jueves, 6 de junio de 2013

Del trabajo y la pobreza (y II)

Seguimos con extractos del libro "La potencia de los pobres", de Majid Rahnema y Jean Robert
en torno al trabajo asalariado, su origen y sus consecuencias en el momento actual, que creo que dan luz sobre el momento que estamos viviendo ahora mismo:

"Creyendo restaurar el espíritu de las mutualidades tradicionales, la corona inglesa tuvo la  idea  de  distribuir  pan  a  los  pobres,  o  más  bien  de  darles  una  ayuda  mínima  de sobrevivencia calculada sobre el precio del pan en su condado. Para tener derecho a ella, era necesario que los pobres regresaran a su lugar de nacimiento e inscribirse en la oficina de benevolencia parroquial. Esta última “ley sobre los pobres”, fue promulgada en 1795 e inmediatamente atacada por los que se volvieron los “pioneros de la tradición liberal”, es decir los primeros economistas modernos. En vez de socorrer al pobre, hay que transformarlo en un trabajador industrial, esta es la esencia de la propuesta crítica de los economistas. Para conseguirlo, se encerrará al pobre en una situación de no retorno: separar el trabajo de las otras actividades de la vida, es decir, desacreditar y destruir el trabajo  vernáculo,  acabar  con  todas  las  formas  orgánicas  de  la  existencia,  “y reemplazarlas por un tipo de organización diferente, atomizado e individual".


(...)

Hacia 1980, la imagen del pobre empezó a reaparecer en los debates. (...) Librados sin medios de defensa conceptuales y prácticos a una totalidad coercitiva, cuyo surgimiento brusco, imprevisto, indescifrable, les dejaba atónitos,  estaban  como  suspendidos  entre  dos  eras,  una,  pasada  sin  retorno,  de explotación, de plusvalía, ahora acabadas y, la otra, un vacío en el que no eran nada, extranjeros en lo que fue su ciudad, su barrio, su pueblo. Ciertamente, hubo épocas de angustia  más  dolorosa,  miserias  más  ásperas,  atrocidades  más  inenarrables,  nuevos órdenes  de  crueldad  más  ostentosa;  pero  ninguna  fue  tan  fría,  generalizada  y drásticamente  peligrosa  como  ésta.  ¿Cuándo,  actores  a  pesar  nuestro  de  este  show grotesco, tomaremos conciencia de que cada nuevo giro de tuerca que nos hacen ver como  un  ajuste  coyuntural  es  un  paso  hacia  una  transformación  deliberada  de  la condición humana? Que no hay crisis sino voluntad de mutación. 

(...) 

El desempleo se ha vuelto permanente, endémico y reprimible, y todos los economistas y la mayor parte de los políticos lo saben. Las políticas de empleo, callejones sin salida paralizantes, vías muertas devastadoras, se han vuelto impedimentos para los trabajadores desempleados para buscar otros caminos y entender las razones profundas de lo que les pasa. 

(...)

Ya no es la abundancia de la oferta de la mano de  obra  que  baja  los  precios  del  trabajo,  es  su  utilidad  decreciente  y  la  reducción progresiva de la oferta de empleo. Es el descubrimiento del tándem economía-técnica que  instrumentos  muchas  veces  menos  “caros”,  más  “fiables”  y  más  “productivos” pueden ahora tomar el lugar de trabajadores siempre insatisfechos y reivindicativos. Contrariamente a lo que se produjo en las crisis pasadas, esta escasez del empleo es endémica e irreversible. Después de la revocación de la “ley de los pobres”, el miedo del hambre conducía a los pobres hacia el trabajo necesario para la acumulación del capital. Hoy los trabajadores son cada vez más superfluos, ya no pueden  nutrir la esperanza de que  el  trabajo  les  vuelva  libres.  Pero  hace  poco  todavía,  nadie  imaginaba  que  la liberación de la carga del trabajo sería una catástrofe, ni que se iba a producir como un fenómeno clandestino. ¿Quién hubiera imaginado que un mundo capaz de funcionar sin el sudor de tantas frentes iba a ser tan rápidamente recuperado por un reordenamiento social que empujaría a los trabajadores ya no a ser explotados, sino a ser excluidos del trabajo, y que la disminución de la necesidad del trabajo conllevaría no una capacidad creciente  de  “apreciar,  asumir  y  celebrar  su  estado  de  ser  vivo”,  sino  una  coerción también creciente, agravada, de humillaciones, de privaciones, de carencias y, sobre todo, de más servidumbre?

Sólo la apropiación del tiempo libre volvería a los trabajadores desempleados libres, pero les resulta imposible por los rituales que el desempleo impone a los desempleados. El trabajo hubiera podido disminuir sin que el empleo escasee. Los trabajadores, más que entrar en competencia por las horas de trabajo realmente ofrecidas, hubieran podido ponerse de acuerdo sobre compartir las horas desempleadas y hacer de ellas horas libres productivas. Una disminución gradual y concertada del trabajo para todos hubiera podido desembocar en una nueva arquitectura social de libertade."

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