se manifiestan en todas las ciudades
disfrazados de gente normal"
Impresionante la marea de gente, los afluentes que iban desembocando entre cánticos y carteles para encontrarse frente a un congreso tan blindado por los furgones policiales que pareciera que fuéramos armados hasta los dientes.
Pero no se trataba de eso. Sí, hay mucho hartazgo e indignación, mucha rabia, pero también mucha alegría y ganas de encontrarse, de salir de los encierros cotidianos para abrazarse en las calles. Esas calles que hace tiempo olvidamos que no sirven sólo para organizar el flujo de idas y venidas entre diversos espacios aislados, sino que son capaces de albergar la vida si esta está dispuesta a invadirlas.
Por eso, más allá de la alegría de ver que el proceso iniciado hace un mes sigue en marcha, para mí lo realmente hermoso ha sido poder redescubrir la posibilidad de "estar" en las calles. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, niños y niñas, caminado, cantando, jugando, comiendo, riendo, pensando... Viviendo.
En muchos momentos nos preguntamos hoy, "¿no estaría bien el poder disfrutar cada fin de semana de hacer un pic-nic en estos paseos donde estamos tan a gusto cuando cesa el ruido de los coches?"
Así es como se avanza en la construcción de una ciudad de cara a las personas: llenando sus recovecos de encuentros; redescubriéndola desde el compartir tiempos y lugares; viviéndola.
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