciones. Eso sí, esa búsqueda incansable de barreras para proteger nuestro sistema sanitario ha excluido del mismo a 27.000 personas, sin avisar a muchas de ellas de que se les había dejado fuera y las razones para ello, y con una lista de espera para poder volver a regularizar su situación sanitaria de hasta 6 meses. 

Y qué decir de la educación y la atención a la diversidad y a las niñxs con dificultades de diverso tipo. Quizás el mejor ejemplo del modelo con el que funciona el gobierno de la comunidad de Madrid sea el de la comida basura que se les dio a lxs peques con menos recursos económicos durante los meses de confinamiento del principio de la pandemia: cualquier cosa vale, no merecen mucho más, y siempre es mejor poner la vista en los beneficios empresariales que se pueden generar a su costa, más que en lo que a ellxs les pase. 

Está claro donde está su mirada. También lo que no quieren ver y, sobre todo, lo que no quieren que veamos. No quieren que veamos a quienes viven en pobreza, ni tampoco la manera en la que sus políticas de abandono y maltrato hacia esta población multiplican su precariedad y dificultades.

"Nos tratan como enemigos", decía uno de los participantes en la investigación "La miseria es violencia". Si, así es. Enemigos a los que se ataca de manera constante, privándoles de derechos, incluso de reconocimiento como personas, y generando campañas de desinformación continua que les señalan como culpables de su situación (desgraciadamente, las "fake news" acompañan a quienes viven en pobreza desde mucho antes de que se popularizara este término).

"Nos tratan como enemigos". Sí, así es. Algunos tratamos de luchar contra la pobreza. Otros, como el gobierno de la Comunidad de Madrid, están también en guerra. Pero en guerra contra los pobres. 



P.D. Hoy se anuncian ayudas millonarias en Madrid para situaciones de emergencia. ¿Servirán también para revertir las emergencias creadas por las políticas persecutorias de Renta Mínima? ¿Para las personas desahuciadas por la Agencia de Vivienda Social? ¿Para pagar gastos de calefacción o paneles solares en la Cañada Real con acceso bloqueado a la electricidad? ¿Para ayudar a pagar las medicinas o facturas médicas a quienes han sido expulsadas del sistema sanitario?

jueves, 6 de enero de 2022

Ser mago

 Levantar la vista,

aprovechar la oscuridad 

que esconde el barro cotidiano

para encontrar una pista,

un reflejo

que marque un nuevo rumbo

en búsqueda de horizonte.


Emprender camino, 

fiarse de la sed que empuja

alimentando una nueva esperanza

en medio de la noche.


Confluir, encontrarse,

hacerse compañía

al compartir el paso,

la palabra y los silencios

que acompañan la búsqueda.


Saber esperar el momento,

descubrir el lugar,

atender al milagro

que desde lo más pequeño,

lo más oculto,

lo más despreciado,

se ofrece.


Acercarse.

Agradecer.

Compartir los dones.

Celebrar.


Así, año tras año.

Vida tras vida.


Hoy, esta noche,

levanto la vista

buscando una estrella.


Quiero ser mago.

Eso pido.

Eso me pido.

Eso nos pido.




domingo, 2 de enero de 2022

Ahora


 

Cristales por el suelo.

Rotos.

Gotas de  sangre,

¿de quién son?

Abrazos perdidos.

Risas esquivas.

Añoranzas.


Restos de un naufragio.


Reflejos de un pasado 

que nunca volverá.

Ningún pasado lo hace.

Espejos que escudriñar 

para encontrar las piezas

con las que construir futuro.


Semillas de esperanza.


La semilla siempre rompe

para poder dar vida.

La vida cuando rompe

se regala en semillas.


Ahora.


Nosotrxs.




domingo, 26 de diciembre de 2021

¿El fin de la alegría?

Justo en estos días en los que andamos con las celebraciones navideñas puestas en jaque por la nueva ola pandémica, de manera que las mascarillas, distancias y aislamientos se imponen en el imaginario y en muchas prácticas a los abrazos, bailes y a los grandes encuentros que siempre se asociaron a estas fechas, termino de leer el libro de "Una historia de la alegría", de Barbara Ehrenreich. Este libro realiza un recorrido histórico de las celebraciones comunitarias expresadas a lo largo de los siglos en banquetes, disfraces y bailes, ayudando a reconocer lo que nos dicen estas experiencias sobre nuestra dimensión social y colectiva, pero también cómo han sido perseguidas a lo largo de la historia. Porque en muchas ocasiones se ha señalado el papel de estas celebraciones (como por ejemplo el carnaval, o los conciertos de rock en los años 60) como una válvula de escape que favorecía el "status quo", pero revisando la historia se puede ver cómo estas dinámicas han sido perseguidas por quienes ostentaban el poder en cuanto han visto que podían resultar una amenaza para su posición jerárquica. Y es que los rituales comunitarios de las poblaciones subordinadas refuerzan la unión entre estas y favorecen la puesta en cuestión del orden establecido, por ejemplo a través de la parodia de los gobernantes y la Iglesia en el contexto del carnaval. De hecho muchas revueltas se han asociado a momentos carnavalescos, de manera que en muchas ocasiones se ha tratado de prohibir el carnaval, y muchos de los movimientos reivindicativos más potentes se han apoyado en elementos de este tipo como dinamizadores.

Estos rituales comunitarios ahora nos parecen lejanos y extraños, y nos han enseñado a verlos como propios de "otros" con costumbres atrasadas o poco racionales. Enseguida lo asociamos a imágenes como las de las celebraciones religiosas de tipo extático, pero hay otros ejemplos quizás más cercanos para muchos como pueden ser los conciertos (el papel de la música en este tipo de experiencias es clave) o los partidos de fútbol (donde en muchos casos el público no se limita a ser espectador, sino que participa en el propio "ritual" vistiéndose, cantando, construyendo mensajes, etc.). Y es que cuando nos unimos a la multitud, la fuerza colectiva que la mueve puede llevarnos a lugares donde individualmente nunca llegaríamos, y desde un rol activo, participante, no de mero espectador. Por eso da tanto miedo, especialmente a quienes más tienen que perder con la unión de gentes diversas y anteriormente dispersas, de repente unidas en un actuar común con una potencialidad enorme. Y por eso también se dedican tantos esfuerzos a controlar y dispersar esos movimientos, en las últimas décadas principalmente potenciando dinámicas de consumo y espectacularización (en el sentido de volvernos meros espectadores) que nos resitúan contantemente como receptores de productos y contenidos.

Pero, sin embargo, a pesar de la represión, la capacidad de festejar colectivamente se ha ido manteniendo a lo largo de la historia, buscando nuevas formas y maneras. La capacidad para la alegría colectiva se muestra así codificada en nuestro interior casi tan profundamente como la capacidad de amor erótico. Es posible vivir sin ella, pero favoreciendo así el riesgo de la depresión solitaria. Y ahora, justamente, como uno de los principales efectos de estos tiempos pandémicos y de distanciamiento social (nos teníamos que separar físicamente, pero se decidió llamarlo "distancia social", algo que me sigue resultando incomprensible), nuestra salud mental se ha visto seriamente afectada, especialmente en los sectores más jóvenes, justamente a quienes por edad les correspondería experimentar encuentros, rituales y formas de construirse en común. En nombre del cuidado de la salud y del cuerpo, hemos inmovilizado este, haciendo más difícil su encuentro con otros, su puesta en juego a través del abrazo, del baile y la celebración común. Para salvarlo, lo hemos encerrado. Pero la historia de la alegría nos dice que esto no tiene porqué ser para siempre... ¿Cómo hacemos para no perder esta dimensión esencial de lo que somos? ¿Cómo generar nuevas vías que den paso a este movimiento de fondo para retomarnos en común, cuerpo a cuerpo, capaces de celebrar nuestra capacidad de transformar el mundo desde lo horizontal, desde el cara a cara, frente a jerarquías y estructuras de poder sostenidas sobre la explotación de tantas y tantos?

Pues no sé muy bien como... Pero me resulta muy sugerente el final del libro que comento. Sí, un poco de spoiler, pero... para ponernos a la tarea:

"Hace un par de años, en la soberbia playa de Copacabana, en Rio de Janeiro, donde las montañas caen en picado hasta el mar, mi compañero y yo oímos el sonido de unos tambores. Caminamos hacia el norte a lo largo de la playa, y nos cruzamos con un grupo de bailarines de samba, que avanzaban en filas de unas diez personas y ocupaban la longitud de casi una manzana. Alguien nos dijo que eran miembros de una escuela de samba y practicaban para el carnaval. El grupo estaba compuesto por personas de todas las edades, desde pequeños de cuatro o cinco años hasta octogenarios, hombres y mujeres, algunos soberbiamente vestidos y otros con la camiseta de tirantes y el pantalón corto que constituyen el uniforme de calle en Río. Para un misionero del siglo XIX, o incluso para un puritano religioso del siglo XXI, sus movimientos hubiesen parecido lujuriosos, o al menos insinuantes. Sin duda, el mero hecho de que una multitud de gente de piel tostada hubiese conquistado las calles ya habría sido sumamente turbador. Pero la escuela de samba se dirigió bailando a la arena con una dignidad perfecta, arropada en su propio ritmo, los rostros de los bailarines agotados y resplandecientes, como presos de una exaltación caso religiosa. Un joven delgado de piel café con leche que bailaba justo detrás de los músicos marcaba el ritmo. ¿Qué era en la vida real? ¿Un empleado de banco, un ayudante de camarero? Aquí, con su brillante atuendo de plumas, era un príncipe, una figura mitológica, quizás incluso un dios. Aquí, por un momento, no había divisiones entre personas, a excepción de las creadas por el propio carnaval. Cuando llegaron al paseo, los transeúntes empezaron a contagiarse del ritmo y, sin invitaciones ni declaraciones, sin vergüenza ni siquiera alcohol para disolver las coacciones habituales de la vida urbana, la escuela de samba se transformó en una multitud y la multitud se trans formó en un festival monumental. No había «objetivo» alguno en ello (ni matices religiosos, ni mensaje ideológico, ni dinero de por medio); sólo la ocasión, que necesitamos mucho mas a menudo en este planeta superpoblado, de reconocer el milagro de nuestra existencia simultánea con cierta clase de celebración."





miércoles, 20 de octubre de 2021

Múltiples pasos

¿De verdad es posible transformar la sociedad? A veces lanzamos esta pregunta desde el cansancio y la desesperanza de quienes queremos llegar lejos y rápido a los horizontes que bosquejamos, pero se nos olvida revisar los caminos que van haciendo al andar quienes viven más invisibilizados. Y en ese sentido me parece muy clarificadora la clasificación que hace Boaventura Santos en su último libro sobre las tres dimensiones en las que nos jugamos las posibilidades de transición a un nuevo modelo civilizatorio. Acá van:

Ruinas-semilla: son un presente ausente, a la vez memoria y alternativa de futuro. Representan todo lo que los grupos sociales subalternizados reconocen como conceptos, filosofías y practicas originales y auténticas que, a pesar de haber sido derrotados históricamente por el capital1smo, el colonialismo y el patriarcado modernos, permanecen vivos no solo en la memoria sino en los intersticios de la exclusión y discriminación cotidianas, y son fuente de dignidad y esperanza en un futuro postcapitalista y poscolonial.

Apropiaciones contrahegemónicas: son conceptos, filosofías y prácticas (derechos, democracia, Constitución) desarrollados por los grupos sociales dominantes para reproducir la dominación moderna, que los grupos sociales oprimdos se apropian, resignificándolos, refundándolos, subvirtiendolos, transformándolos creativa y selectivamente, a fin de convertirlos en instrumentos de lucha contra la dominación.

Zonas liberadas: son espacios que se organizan en base a principios y reglas radicalmente opuestos a los imperantes en las sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales. Las zonas liberadas son comunidades consensuales basadas en la participación de todos sus miembros. Tienen un carácter performativo, prefigurativo y educativo. Su objetivo es crear, aquí y ahora, un tipo de sociedad diferente, una sociedad libre de las formas de dominación que imperan en el presente. Cuando no son meros actos de diletantismo social, es decir, cuando son genuinos y conllevan riesgos y costes, estas zonas liberadas son modos efectivos de autoeducación que forman parte de una pedagogía liberadora.







miércoles, 13 de octubre de 2021

No te ven

Cada vez más lejos. Te han desahuciado 9 veces en los últimos 10 años. Nunca nadie te ofreció una alternativa, una vía de salida. Solo puertas cerradas y empujones que te lanzaban cada vez más lejos, a un aislamiento cada vez mayor.

Dicen que el problema es que no te mueves. Pero en estos años has recorrido muchos kilómetros buscando espacios abandonados en los que poder refugiar a los tuyos, desde los que poder seguir construyendo el cuidado cotidiano que os mantiene vivos pese a todo.

Pero las viviendas abandonas han sido clausuradas a cal y canto en la ciudad en la que vivías. Así que los últimos años los habéis pasado en pequeños pueblos, recuperando lugares cada vez en peores condiciones, y cada vez más lejos de donde estaba vuestra vida y del sostén que allí teníais. En ningún lado os volvieron a permitir empadronaros, ni acceder a servicios sociales, ni daros de alta en el centro de salud. Para cualquiera de estas gestiones teníais que recorrer los kilómetros de vuelta a vuestra antigua ciudad, cuando había vehículo y gasolina que lo permitiera.

Esto ha hecho que últimamente tus visitas al médico hayan sido principalmente a las urgencias del hospital, donde has ingresado cada pocos meses. Sin ninguna ayuda ni prestación social, no solo no tienes ingresos, sino que además no tienes la financiación de los medicamentos que viene de la mano de las rentas mínimas. Todos los recursos que anteriormente te permitieron cuidarte y cuidar de los tuyos se han ido esfumando, como si se hubieran quedado amarrados a las paredes de las casas de las que te han ido echando. 

Tu única esperanza era volver a pasar la valoración de discapacidad y poder acceder a una pensión al superar el 65% de minusvalía. Con tantos ingresos hospitalarios en los últimos años y el deterioro tan brutal de tu salud, parecía evidente. Pero no. También esa puerta se cierra. Pese al accidente de tráfico que sufriste de pequeña, y cuyas lesiones van a más con el paso de los años; pese al corazón, los pulmones y el riñón que fallan varias veces al año; pese a la diabetes que se dispara porque sin ingresos no puedes elegir lo que comes o lo que no, sino que tu dieta depende del azar o de la caridad ajena; pese a la depresión que arrastras alimentada por la impotencia y la angustia... Peso a todo eso te dicen que no estás tan mal. 

"¿Cómo es posible? ¿Es que no me ven como estoy?", preguntas. Quizás sea eso. Que no te ven. Para ver necesitan informes de especialistas médicos, traumatólogos, cardiólogos, nefrólogos... Y no, de eso no tienes. Porque a las citas de seguimiento que te dan cuando sales del hospital no es fácil acudir cuando se vive tan lejos y no se tienen medios económicos. Porque tu desesperación no ha sido sellada por un psiquiatra, ya que nadie te mandó a salud mental entre tantos problemas y urgencias. Incluso, como no has vuelto a ir a Servicios Sociales desde que te fuiste de la ciudad , ni tan siquiera has podido pedir un informe suyo que avale que estás en situación de sinhogarismo desde hace años, atrapada en la emergencia constante.

No te ven. No. Como sociedad, cada vez te hemos empujado más lejos, y por eso no te ven.

Ciegos están. Ciegos estamos.

Y, mientras tanto, tú sigues resistiendo, junto a los tuyos. Pese a todo. 

Esa proeza también deberíamos ser capaces de verla.





miércoles, 6 de octubre de 2021

¿Y si el miedo ya cambió de bando?

Por todos lados se habla del auge de la (extrema) derecha, de cómo van señalando los temas que marcan la agenda política, comiéndose el espacio mediático, frente a la cual parece que no llegamos a articular narrativas que de verdad movilicen, sobre todo a las gentes jóvenes que se deslumbran ante el barniz antisistema del que presumen.

Pero este ruido quizás no nos permite ver las cosas tal y como están pasando... ¿Y si esta fachada de rebeldía no es más que una reacción atemorizada ante marejadas de fondo que están alumbrando nuevas maneras de ser y estar, tanto individual como colectivamente, como el feminismo y la acción política diversa, múltiple y dispersa desde el respeto y reconocimiento de todas y todos? ¿Y si no son más que reacciones defensivas desde una coraza que se resquebraja a pasos agigantados? ¿Y si no hay que inventar nuevas narrativas, sino sostener las que desde siempre nos lanzaron a encontrarnos en un abrazo y que siguen haciendo eco?


Es difícil, la verdad, tomar pie en estos tiempos con tan pocas certezas y de tanta confrontación. Buscamos credos que nos den seguridad, pero muchos nos inmovilizan, nos secuestran, nos atan. Por eso me emociona tanto escuchar, una y mil veces, la invitación que hace Silvio: 

"Yo quiero hacer un congreso del unido
Yo quiero rezar a fondo un "hijo nuestro"
Dirán que paso de moda la locura
Dirán que la gente es mala y no merece
Mas, yo partiré soñando travesuras
Acaso multiplicar panes y peces"



Si no creyera en el delirio, si no creyera en la esperanza... ¿qué cosa sería? No queda otra que seguir, desde donde estamos, haciendo posible el encuentro, el mirarnos cara a cara, el construir desde el abrazo que busca a quienes todavía faltan, pese a que a muchos les de pavor el horizonte hacia el que avanzamos.



lunes, 4 de octubre de 2021

Sola

 Sola. Estás sola. Sola con tu miedo, corriendo hacia ninguna parte, huyendo de un pasado que no quieres recordar pero que te atrapa a cada momento, a cada minuto. 

Asfixiada.

Agotada.

Rota.

Sola. Sola en casa, encerrada, porque cada vez que sales las miradas te golpean recordándote que estás fuera de órbita. Has llamado a muchas puertas pidiendo ayuda, pero ya no sabes quien hay detrás de ellas, ni siquiera puedes estar segura de que haya alguien. Entre quienes en vez de ayudarte has sentido que te hundían más y el baile de mano en mano de médicos y trabajadoras sociales que van cambiando de sitio, no has podido encontrar una mano que estrechar para sentirte segura. 

Hace poco apareció un médico diferente, que te miró a la cara, que sostuvo la mirada en vez de mantener el baile de mano en mano, de puerta en puerta. De repente, un espacio de reposo, de respiro. Pero no duró mucho. Al cabo de un tiempo, llamaste a la puerta de su consulta y ya no estaba. No había nadie. Había marchado, empujado por quien sabe quién a quien sabe dónde.

Sola. Está sola. Sola con tu miedo una vez más. Hoy salí de la consulta para ir a verte a tu casa, para entender mejor donde quedó atrapado tu sufrimiento. Ya me has dicho, cada vez que hemos hablado, que te has cansado de esperar un apoyo de nuestro lado, que "tu médico" se fue, arrastrando con su marcha el pequeño espacio de confianza y sostén que habíais empezado a construir. Y no te voy a engañar, no sé tampoco muy bien lo que te ofrezco. No puedo asegurar cuanto tiempo podré seguir estando al otro lado de la puerta, ni tampoco sé qué proponerte, tan cansada, tan rota como estás. Solo sé que estoy aquí. Y que la semana que viene volveremos a hablar, si tú quieres. Poco más.

Sola. Asfixiada. Rota. Pero en pie. Sigues en pie. Pese a todos los golpes, todas las lágrimas, todas las pesadillas, sigues en pie. Me hablas temblando, cogiendo aire a cada momento, como si pudiera ser el último. En pie. Aquí estás.

Y yo no sé en qué te puedo ayudar, la verdad. Lo único que sé es que, pese a todo, eres fuerte, más fuerte de lo que muchos jamás seremos. Pese a todo, pese a todos. No sé cómo, pero ojalá encuentre la manera de que te puedas mirar en este espejo en el que veo reflejada tu capacidad de resistir, de sostenerte por ti misma frente al abandono perpetuo. 

Pero no solo tú. Ojalá muchas más puedan asomarse y descubrirte, para desde ahí poder entrelazar las manos.