jueves, 22 de enero de 2015

Noticia de una silla

Del genial libro "Noticias", de Alba Rico. Porque lo que no ha ocurrido es mucho más instructivo que los hechos reales para poder entender la realidad...

Noticia 41
13 de mayo de 2009. The Star Sucesos

Mantiene retenida una silla desde hace más de tres años «No me levantaré nunca más», ha declarado el perturbado.


Un perturbado de Preston (Inglaterra) lleva tres años sentado en la misma silla y se niega a levantarse. William Forrester, cartógrafo de cincuenta y siete años, se aferra a una vieja silla de la temporada 2006, pasada de moda y despintada, donde trabaja, come, duerme y hace sus necesidades, atendido por el único de sus hijos que no lo ha abandonado. Ni los señuelos ni las presiones han servido para disuadirle de su actitud. Ha re­nunciado al remo, que tanto le gustaba, y a los veraneos en Bath, donde tiene una casita, para poder proteger su silla vieja.

Ni siquiera se ha dejado tentar por el nacimiento de su nieto ni por una invitación a Palacio. E incluso se negó a atender una petición de auxilio de su mujer, que se había caído en el baño, con tal de no levantarse de su silla. «No pienso levantarme», ha declarado. «Mi mujer puede marcharse, si quiere, pero mi silla no.» Y ha añadido: «Defenderé mi silla hasta la muerte». Nadie comprende la actitud de Forrester. «Todo fluye, todo cambia, todo se renueva, es la ley de la naturaleza», se in­dignan sus vecinos. Desde tiempos del filósofo Heráclito sa­bemos que es imposible bañarse dos veces en el mismo río; desde hace algunos años, tras el llamado «ajuste geológico global», sabemos también que es imposible sentarse dos veces en la misma silla. Cada vez que nos levantamos y volvemos a nuestra habitación, nuestra silla ha cambiado de color; es dis­tinta, más bonita, más cómoda, más nueva. Vamos al cuarto de baño o a la cocina, o nos incorporamos para buscar un libro o un papel, y al regresar nos han cambiado la silla por otra mejor. Apenas alzamos el trasero un instante del asiento y la siguiente silla ya ha sutituido a la anterior, en un proceso tan rápido e imperceptible que basta reacomodarse un segundo sobre las piernas para que se produzca la sucesión sin ningún peligro para el usuario. Al principio —recordarán nuestros lectores— a todos nos gustaba poner a prueba el cum­plimiento de la ley y estrenar una silla nueva cada pocos segundos. Durante los primeros meses, muchos europeos se pasaban el día levantándose y sentándose, cada vez más depri­sa, para ver aparecer, una detrás de otra, sillas de nueva gene­ración bajo sus posaderas. Un estudiante de Salamanca, Jacin­to Estrada, llegó a gastar en una sola jornada —el 9 de enero de 2005— 84.223 sillas de todas las formas, materiales y colo­res. Luego la fiebre pasó y hoy se calcula que cada europeo gas­ta de media unas 25 sillas y sillones al día, sólo un poco por de­bajo de EE.UU. (28) y Japón (27). Un estudio de la revista Forbes estima que un ciudadano occidental de treinta y cinco años aún se sentará en unas 410.000 sillas distintas, cada vez más confortables y elegantes, antes de morir.

Pero William Forrester, a pesar del deterioro de su salud y su aislamiento creciente, se resiste insensatamente a este pro­greso. Sus amigos y vecinos le han suplicado sin resultado que se levante, escandalizados por este atentado al buen gusto y al sentido común. Por su parte, la ODS ha convocado una mani­festación bajo su ventana para protestar por lo que considera un acto de crueldad y exigirle que deje marchar la vieja silla y llegar la nueva. Como el «ajuste geológico global» es un fenó­meno reciente no hay todavía ninguna ley que prohiba a los ciudadanos no levantarse de las sillas. «Nunca lo creímos ne­cesario», ha manifestado Robert Brian, dirigente de la ODS, «pero la irresponsable e inexplicable actitud de Forrester nos obliga a proponer al Parlamento una modificación del Código Penal.» La propuesta, de momento, no cuenta con el apoyo de todos los grupos políticos. Cordón Brown, líder laborista, prefiere no recurrir a medidas represivas: «La vitalidad del mercado es irresistible; tarde o temprano, Forrester tendrá que levantarse».

Preguntado por este periódico, Forrester asegura que eso no ocurrirá jamás y trata de justificar su obstinación. «No es sólo que me guste mi silla vieja; a veces también tengo miedo.»

Y enseguida ha añadido: «Tengo miedo, sí. ¿Nadie se ha preguntado nunca de dónde vienen todas estas sillas y adonde van aparar?».

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