sábado, 26 de abril de 2014

Paz y vida compartida

Realmente muy interesante el pensamiento y la propuesta de Juan Gutierrez, coordinador de un grupo de trabajo sobre Memoria y Procomún que aporta una visión diferente y muy necesaria frente sobre la construcción, o mejor dicho, el tejido de la paz. Acá van unos extractos de una entrevista que le hicieron hace ya unos años:


¿Cómo defines la paz? 

La paz tiene dos caras entrelazadas e inseparables pero distintas. Varios expertos (Johan Galtung, Adam Curle, etc.) llaman a una cara paz positiva y a la otra paz negativa. Para definir la paz negativa, arrancan de Kant y su famoso ensayo sobre la paz perpetua. Allí Kant dice que la paz no es sólo ausencia de guerra, sino también ausencia de la amenaza de guerra. Pero Kant sólo considera lo que ocurre entre Estados y deja fuera lo que pasa dentro de una sociedad, dentro de cada casa. Después de un viaje a Gambia, Adam Curle vio claramente cómo el bienestar de unas vidas puede destruir otras vidas y se dijo que eso había que incluirlo también en el concepto de violencia. La paz negativa es también superadora de eso. Galtung dibujó lo que llamaba un “triángulo de las violencias”: hay violencia directa, estructural y cultural. La violencia directa es la que tiene un actor claro que ejerce la violencia. La violencia estructural es mucho más anónima: vives bajo una estructura que mejora la vida de unos mientras empeora la de otros. Por ejemplo, en una familia puede haber amor, pero en Roma el pater familias podía matar o vender como esclavos a la mujer y a los hijos. Fíjate dentro de qué estructuras se establece ese amor, estructuras violentas y asimétricas. El cariño y las manifestaciones del amor pueden darse, pero como acto, no tienen estructura que las proteja. Y por último, la violencia cultural es por ejemplo la que va señalando blancos sobre los que disparar (clichés peyorativos como “sudaca”) o la naturalización de las jerarquías a las que se refería Mandela en su autobiografía cuando recuerda que los negros bajo el apartheid llamaban “papá” y “mamá” a los amos blancos. Así que el concepto de paz negativa se ha ido abriendo desde Kant para incorporar otras violencias que circulan en el seno de la sociedad: ya no sólo relaciones dañinas, sino también estructuras que las sostienen o culturas que las alientan. Es un gran avance. 

Pero esa es sólo una cara…

En la comunidad de investigadores más o menos hay acuerdo en que la paz negativa consiste en rechazar la violencia y la guerra. Pero lo que yo no veo son muchos acercamientos a la otra cara de la paz, la paz positiva. Las más de las veces no se recoge entera, bien definida. Creo que todavía impera el punto de vista dialéctico: la violencia es el No a la vida, por tanto el No a la violencia es el Sí a la vida. Sobre este “pasodoble del No”, como yo le digo, hay grandes construcciones, desde Hegel a la Escuela de Frankfurt… O el mismo Marx cuando en el Manifiesto dice “el obrero no tiene patria, no tiene religión, no tiene familia, por tanto encarna al género humano”. Es el No a las especificidades que son el No al género humano. Durante al menos 150 años, la generosidad de mucha gente se ha entregado a esta fórmula: el No al No para llegar al Sí. Pero yo creo que esa clave está exhausta, en muchos sitios con el No ya no se avanza más. O se genera simplemente un espacio de justicia donde una vida no daña a otra, pero lo ocupa rápidamente el homo económicus que es estrecho de pecho, sólo se interesa por su propia vida individual y hace bien a otro sólo en la medida en que le trae cuenta. Lo define con mucha gracia Kant cuando dice que un mundo poblado por diablos viviría en paz, porque serán malos pero no tontos y se dan cuenta de que miran mejor por su propio interés comerciando que haciendo la guerra. 

¿Entonces?

Pues vayamos directamente al Sí, a un Sí que no tiene que pasar por dos NO. La paz positiva es este Sí a la vida. Pero a una vida ancha, que quiere vivir y vive compartiendo con otros. Hay paz positiva en una sociedad allí donde cada vida da y recibe vida más allá de balances contables, donde hay estructuras que sostienen ese tejido cálido y una cultura que alienta compartir afectos y actos. Donde cada vida sufre lo que te toca sufrir, pero está bañada por la alegría de convivir y abierta a un horizonte de reconciliación. Así, la paz, que ya rechaza la violencia con su cara negativa, además la trasciende. Llega a una vida ancha, abierta y compartida donde no lleva el simple encadenamiento de Noes.

Curiosamente, para esa cara de la paz hay una palabra que algunos de vosotros conocéis, viene de Africa del Sur y la usa Nelson Mandela: “Ubuntu”. Desmond Tutu la define así: “Una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazado cuando otros son capaces y son buenos en algo, porque está seguro de sí mismo ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otros son torturados u oprimidos.”. 

¿Qué significa una paz que trasciende la violencia?

Trasciende porque simplemente sucede sin que tenga que haber violencia alrededor: que una madre de el pecho al niño es tan evidente que en ninguna historia del mundo aparece cuánto dieron de mamar las madres, en todo caso cuántas madres mataron y violaron en las guerras… Eso no se considera como paz, se considera como algo bueno, pero aparte. Pero a mí lo que me interesa es que al hablar de paz eso vaya también dentro. Yo aprendí de Adam Curle, un cuáquero que fue profesor en Harvard y luego estuvo al frente de la escuela de paz en Bradford, que la paz no es una cosa, sino una relación, un adjetivo. Hay relaciones de paz o de hostilidad. Yo desde ahí desarrollo la idea de que las relaciones no son un hilo, sino toda una madeja. Hay toda una madeja de relaciones. Toda relación es un conjunto de relaciones. Y las vetas de guerra y de paz están juntas, un resorte hace que salga una u otra, una relación u otra determina tu acto. La relación no es un hilo, ni un alambre, sino una cosa con muchos dedos con la que te estás tocando con otros. Todo lo que sea compartir y convivir en equidad -entre personas de distintos sexos, edades, lenguas, instrucción, situación legal o vínculos religiosos- promociona la paz en sus rasgos positivos. Una necesidad humana es compartir y al hacerlo brota alegría, gozo, hay celebración y fiesta, irradia la cara positiva de la paz. Aquí la paz resulta difícil de ver porque está demasiado a la vista, en otras ocasiones porque está oculta bajo la violencia… 

¿A qué te refieres? 

La cultura de guerra es hoy aún dominante y controla la comunicación. La violencia llama más la atención, es más espectacular, deja en sombra a la paz positiva. Por ejemplo, ¿qué sabemos de Serbia, de Colombia o de Guatemala? Que allí hay mucha violencia. Bien, es cierto. Pero si lo medimos todo por el grado de violencia, se nos escapa toda la dimensión de paz positiva, cómo la gente abre sus vidas a otros. Y hay muchísima en cada uno de esos lugares, como también, dicho sea de paso, en Euskadi. “Colombia muere cada noche y resucita cada mañana”, es una frase hecha allí. Una vez un cura de Medellín dijo que había que ver la ternura que existe en las bandas de jóvenes: una violencia hacia afuera terrible, pero una lealtad, una solidaridad, una entrega y una ternura increíbles en el seno de las bandas, que es la que les falta en sus familias. Lo que ocurre luego es que esa vida compartida sufre un vuelco terrible en la frontera hacia lo que se rechaza y finalmente desgarra también la paz dentro. El reto es cómo construir la paz sin una frontera dura, con materiales más porosos e incluyentes.

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