Inevitable, no necesario
Decía R. H. Tawney a principios del siglo pasado que hablar
de clases y de lucha de clases se consideraba, en los ambientes
educados, casi indecente. Hoy, la hegemonía ideológica de la clase
dominante ha conseguido que, en nuestra sociedad, esos términos suenen a
discurso obsoleto, sin relación con la realidad. Y, sin embargo, esta
crisis que estamos sufriendo es la coyuntura más decisiva de lucha de
clases que hemos vivido en muchos años; y podemos decir, parafraseando a
Buffett, que la estamos perdiendo, la está perdiendo la mayoría de la
población, los trabajadores, los explotados.
La lucha de clases
en esta crisis tiene tres aspectos: un aspecto económico, que aparece en
primer plano, un aspecto político y un aspecto ideológico. El aspecto
ideológico es la consolidación -tras unos momentos en que pareció estar
en crisis- de lo que se llamó pensamiento único hace unos años: la idea
de que no hay alternativa al sistema de explotación capitalista, ni
siquiera a la forma, extrema en su irracionalidad social, que ha tomado
bajo la dominación del capital financiero.
El aspecto económico de
esta lucha es vivido cada vez con mayor agudeza, no sólo por las capas
más desfavorecidas, sino por la inmensa mayoría de los europeos que ven
cómo se empobrecen y cómo se recortan sus beneficios sociales. Los
griegos marchan en cabeza en la caída a la privación y la miseria, pero
tras ellos van las poblaciones de los demás países europeos y nosotros,
los españoles, entre ellos. Al mismo tiempo, los capitales financieros
internacionales extraen el máximo beneficio de la crisis, estrujan las
haciendas públicas y se enriquecen y se hacen cada vez más fuertes
mientras las sociedades y la inmensa mayoría de los ciudadanos se
empobrecen y se debilitan. Lucha de clases pura y dura, aunque no quiera
llamarse así.
El aspecto político puede ser menos evidente
porque sus efectos son menos inmediatos. Sin embargo, el deterioro que
la democracia ha sufrido en Europa durante los últimos dos años es
gravísimo. El problema, en general, es que una verdadera democracia,
basada en la solidaridad y la responsabilidad colectiva, no favorece la
explotación. Cuanto más democrática es una sociedad, más se dificulta la
dominación clasista. Y el sistema capitalista en esta fase de la
dominación financiera es más incompatible que nunca con la democracia,
incluso con la democracia muy limitada y puramente formal que rige la
política en nuestras sociedades. Esta democracia, donde la participación
de la gente -fuera del gesto electoral- es prácticamente nula, donde
los partidos han ido vaciándose de significado ideológico y el vínculo
de representación se ha disuelto casi por completo, donde la capacidad
de decisión de los parlamentos y de los gobiernos se ha reducido a
estrictos límites, aún esta democracia que, con rigor, es difícil
calificar como tal, ha sido víctima de la crisis. El dictado, no de la
economía, como suele decirse, sino del capital financiero, se ha
impuesto de tal modo sobre la política, y los gobiernos de todos los
colores se han sometido de tal modo a ese dictado, que aun esa
democracia limitada ha quedado en suspenso, habilitada sólo para el
recambio electoral de aparatos de gobierno quemados tras su uso intenso
en las sucias tareas que les asignaron.
En Europa, los tratados
de la Unión y la disciplina monetaria del euro se han convertido en una
trampa perfecta de la que los países no pueden escapar, en la que están
sujetos sin remisión, porque para salir de esa trampa tendrían que
mutilarse de tal modo -abandonar el euro, salir de la Unión, afrontar
sus consecuencias incalculables...- que nadie se atreve siquiera a
pensarlo. Quizás Europa pudo ser otra cosa -aunque para ello tendría que
haber sido otra la correlación de fuerzas-, pero esto es lo que ha
impuesto el capital, lo que le ha interesado. En el proceso de esa
construcción europea, se ha pasado ya el punto de no retorno. Y hay que
reconocer que el artefacto ha funcionado a la perfección para cumplir su
cometido en la lucha de clases. Para que fuera de otro modo, serían
necesarios movimientos sociales tan potentes que quebrasen ese artefacto
de dominación.
¿Qué perspectivas hay? En realidad, no hay
perspectivas sin salir de este escenario. Desde el escenario europeo en
el que nos encontramos, tal como está configurado, no puede pensarse un
horizonte distinto, un proyecto coherente con una estrategia que hoy
pueda diseñarse desde la izquierda para superar esta situación. Cuándo y
cómo cambiará ese escenario es algo que no es posible anticipar. Pero
la desesperación de la gente, triturada por esta maquinaria creada para
explotarla más y mejor, puede tener consecuencias sociales impensables.
Esta
crisis, por el modo como se está desarrollando, por cómo se articulan
en ella la rapacidad del capital financiero y la expropiación de los
beneficios sociales de la mayoría, tiene efectos subversivos en la
conciencia de la población. Deja patente la radical injusticia de esta
sociedad, pone de manifiesto la iniquidad y la irracionalidad del
sistema. Aunque se sienta impotente, la gente se da cuenta de que está
siendo tratada injustamente; aunque no entienda cómo, adivina que, con
lo que se le presenta como requerimientos ineludibles de la crisis, la
estafan para explotarla más. Y, a pesar de que todo ello aparezca a la
vez como inevitable, esa conciencia hace imposible la identificación que
asegura la sumisión del ciudadano, provoca la quiebra de su complicidad
en la dominación que sufre.
En esas condiciones de ruptura de la
ficción social, la idea de inevitabilidad y el sentimiento de
impotencia no significan automáticamente resignación ante lo que sucede,
que tenga que aceptarse lo inevitable como necesario. Significa que
quienes alienten un deseo de emancipación tendrán que asumir hoy la
incertidumbre de una resistencia sin esperanza cierta, de una lucha sin
futuro seguro. Pero esa lucha, que hoy parece desesperada, podría
cambiar el escenario en el futuro.
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