Cada vez que he tenido oportunidad de leer un texto de Santiago Alba Rico me ha resultado muy sugerente y puñetero al mismo tiempo. Pero el recorrido que por su obra realiza Carlos Fernández Liria en la segunda mitad de "El naufragio del hombre" me parece de las visiones más lúcidas sobre el momemto actual que jamás he leído. Acá van algunos fragmentos significativos:
"En el neolítico, el ser humano descubrió la agricultura y la ganadería, inventó los instrumentos y las herramientas más importantes, logró con éxito protegerse de la intemperie de la naturaleza. Pero el neolítico fue, ante todo, una victoria sobre el Tiempo. El hombre había logrado arrancar un poco de ocio y de tranquilidad al inmisericorde pasar de los días y las estaciones, abrir un paréntesis en el que, simplemente, perder el tiempo y ponerse a charlar, un paréntesis, en definitiva, para eso a lo que llamamos -a lo que la antropología llama- "cultura".
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Lo que vienen a contar los mitos es que hubo un tiempo en que sucedían cosas, pero que gracias a lo que entonces ocurrió, actualmente los hombres pueden vivir tranquilos y en paz. Hubo un tiempo en el que pasaron cosas importantes (un incendio, un diluvio, un incesto atroz, un parricidio, etc.), pero ahora —es como si viniera a decir el mito— ya no pasa nada. Y gracias a que ya no pasa nada, es posible sentarse a hablar, a charlar, a cotillear, a dialogar. Esta forma de ver las cosas es muy propia de los pueblos indígenas que no conocen la escritura. A los héroes ancestrales, a los antepasados mitológicos, les sucedían todo tipo de cosas; ellos eran los protagonistas de una historia, los héroes de toda suerte de aventuras. Ellos vivieron en una época en la que todavía había Historia: pero ahora, ya no la hay. Gracias a los acontecimientos que protagonizaron, los cielos se separaron de la tierra, los animales de los hombres, los hombres de las mujeres y así se hizo posible la vida de los seres humanos. Lo propio de los héroes ancestrales es que les pasaran cosas, lo propio de los seres humanos que son sus descendientes es sentarse a hablar. La Historia es el privilegio de los héroes. La Palabra es el privilegio de los humanos. Las culturas indígenas, al conservar sus relatos mitológicos de boca en boca, es como si tomaran precauciones contra la Historia, como si hubieran levantado unas instituciones que les protegieran de las amenazas de la Historia. Esas instituciones son un entramado de costumbres y rituales. Los indígenas piensan que si siguen esas costumbres, si observan esos rituales, si recuerdan los relatos mitológicos que explican lo que hay que hacer en cada caso, ya nunca más ocurrirá que un diluvio anegará la tierra, o que un incendio devastará los bosques, o que los hombres copularan por error con los animales, o con sus madres y hermanas; que ya no ocurrirá más, en definitiva, que vuelva a haber historia, como en aquel tiempo terrible en el que pasaban las cosas y nuestros ancestros tenían que vérselas con seres monstruosos y acontecimientos nuevos e imprevisibles.
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En cierta forma, la antropología podría atestiguar que todo ese entramado de costumbres y ritos que conforman las culturas no son más que una especie de antídoto contra la historia, una especie de maquinaria capaz de detener el tiempo, o por Jo menos, de abrir en él una especie de paréntesis. Por eso, estos pueblos indígenas suelen tener, en elcentro de sus aldeas, un lugar al que llaman algo así como la "Casa de la Palabra", un lugar en el que se reúnen para hablar. A ellos no les interesa que pasen cosas. Les interesa precisamente que no pase nada, que la Casa de la Palabra se mantenga en pie y que se pueda acudir a ella para hablar. Sería imposible ponerse a charlar tranquilamente en medio de un incendio infinito o de un diluvio interminable. Lo importante es que, cuando suceda algo (pues algo acaba siempre por suceder) se trate de algo lo suficientemente inocuo como para que pueda arreglarse mediante la palabra. En cierto sentido, podríamos decir que el hombre es hombre desde ese mismo momento en que comenzó a arreglar las cosas a través del lenguaje. El lenguaje separó a los hombres de los animales. Ahora bien, para que reine el Lenguaje, tiene que dejar de reinar el Tiempo. Ya hemos visto cómo expresaban esto los griegos: para que fuera posible la vida de los hombres, fue necesario que Cronos fuera destronado. Fue preciso edificar una Casa para la Palabra, lo suficientemente sólida para resistir las embestidas de la naturaleza y de la historia. Los hombres no pueden ponerse a dialogar en medio de una tempestad natural o de un cataclismo histórico.
El problema es que el capitalismo es, como plantea Santiago Alba Rico, un cataclismo histórico incesante: "un sistema de destrucción o catástrofe generalizada en el que los edificios, las mesas, los automóviles, los ordenadores, los libros y los cuadros resisten tan poco como las aceitunas o los barquillos"
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La Historia, acelerada ahora por el motor industrial de las necesidades imparables del capital, estaba ya en condiciones de reconquistar todo aquello que el Neolítico le había sustraído: todo ese material con el que la revolución neolítica había abierto una dimensión en la que el día era distinto de la noche, lo crudo de lo cocido, el hombre de la mujer, los animales de los humanos, el cielo de la tierra, el bien del mal. La Historia estaba a punto de transvalorar enteramente todos los valores y, más aún, de trastocar desde sus cimientos esa dimensión en la que era posible la vida de los hombres. Por una parte, el "desnivel prometeico" del que nos hablaba Anders sacaba de su quicio nuestra brújula moral y el bien y el mal se convertían en una especie de anécdota neolítica. Por otra, la mercantilización del trabajo, de la tierra y del dinero, como bien explicó Karl Polanyi en su libro La gran transformación, socavaba los resortes más íntimos de lo antropológico, generando un "vacío cultural" que el hombre no había conocido desde el neolítico. Ya Marx, en el Manifiesto comunista, había resaltado el poder del capitalismo para descoyuntar la consistencia misma del género humano hasta conducirlo a la condición de proletariado. El capitalismo no había respetado nada de todo aquello con lo que, desde el neolítico, el hombre había construido su humanidad. El proletariado es una "nada social", carente de propiedad, de familia, de patria, de religión, de cultura, de sexo. El capitalismo había llegado a suprimir, incluso, la diferencia antropológica entre infancia y vida adulta, poniendo a los niños a trabajar doce, catorce y dieciséis horas en las fábricas. Fue necesaria la intervención exterior de la lucha sindical para recordar a la lógica del capital que no podía permitirse el lujo de superar al ser humano más allá de ciertos límites: la sociedad capitalista necesitaba seguir siendo sociedad, aunque fuese de manera muy periférica. Y para ello era necesario seguir otorgando un cierto espacio a la consistencia neolítica del ser humano.
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El capitalismo es un sistema productivo que no puede detenerse, que no puede ralentizar la marcha, hacer pausas, pararse a descansar. Vimos que Wallerstein lo comparaba con una rueda de ratón, en la que hay que correr más deprisa a fin de correr aún más deprisa. Pero la rueda es, precisamente, la imagen más representativa de la tortura a la que se ven sometidos los condenados del infierno. "En el infierno, recordémoslo, Sísifo hace circular su piedra una y otra vez, arriba y abajo, en un movimiento sin principio ni fin; las Danaides repiten su mismo gesto por toda la eternidad; Prometeo reproduce diariamente su hígado para el apetito del águila; Atlas carga con la esfera del mundo e Ixión, que intentó seducir a Hera, gira sin descanso atado a una rueda encendida". No poderse parar: he aquí la idea con la que toda la sabiduría neolítica se representó la negación de la vida humana.
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"El infierno es la permanente destrucción-renovación asociada al ciclo producción-consumo, el círculo de los condenados a no pasar jamás de la naturaleza a la cultura". Pues, en efecto, la vida humana no comienza sino ahí donde es posible hacer alguna otra cosa que no sea agotarse sin cesar en el círculo de la pura subsistencia, en el ciclo de la reproducción puramente biológica. El paso de la naturaleza a la cultura exige un descanso en el que sea posible "tomar la palabra", decíamos. "Ixión, Tántalo, Sísifo, las Danaides, fueron castigados a realizar en el otro mundo las tareas que la sociedad griega había reservado a las mujeres, confinadas en el gineceo como puros medios de reproducción de los cuerpos, y a los esclavos, cautivos de la ergástula, como puros medios de reproducción del alimento". De este modo, permanecían siempre a las puertas de la cultura, sin poder abandonar jamás el estado de naturaleza, condenados a "no ascender de la esfera privada a la plaza pública, a no salir de la rueda individual a una medida común". Ahora bien, si la imagen de Wallerstein es adecuada, el capitalismo ha encadenado a la sociedad a uno de esos suplicios infernales: una sociedad "encerrada en el círculo vertiginoso —cuando trabaja y cuando compra, cuando fabrica un coche o cuando lo conduce- de la pura reproducción de la vida" (ibidem). La obra de Santiago Alba Rico, precisamente, lleva demostrando e ilustrando con multitud de ejemplos —desde el año 1997 en que publica Las reglas del caos— la idea de que la sociedad capitalista es la sociedad más primitiva que jamás haya existido, una sociedad de pura subsistencia estricta en la que todo es fabricado para el consumo, una sociedad de "hambre generalizada" que es incapaz de pararse a "usar" o a "mirar", una sociedad en la que la cosidad de las cosas ha sido sustituida por la fugacidad de las mercancías. En efecto: una sociedad que gasta todas sus energías en reproducirse ampliadamente hasta el infinito es una sociedad tan primitiva (desde un punto de vista antropológico) como una sociedad que gasta todas sus energías en la pura subsistencia. La revolución neolítica permitió al ser humano trascender el puro ciclo de la supervivencia biológica. El capitalismo, paradójicamente, ha movilizado la infinita potencia de tres revoluciones industriales, para devolver al ser humano a la prehistoria."
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