Esta semana hemos podido disfrutar descubriendo poco a poco los rincones y sorpresas que Cabo de Gata ofrece, una región que se diferencia del resto del Levante español por haber sido declarado Parque Natural Protegido. Eso hace que haya zonas donde todavía puedas estar en un playa sin mil chiringuitos alrededor, o pasear por caminos donde ir descubriendo huellas del genio creativo que permitió sobrevivir en condiciones tan duras a los antiguos pobladores de esa región tan árida. Se protege así no la naturaleza sin más, sino el equilibrio que el ser humano ha consiguido establecer con ella.
Y sin embargo, para llegar hasta allá, no queda otra que pasar por otras zonas "no protegidas". Hablar de equilibrio con la naturaleza suena absurdo cuando se atraviesa el mar de plásticos de los invernaderos. Allí parece que lo único a ser protegido son las condiciones que permitan sacar el máximo beneficio económico posible. Sobre todo me angustia la opacidad de todas estas construcciones artificiales, que reflejan de esta manera el poco conocimiento que tenemos de cómo funcionan por dentro, de lo que pasa con los que allí trabajan, de las condiciones en las que se ven obligados a hacerlos. Ellos tampoco están "protegidos", son una herramienta más.
¿Porqué sólo proteger unas zonas y otras no? ¿Qué es lo que realmente es fundamental proteger? ¿A qué estamos poniendo límites, al ímpetu destructivo o al afán de cuidar?
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