 Mucho y bien se está hablando del libro recientemente publicado por Cesar Rendueles, "Sociofobia", sobre todo remarcando su crítica a la fe ciega en la tecnología y las redes digitales como herramienta transformadora. Pero más interesante me parece la propuesta que esta crítica hace aparecer como necesaria, lo que aparece en primer plano en la segunda parte del libro: la fragilidad como señal fundamental para entender nuestra codependencia mutua, los cuidados como base de la vida y por tanto de todo proyecto transformador. Acá va una pequeña explicación que da del asunto en una entrevista reciente:
Mucho y bien se está hablando del libro recientemente publicado por Cesar Rendueles, "Sociofobia", sobre todo remarcando su crítica a la fe ciega en la tecnología y las redes digitales como herramienta transformadora. Pero más interesante me parece la propuesta que esta crítica hace aparecer como necesaria, lo que aparece en primer plano en la segunda parte del libro: la fragilidad como señal fundamental para entender nuestra codependencia mutua, los cuidados como base de la vida y por tanto de todo proyecto transformador. Acá va una pequeña explicación que da del asunto en una entrevista reciente: "La dependencia mutua no es exactamente una opción. Es una realidad antropológica insoslayable. Todos los seres humanos son completamente dependientes durante muchos años de infancia, muchos lo vuelven a ser de forma temporal o permanente en algún momento. El resto de nuestra vida solemos cuidar y ser cuidados simultáneamente y en distinto grado: cocinamos, limpiamos, acompañamos, vigilamos, curamos, educamos, consolamos… y recibimos todas esas atenciones. Los estudios econométricos sobre este trabajo no remunerado son fascinantes. Muestran que los cuidados mutuos es un elemento esencial de cualquier sociedad moderna, más que cualquier industria, pese a que es prácticamente invisible en términos económicos, políticos y simbólicos. Por ejemplo, lo único que la tradición filosófica ha tenido que decir en veinticinco siglos sobre el cuidado de los niños son las profusas chorradas de un ególatra suizo que entregó a todos sus hijos a un orfanato. Así que, en primer lugar, cualquier proyecto ético se recorta sobre esa realidad material. Puedes ser todo lo hobbesiano que quieras, pero no te vas a librar de ella.
Para
  mí fue un descubrimiento importante entender que el cuidado podía ser 
una  fuente de realización personal, y no sólo de sometimiento. Es algo 
que mi  generación, la primera educada completamente en el 
hiperconsumismo, ha  entendido tarde y mal. Nos ha pasado un poco lo que
 al Fausto de Goethe. Ya  sabes, Fausto busca satisfacer su ambición con
 conocimiento, sexo, experiencias  vitales, transformando el mundo… Pero
 nada, sigue igual de insatisfecho. Dan  ganas de gritarle: "tío, 
cómprate un perro". Porque, es curioso, lo único con  lo que no prueba 
es a cuidar y ser cuidado, tal vez formando parte de una de  las 
sociedades de apoyo mutuo de trabajadores que en la época de Goethe  
empezaban a prosperar. 
    
El
  cuidado mutuo es una de las vías más importantes de las que disponemos
 para  reparar nuestras vidas dañadas. No me refiero a esas majaderías 
cursis sobre lo  gratificante que es atender a los demás. Muchísimas 
veces no lo es en absoluto;  es agobiante e increíblemente cansado (la 
paternidad me ha enseñado que es  posible vivir sin dormir). 
Básicamente, creo que hay formas de vivir plenamente  las capacidades 
individuales propias de las distintas situaciones de  dependencia mutua.
 A algo de eso se refería Marx con lo de "a cada cual según  sus 
necesidades, de cada cual según sus capacidades". La ética del cuidado  
tiene un engranaje interesante con los proyectos de emancipación 
política. Nos  puede ayudar a pensar en qué puede consistir la 
fraternidad, ese valor  republicano eclipsado del que hablaba Toni 
Domenech en un libro buenísimo.  Porque, si te paras a pensarlo, hoy la 
fraternidad resulta una idea bastante  oscura, suena un poco a club de 
veteranos de guerra o de ultras de fútbol. Yo  diría que era una forma 
de denominar una búsqueda de formas emancipadas de  apoyo mutuo, de 
ensayar cómo cuidarnos los unos a los otros sin someternos. El  
comunitarismo es una pésima opción en ese sentido. Primero porque a 
menudo es  opresor y segundo porque ya no está a nuestro alcance. Las 
pequeñas comunidades  tradicionales prácticamente han desaparecido… tal 
vez por suerte. El cuidado  no: es una realidad demasiado básica y, por 
eso mismo, muy plástica. El cuidado  exige un fuerte compromiso pero es 
compatible con amplias dosis de libertad  individual. Por eso es la base
 material de cualquier proyecto de construcción ética."
 
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