Sí, esa parece ser nuestra condición actual, fragmentad@s, dividid@s entre las diferentes dimensiones que nos conforman: nuestra vida personal y familiar, nuestro trabajo, nuestro ocio, nuestros sueños... Cada una por su lado, con escasos puntos de encuentro. Y no es que estemos rot@s, no, es que forma parte de nuestro ser: somos rot@s. Asi, nuestra vida se transforma en un juego de equilibrios entre las diferentes dimensiones, que en vez de empujar hacia una vida más plena e integrada parece que luchan entre sí sin posibilidad de integración mutua: el trabajo me aporta dinero, pero en muchos casos a costa de realización personal y del cuidado de la gente querida; las tareas de cuidado parece que se oponen a la idea normalizada de ocio, y también al desarrollo profesional...
Pero ese "ser roto" no es sólo algo interior, individual, sino que precisamente comienza en el desgarramiento que se produce con nuestro "ser común", el "ser con otros". Por todos lados nos llueven mensajes y presiones para olvidar, para cerrar los ojos al que tenemos al lado e introducirnos en el falso sueño del "ser individual", independiente. Para entender de qué va este bombardeo un ejemplo siempre genial son los anuncios de loterías, que no cesan de vender fantasías que, aunque tod@s sabemos que no son ciertas, no nos resistimos a jugar con ellas de alguna manera.
Pensando en esto, leía esta mañana algunos pasajes de "La potencia de los pobres", de Majid Rahnema y Jean Robert, que recogen el contraste entre el funcionamiento de las sociedades tradicionales o vernáculas y el mundo moderno, y la ruptura que ha supuesto la llegada de este. No es por ponerse nostálgicos ni idealizar lo ya lejano, pero sí que es interesante por cómo señala los límites y vacíos de nuestra sociedad. Acá van algunos fragmentos:
"Podríamos arriesgarnos a afirmar que la mayor parte de las sociedades vernáculas marcadas por las tradiciones de pobreza convivial, tienen al menos estos cinco puntos en común:
1. Las comunidades que las constituyen son generalmente de pequeña dimensión.
2. Sus necesidades materiales están limitadas a lo que les parece suficiente para vivir. Estas están continuamente redefinidas por su cultura, sus tradiciones y, sobre todo, sus modos de vida y de producción. En este sentido, ninguna sociedad vernácula busca maximizar a toda costa sus “recursos”. Consideraciones como la cohesión del tejido social y las relaciones de entendimiento y de convivialidad les parecen mucho más importantes.
3. Aunque las actividades propiamente económicas o “productivas” juegan un papel fundamental en el funcionamiento de las sociedades vernáculas, éstas quedan “incrustadas” o “engarzadas” en el tejido social y cultural. Los actores sociales se sienten implicados en ella como miembros de un solo cuerpo. En fin, como lo apuntó Karl Polanyi, “los estimulantes ordinarios del trabajador no son la ganancia, sino la
reciprocidad, la emulación, el placer de trabajar y la aprobación de la sociedad.”
4. Los recursos que esas sociedades consideran esenciales para su vida, están definidos y producidos localmente.
5. En fin, su consistencia casi orgánica hacen de ellas un tejido vivo de relaciones sociales y culturales que, simultáneamente, definen las actividades, incluso las necesidades de sus miembros, y los protegen de los peligros internos y externos a través de verdaderas “defensas inmunitarias” culturales.
En esta sociedad, los saberes que informan sobre las prácticas y constituyen una episteme particular se fundan, a la vez, sobre el deseo de los socios de llevar una buena vida y la percepción más o menos realista del campo de lo posible: deseo y necesidad están íntimamente ligados y la libertad se aprovecha de los pesos inherentes a la condición humana.
(...)
La modernización es fruto de una ruptura histórica radical que Foucault llama una ruptura epistémica. Esta ruptura ha alterado las condiciones del saber y de la percepción. En un primer momento, este cambio se relaciona con la producción sistémica de los afectos por los dispositivos del poder, con el objetivo de manipular y transformar los deseos de “poblaciones meta” de acuerdo a las necesidades del poder. Estos deseos dejan de ser contenidos por el orden de las cosas, tal como estaba definido por la esencia propia de cada individuo y por su historia y su cultura.
(...)
Los poderes liberados por esta ruptura han hecho del mundo un espacio potencialmente sin límites, y la eliminación de los últimos umbrales, de los linderos y límites heredados, se ha vuelto una estrategia de conquista. En este mundo, o más bien en este espacio sin modulaciones, sin horizontes fluidos, ni límites franqueables, cada uno, aislado en la burbuja impermeable de su individualismo, no cuida más que de “sí mismo”, en principio, pero sin darse cuenta que ese “sí mismo” resulta ya la imagen que la maquinaria de los poderes dominantes le imputan, transformándolo en un “otro” casi completamente reducido a esta imputación. Preso de esta imagen, el cuidado que el individuo puede tener de sí mismo será entonces, en realidad, preocupación de un “sí mismo” que no lleva más sus propios deseos – o su conatus en el sentido de Spinoza–. En otros términos, el cuidado y la preocupación de “sí mismo” imputado ya no traduce un amor de sí mismo, sino el egoísmo y el narcisismo de un sujeto cuya subjetividad ha sido moldeada conforme a las exigencias sistémicas del orden del poder. Una máquina invisible parece así estar puesta en marcha para fabricar en cada individuo los afectos que servirán para modificar su comportamiento según los intereses de los poderes existentes."
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