El gulag americano
¿Saben de qué no hablarán Obama y Romney en la serie de debates que
están manteniendo estos días? Del sistema penitenciario de Estados
Unidos. Porque cómo explicar a los estadounidenses, y de paso al resto
del mundo, que el país adalid de la libertad y de la democracia mantiene
en sus cárceles a más de seis millones de personas, una cifra que
supera el número de personas encarceladas por Stalin en la época más
dura del archipiélago Gulag. Si todos esos presos fueran agrupados en un
mismo centro penitenciario, sería la segunda ciudad de Estados Unidos.
¿Un gulag americano? Parece la típica acusación procedente de una
China resentida por la extrema presión que se ve obligada a soportar por
parte de Estados Unidos en razón de su penoso récord de derechos
humanos. Pero no es el caso: el demoledor dato proviene de un
escalofriante reportaje de investigación publicado por la revista New Yorker.
No se trata solo de un problema de cantidad, sino también de la extrema
dureza y crueldad de las condiciones penitenciarias que imperan en
dicho sistema. Unos 50.000 de esos reclusos viven en condiciones de
aislamiento permanente, sin contacto con nadie y con derecho a solo una
hora diaria de ejercicio en solitario. La vida no es mucho mejor para el
resto: según varias estimaciones, unos 70.000 reclusos son violados
cada año, un problema endémico del que las autoridades se desentienden.
El sistema también ofrece otro vergonzoso récord: los cientos de
adolescentes condenados a cadena perpetua, algo sin parangón en el
llamado mundo libre que Estados Unidos aspira a liderar.
Sin duda que Estados Unidos ganó la guerra fría, pero parece como si,
mientras tanto, hubiera iniciado una guerra contra su propia población.
En 1980, el año en el que Ronald Reagan gana las elecciones y decide
asfixiar a la Unión Soviética vía la combinación de una costosísima
carrera de armamentos y la presión selectiva mediante operaciones
encubiertas en varios frentes (desde Nicaragua a Afganistán), la
población carcelaria era de 220 personas por cada 100.000
estadounidenses. Dos décadas más tarde, en 2010, la potencia triunfante
de la guerra fría había triplicado la población carcelaria hasta 731
reclusos por cada 100.000 habitantes. Para hacerse una idea de la
magnitud relativa de estas cifras: la población carcelaria noruega es de
66 personas por cada 100.000 y la de España, de 144 por 100.000. La
dimensión racial, por sabida, no deja de constituir también un escándalo
de inmensas proporciones. El presidente de Estados Unidos que
protagoniza los debates electorales es negro, sí, pero la probabilidad
de estar en la cárcel si eres negro es siete veces superior a la de los
blancos. La esclavitud terminó, sin duda, pero las estadísticas nos
dicen que si sumas la población negra en prisión, libertad provisional y
libertad condicional, la cifra resultante es mayor que el número de
esclavos que había en Estados Unidos hacia 1850.
E igualmente escandalosa es la dimensión económica pues el sistema
penitenciario, en manos de compañías privadas, léase con ánimo de lucro,
se ha convertido en un inmenso negocio y un grupo de interés con un
enorme poder de cabildeo (lobby) en los pasillos del Congreso
en contra de la relajación de las disposiciones legales (especialmente
en relación al menudeo de droga) que garantizan un flujo de “clientes”
estable. Véase el caso del Estado de California, en quiebra
presupuestaria, que gasta 50.000 dólares al año por recluso, una cifra
siete veces superior a lo que invierte en cada estudiante de primaria.
Las prioridades están claras: hace dos décadas, el gasto en
universidades de California duplicaba al gasto en prisiones. Hoy, por el
contrario, el gasto en prisiones (10.000 millones de dólares para
atender a los casi 150.000 reclusos), duplica al gasto universitario.
Se dice que la “maternidad y la tarta de manzana” (motherhood and apple pie)
definen la identidad americana. También, como dice la Declaración de
Independencia, “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Esta semana, tras innumerables presiones, el candidato Romney desveló
por fin su declaración de la renta correspondiente a 2011. Ahora sabemos
que ingresó 13,7 millones de dólares pero que pagó sólo dos millones de
dólares de impuestos. El sueño americano, la estatua de la libertad, la
ciudad en la colina. Financiar todo eso con un tipo marginal del 14% sí
que es un milagro. Debe ser por eso que en los billetes estadounidenses
pone In God we trust (Confiamos en Dios). Pero, por
si acaso, para aquellos que no encuentren el camino o se extravíen, nada
como un sistema penitenciario de primera. Cualquier cosa antes que los
impuestos progresivos.
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