miércoles, 23 de septiembre de 2015

Somos nuevos

Aunque en ocasiones irregular y bajo mi punto de vista demasiado catastrofista, al análisis de Bifo sobre la nueva antropología, formas de conocimiento y comunicación de las nuevas generaciones, recogido en "Generación Post-Alfa", merece una mirada en profundidad. Algunos extractos:

"En apariencia, esta sociedad garantiza el máximo de libertad a sus componentes. Cada uno puede hacer lo que le parece. No hay ya imposición de normas. No se pretende ya disciplinar los comportamientos individuales ni los itinerarios colectivos. Pero el control está inserto en el dispositivo del cerebro humano, en los dispositivos que hacen posibles las relaciones, el lenguaje, la comunicación, el intercambio. El control está en todas partes, no está políticamente centralizado. El movimiento del 77 percibe este campo problemático, y no es casual que precisamente en esos años se empiece a dibujar con claridad el paso del pensamiento estructuralista al postestructuralista, si podemos llamar así al pensamiento rizomático y proliferante que tiene su expresión más significativa en El anti-Edipo de Deleuze y Guattari. El movimiento del 77 no quiere estar obsesionado con la centralidad política del estado, del partido, de la ideología. Prefiere dispersar su atención, su acción transformadora, su comunicación por territorios mucho más deshilachados: las formas de convivencia, las drogas, la sexualidad, el rechazo del trabajo, la experimentación de formas de trabajo con motivación ética, la creatividad.

(...)

El trabajo digitalizado manipula signos absolutamente abstractos, pero su funcionamiento recombinante es cada vez más específico, cada vez más personalizado y por lo tanto cada vez menos intercambiable. Por eso los empleados high tech (que crean o utilizan alta tecnología) tienden a considerar al trabajo como la parte más esencial de su vida, la más singular y personalizada.

Exactamente lo contrario de lo que le sucedía al obrero industrial, para quien las ocho horas de prestación asalariada eran una especie de muerte temporaria de la que se despertaba sólo cuando sonaba la sirena del fin de la jornada. Esto vuelve al trabajador cognitivo enormemente más frágil. El semiocapital ha puesto el alma a trabajar.


(...)

En las últimas décadas la comunidad social urbana perdió progresivamente interés y quedó reducida a un envoltorio muerto de relaciones sin humanidad y sin placer. La sensualidad y la convivencia han sido progresivamente transformadas en mecanismos estandarizados, homologados y mercantilizados, y el placer singular del cuerpo fue sustituido por la necesidad ansiógena de identidad.

Parece que en las relaciones humanas, en la vida cotidiana y en la comunicación afectiva se encontrase menos placer y cada vez menos garantías. Una consecuencia de esta des-erotización de la vida cotidiana es la inversión de deseo en el trabajo, entendido como único lugar de confirmación narcisista para una individualidad habituada a concebir al otro según las reglas de la competencia, esto es, como un peligro, un empobrecimiento, una limitación más que como una experiencia placentera y enriquecedora.

Cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para poder consumir, tanto menos nos queda para poder disfrutar del mundo disponible. Cuanto más invirtamos nuestras energías nerviosas en la adquisición de dinero, tanto menos podemos invertir en el goce. Es en relación a este problema, completamente ignorado por el discurso económico, que se juega la cuestión de la felicidad y de la infelicidad en la sociedad hiper-capitalista.

Para tener más poder económico (más dinero, más crédito) es necesario prestar cada vez más tiempo al trabajo socialmente homologado. Pero esto supone reducir el tiempo de goce, de experimentación, de vida.


La riqueza entendida como goce disminuye proporcionalmente al aumento de la riqueza como valor económico, por la simple razón de que el tiempo mental está destinado a acumular más que a gozar."



viernes, 18 de septiembre de 2015

La gran transformación

Llevaba tiempo queriendo asomarme a este libro, "La Gran Transformación", de Karl Polanyi, del que me habían llovido referencias de mil y un sitios. Y aunque la lectura no es fácil para alguien lego como yo en temas económicos, coincido con quienes me lo habían recomendado que es una lectura imprescindible, más en un momento como el actual. Porque aunque el libro está escrito a mediados del siglo pasado señalando el naufragio de la aventura liberal, la actualización de ésta a partir de los años 80 hace que su análisis sea de lo más actualizado y pertinente (casi más que en su momento, diría yo, porque el neoliberalismo ha llevado esta doctrina hasta límites que antes no se habían alcanzado). Y si no, echad un ojo a estos fragmentos que señalan los efectos del liberalismo "en su pura esencia":

"Para asombro de los espíritus reflexivos, una riqueza inaudita iba acompañada inseparablemente de una pobreza también insólita. Los eruditos proclamaban al unísono que se había descubierto una ciencia que no dejaba ninguna duda acerca de las leyes que gobernaban el mundo de los hombres. En nombre de la autoridad de estas leyes, desapareció de los corazones la compasión, y una determinación estoica a renunciar a la solidaridad humana, en nombre de la mayor felicidad del mayor número posible de hombres, adquirió el rango de una religión secular. 

El mecanismo del mercado se fortalecía y reclamaba a grandes voces la necesidad de alcanzar su culmen: era necesario que el trabajo de los hombres se convirtiese en una mercancía.

(...) 

Separar el trabajo de las otras actividades de la vida y someterlo a las leyes del mercado equivaldría a aniquilar todas las formas orgánicas de la existencia y a reemplazarlas por un tipo de organización diferente, atomizada e individual.

Este plan de destrucción se llevó a cabo mediante la aplicación del principio de la libertad de contrato. Es como si en un momento dado se decidiese en la práctica que las organizaciones no contractuales fundadas en el parentesco, la vecindad, el oficio o las creencias, debían ser liquidadas, puesto que exigían la sumisión del individuo y limitaban por tanto su libertad. Presentar este principio como una medida de no ingerencia, como sostenían comunmente los partidarios de la economía liberal, equivalía a expresar pura y llanamente un prejuicio enraizado en un tipo muy particular de ingerencia, a saber, la que destruye las relaciones no contractuales entre individuos y les impide organizarse espontáneamente.


(...)

En realidad, una calamidad social es, por supuesto, ante todo un fenómeno cultural y no un fenómeno económico que se pueda evaluar mediante cifras económicas o estadísticas demográficas.  (...) La causa de la degradación no es, pues, como muchas veces se supone, la explotación económica, sino la desintegración del entorno cultural de las víctimas. El proceso económico puede, por supuesto, servir de vehículo a la destrucción y, casi siempre, la inferioridad económica hará ceder al más débil, pero la causa directa de su derrota no es tanto de naturaleza económica cuanto causada por una herida mortal inflingida a las instituciones en las que se encarna su existencia social. El resultado es siempre el mismo, ya se trate de un pueblo o de una clase, se pierde todo amor propio y se destruyen los criterios morales hasta que el proceso desemboca en lo que se denomina el «conflicto cultural» o el cambio de posición de una clase en el seno de una sociedad determinada.

(...)

La enmienda de las leyes de pobres, aprobada en 1834, modificó la estratificación del país y determinados elementos fundamentales de la vida inglesa fueron reinterpretados siguiendo líneas radicalmente nuevas. La nueva ley de pobres abolió la categoría general de pobres, los «pobres» honrados o los «pobres laboriosos», términos despreciativos escupidos por Burke. Los antiguos pobres eran ahora clasificados en indigentes no aptos físicamente para el trabajo, cuyo destino eran las workhouses, y en trabajadores independientes que ganarían su vida trabajando por un salario. Apareció así sobre la escena social una nueva categoría de pobres totalmente nueva: los parados. Mientras que los indigentes debían de ser socorridos, por el bien de la humanidad, los parados no debían serlo por el bien de la industria. En este sentido, resultaba irrelevante que el trabajador en paro no fuese responsable de su situación. La cuestión no consistía en saber si el trabajador había conseguido trabajo o no, en el caso de que lo hubiese verdaderamente buscado, sino en que, a menos que el trabajador tuviese opción de elegir entre morir de hambre o ir a la aborrecida workhouse, el sistema de salarios se vendría abajo sumiendo así a la sociedad en la miseria y en el caos. Se reconocía que esto equivalía a penalizar a los inocentes. La perversión y la crueldad radicaban precisamente en emancipar al trabajador, con la explícita intención de convertir en una amenaza real la posibilidad de morir de hambre."

domingo, 13 de septiembre de 2015

Cambiando el paso para seguir en camino

Hace 15 años que decidí entrar en el voluntariado permanente. Me acuerdo exactamente del momento: tras un Festival del Saber en el Pozo del Huevo me despedía de Carmina, una madre de familia del barrio, compartiendo mis planes de verano, viaje y descanso. Frente a éstos, ella me relataba una vez más su cansancio y sus esfuerzos por salir adelante pese a las muchas dificultades, sin interrupción posible: su vida precaria y carente de seguridades básicas no permitía abrir un resquicio por el que poder escapar aunque fuera para tomar aliento durante un tiempo y volver con más fuerzas a la lucha cotidiana. Fue un momento clave para mí, la oportunidad de constatar la gran diferencia que había entre los dos: yo podía elegir dónde estar y por cuánto tiempo, abrir puertas para entrar y salir, decidir cuando y donde implicarme y cuando necesitaba desconectar; a ella la precariedad extrema la mantenía encerrada en una realidad en la que nunca podía bajar los brazos ni dejar de luchar para mantener la propia dignidad y la de los suyos.

Ese día decidí que quería poner esa libertad mía al servicio de la lucha contra la miseria. Aprovecharla para construir puertas y ventanas con quienes viven encerrados por la extrema pobreza. Por ello decidí entrar en el voluntariado permanente, como una apuesta por unir de manera clara mi vida a la de estas familias que iba conociendo y para aprender a su lado.

Desde entonces han pasado muchos años, y en ellos muchas cosas. Durante cuatro años confirmé que mi apuesta no había sido en balde, ya que fue mucho lo que aprendí sobre la pobreza y la exclusión, fundamentalmente a partir del conocimiento de quiénes la sufren, los militantes; en el 2006 salí del voluntariado permanente para hacer la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria, periodo en el que encontré a varios profesionales comprometidos hasta la médula en una línea de trabajo que salía de los límites habituales de lo sanitario ante la evidencia de que la verdadera promoción de la salud tiene que abordar también los determinantes sociales que influyen en ésta, como son la educación, el trabajo, la capacidad de decidir, etc; y en el 2011 me reincorporé de nuevo al equipo de voluntarios permanentes, para seguir avanzando en una mayor comprensión de las claves de una lucha colectiva por los derechos de todos y todas. Ahora he vuelto a quitarme el cartel de voluntario permanente para “volver a ponerme la bata”, aunque todavía no sé muy bien de qué manera concreta será.

Durante estos años he oído de manera repetida los mismos comentarios de unas y otros sobre “dejar la medicina” y “dejar el voluntariado”, como si esta trayectoria fuera una deriva dando tumbos de un lado a otro sin saber muy bien a donde ir. Por eso quería escribir este mensaje, para poder explicarme un poco mejor.

La verdad es que estos mensajes me han resultado siempre chocantes, porque nunca he tenido la sensación de “dejar” realmente nada, ya que las decisiones que he ido tomando no han estado marcadas por la renuncia a una responsabilidad o posición concreta, sino que, por el contrario, han tratado de ser maneras de seguir siendo fiel a ese compromiso que asumí hace 15 años de poner mi libertad, capacidades y posibilidades al servicio de la construcción de un mundo en el que la extrema pobreza no sea más que un mal recuerdo. En cada uno de los momentos esta voluntad se ha concretado de maneras diferentes, pero sigue siendo el motor de mi búsqueda actualmente.

Porque si algo he podido confirmar en estas idas y venidas es que trabajar por la salud de manera integral y colectiva y luchar contra la pobreza son dinámicas que van tremendamente entrelazadas. Una de las personas que más y mejor han trabajado sobre los factores determinantes en la salud, Michael Marmot, explicaba en su libro "The status syndrome" que las dos claves fundamentales del asunto, lo que condiciona a aquella de manera más específica, son el control sobre la propia vida y las posibilidades de participación social, de contacto, reconocimiento y creación con otros. Vamos, justamente lo que moviliza nuestra acción y compromiso en el Movimiento ATD Cuarto Mundo. No me quiero poner pesado con el tema, pero para quien quiera profundizar algo más en el tema os paso algunos enlaces:



Así, mi salida del voluntariado no es una renuncia ni una escapada, ni un querer tomar distancia. Me la planteo como un intento de explorar nuevas vías de compromiso aprovechando de manera concreta lo que puedo ofrecer a partir de mi formación y experiencia. Desde el principio de mi compromiso como voluntario he oído muchas veces de parte de las familias: “¿Por qué dejas la medicina? Necesitamos médicos como tú, que conozcan la realidad y con quienes se pueda hablar”. Durante un tiempo tomé esto como una afirmación que partía de la excesiva consideración que se tiene hacia los médicos, a los que en muchas ocasiones creo que se nos da una mayor importancia de la que tenemos en relación al cuidado de la salud. Pero creo que hay también una llamada en este cuestionamiento a plantearme de qué manera aprovechar las posibilidades de formación y el reconocimiento social que ésta conlleva para ponerlo a disposición de quienes no han tenido esa suerte. Es sobre todo desde ahí desde donde quiero explorar qué puedo aportar al Movimiento desde el volver a ponerme la bata de médico.

Por el momento, veo el curso que viene como de transición y búsqueda de equilibrio, ya que por un lado necesito tiempo para revisar posibilidades de concretar mi papel como profesional (de hecho quiero que esto sea también en diálogo con el equipo de Madrid y España, al menos), y por otro lado quiero seguir disponible para no abandonar dinámicas en las que he participado hasta ahora dentro del Movimiento, que por un lado me apasionan y por otro creo que es importante seguir pero ya con una mayor determinación de ir compartiendo la responsabilidad con otras personas.

Cuando volví al voluntariado lo hice convencido de que era la mejor opción en ese momento sobre todo para poder apoyar a tiempo completo en la construcción del Movimiento, que en ese momento se hallaba en un momento difícil. La verdad es que ha sido un tiempo bien intenso y rico el que he podido vivir y compartir con otros miembros de ATD en estos años, y poco a poco hemos ido generando una dinámica de compromiso y acción que me parece que va por buen camino.  

Antes de termianr, de nuevo quiero dejar claro que el que a partir de ahora no esté “en plantilla” del Movimiento ATD Cuarto Mundo no implica que me sienta menos parte del mismo. Sigo encontrando que es desde esta comunidad de compromiso desde donde quiero seguir luchando, aprendiendo y compartiendo vida. Por eso os pido que sigáis apoyando, quiénes ya los estáis haciendo, y que os planteeis hacerlo los demás, que nunca es tarde (de hecho sigue en marcha una bonita campaña que muchos/conoceréis, “100 + Contra la Pobreza” ¡Anímense!)
Bueno, no os doy más el tostón. Seguimos hablando, bien por escrito o en vivo y en directo, ¿de acuerdo?



Un abrazo fuerte a todos y a todas,

Dani

viernes, 11 de septiembre de 2015

Refugiados e Inmigrantes

Importante apunte el que señala Albert Sales en su blog:

Refugiados sí, inmigrantes no… La función social de clasificar los movimientos migratorios



Se consolida en Europa la idea de que las migraciones se justifican según su causa. Se acoge a quien huye de una guerra (no sin antes haber pasado por un largo período ignorando el sufrimiento ajeno causado por la propia geoestrategia occidental), pero se expulsa a quien huye de la devastación económica. No se trata de un retroceso en la mentalidad colonial europea. Se hace explícito el funcionamiento habitual de las instituciones incorporándolo en las conversaciones cotidianas de la ciudadanía. Al fin y al cabo, las políticas en torno a la acogida de refugiados de la última década ha estado marcada por graves restricciones en la concesión del estatuto de refugiado/a. Al solicitante de asilo se le considera siempre sospechoso de utilizar conflictos bélicos y políticos para justificar un proyecto migratorio económico.
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Miguel Brieva

La constante diferenciación entre refugiados e inmigrantes construye una nueva frontera. Una línea de sufrimiento a partir de la cual se justifican, se comprenden y aceptan selectivamente los movimientos migratorios. La sociedad de acogida – aquella ciudadanía con ciertos derechos reconocidos- evalúa a quien acoge en función de cuál sea la terrible situación de la que el migrante escape. Interiorizamos que es legítimo escapar de las atrocidades de una guerra pero no de la devastación económica causada por 300 años de colonialismo capitalista.

El actual estado de opinión respecto a la gestión de fronteras de la UE debería servir para reflexionar. Aceptar la libre circulación de capitales y mercancías como una consecuencia inevitable del devenir de la historia mientras se construyen fronteras cada vez más impermeables tiene toda la lógica del mundo… si el objetivo es la explotación y el sometimiento de pueblos y personas a los intereses del capital. La yuxtaposición de la libertad de ataduras políticas para las fuerzas económicas y la sumisión de las personas (léase de las personas empobrecidas) a un exhaustivo control de movimientos solo es posible gracias a dos grandes herramientas de destrucción de las consideraciones morales y de la empatía humana: el miedo y las “leyes de los mercados”.


Las imágenes del éxodo sirio han abierto una pequeña grieta en la convicción mayoritaria de que no hay otra reacción posible a los movimientos migratorios que ponerle vallas al campo. Si esta “crisis de refugiados” no sirve para romper la hegemonía ideológica que problematiza y criminaliza las migraciones tan solo estaremos posponiendo debates y tensiones. ¿Qué pasará cuando se apague el fogonazo de solidaridad de consumo? ¿Y cuando las familias refugiadas entren en los circuitos de atención social? ¿Y cuando se generen conflictos y la demagogia fascista encuentre su espacio para la criminalización? ¿Habrá entonces “sirios buenos” y “sirios malos”?


Avergonzarse de no abrir las puertas al pueblo sirio obliga a plantearse si no es igualmente vergonzoso ignorar a las familias de Eritrea, que llevan años en éxodo a causa de una guerra silenciada por los medios (por mencionar un conflicto entre tantos). Pero también debe llevar a cuestionar lo vergonzoso que resulta cerrar las puertas en las narices de quienes huyen de sus países porque empresas occidentales han destruido caladeros de pesca, se han apropiado de tierras de cultivo, han capitalizado la extracción minera

jueves, 3 de septiembre de 2015

Vida

Hoy habrías cumplido 69 años. Ni más, ni menos. Y poco a poco el recuerdo de tu ausencia deja paso a la presencia de todas las semillas que sembraste en tu caminar, gérmenes de la vida que regalaste sin medida y que nos enseñaste a no apropiarnos.

Porque tu risa sigue haciendo eco en las que compartimos cuando nos festejamos junto@s, y tu generosidad continúa empujándonos a no cerrar las manos en estos tiempos en los que el miedo y la inseguridad podrían empujarnos a hacerlo.

Me resisto a mirar sólo hacia el pasado y aprisionarte en él. Me resisto porque en mi manera de querer aprender a cuidar a quiénes tengo cerca y lejos descubro la pasión de tu entrega y amor compartido; porque en mis dudas y búsquedas resuenan las cuestiones nunca resueltas que nos señalaste para aprender a caminar libre y solidariamente; porque en los tiempos negros y tristes sigue presente la necesidad de saber aceptar también la impotencia y el miedo, de no esconderlos, como primer paso para enfrentarlos... cuando haya fuerzas para ello.

Pero sobre todo te sigo sintiendo presente y viva en el torbellino de ilusión, alegría, pasión y esperanza en el que Sara y Maia nos envuelven día a día. En él me descubro actualizando continuamente todo lo aprendido a tu lado, sorprendido por el empuje y fuerza de su paso, como siempre me pasó contigo, abierto siempre a la maravilla. En este torbellino, volcado hacia el futuro, nos seguimos (y seguiremos) encontrando.

Llenos de vida.

Gracias, mamá.