miércoles, 19 de junio de 2013

Formalizar la esperanza

Artículo recuperado del blog "Extrema pobreza y derechos humanos"


Antonio Gabarres
Raquel Enbid
Daniel García


Desde hace unos meses, en España todo gira en torno a una palabra: “crisis”. Una palabra mágica que funciona como una especie de justificación universal para cualquier problema que surja, para cualquiera de esas propuestas de “ajustarse el cinturón” que parecen encadenarse unas con otras: “es por la crisis”. Como queriendo dejar claro que es algo provisional, que pasará, y que esta difícil situación por la que pasamos será superada por un futuro en el que podremos volver a disfrutar de un estado de mayor tranquilidad y bienestar.

Sin embargo, esta crisis no es algo excepcional ni transitoria, sino que es una muestra cada vez más clara de cómo funciona este sistema: apoyando al poderoso y exigiendo al que está en una situación más frágil.

Se habla de crisis en la economía, en el trabajo, en la vivienda... Crisis que se explican con datos, con números, que aparecen en los periódicos y las televisiones. Pero hay otras crisis, crisis concretas, que afectan a cada vida particular, experiencias que van más allá de lo que se puede contar: “Hay cosas que hay que vivirlas, si no no se pueden llegar a entender”. Los más pobres siempre han estado en crisis, desde que nacieron en un lugar y un tiempo que les colocó en una determinada posición social y que marcó profundamente sus posibilidades y los esfuerzos que tendrán que hacer para salir adelante.

Porque esta crisis es económica, pero no sólo. Es también una crisis de confianza en uno mismo, en las propias capacidades. Los miedos, la sensación de impotencia frente a unos problemas que nos superan constantemente, terminan haciéndonos sentir pequeños, capaces de poco más que de subsistir día a día. Es también una crisis en las relaciones, porque quienes viven en la pobreza cada vez pueden contar menos con el apoyo de su entorno y dependen más de profesionales que tienen mucho poder sobre ellos. Es, finalmente, una crisis de la esperanza. Porque durante mucho tiempo quienes viven en la pobreza han visto como la promesa de progreso y desarrollo para todos no se hacía real para ellos. Siguen en el mismo punto, en el mismo lugar dentro de la sociedad. Cada vez es más difícil ver salidas posibles. Y eso desespera.

La situación actual no ha hecho sino hacer más visible el lugar que los más pobres han habitado siempre. El lugar del no-trabajo, de la no-vivienda, de la no-seguridad, del no-futuro. Ahora son más sus habitantes, aunque siguen sin estar en las mismas condiciones. Pasar un tiempo en él es duro, muy duro. Permanecer, no encontrar la salida, machaca realmente a la persona.

Todo esto pone en crisis nuestra esperanza, y sobre todo la de quienes experimentan la realidad de la extrema pobreza en sus propias vidas. Afecta a nuestra capacidad de creer que es posible cambiar las cosas, salir de la pobreza, encontrar un lugar digno en la sociedad. Y, al mismo tiempo, necesitamos de esta esperanza para seguir luchando.

Porque desde la realidad de la extrema pobreza, no luchar es rendirse definitivamente. Por eso quienes la sufren siempre luchan, porque la vida avanza a través de esfuerzos cotidianos y constantes, de un constante intento por buscar alternativas. En su experiencia de vidas en crisis permanente, conocen muy bien lo que son los momentos de desesperanza, de oscuridad, de dolor. Y saben también que siempre es posible salir adelante, por duro que sea, si se tienen ganas de vivir y razones para seguir luchando.

Las respuestas reales las debemos buscar entre todos, partiendo del reconocimiento de que necesitamos la experiencia, el conocimiento y la capacidad que cada persona tiene para poder avanzar juntos. El objetivo fundamental no puede ser llegar muy lejos si esto se consigue a costa de dejar a gente en el camino. Nuestro horizonte debe ser llegar hasta un nosotros común, hacia un caminar compartido por un mundo y por una sociedad mejor para todos.

Para no abandonar este camino, o para retomarlo con fuerza, necesitamos recuperar la confianza en nosotros mismos y en los demás, volver a creer que es posible avanzar juntos, sentir de nuevo la alegría y la potencia que surge del encuentro entre diferentes: necesitamos formalizar la esperanza.

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