viernes, 7 de noviembre de 2008

Sobre conocimiento, acción y los más pobres


En el Blog de Cuarto Mundo España encuentro este texto, del ya clásico Wresinski, que creo que es muy interesante sobre los límites de la investigación y acción en torno a la pobreza y la exclusión...

(fuente: Más textos Wresinski sobre conocimiento)

Extracto:(...) 

Se trata de la función (y yo diría de buena gana del deber) que tienen los investigadores del campo de la pobreza de hacerle un sitio al conocimiento que los más pobres tienen de su propia condición. Hacerle un sitio a este conocimiento, rehabilitarlo como único e indispensable, autónomo y complementario de toda otra forma de conocimiento y ayudarlo a desarrollarse. Y a esta función, ya lo adivináis, se añade otra: la de hacer sitio, rehabilitar y ayudar a consolidarse el conocimiento que pueden tener los que viven y actúan entre los más pobres y con ellos. Ciertamente no es la primera vez que hablamos con vosotros de estas dos partes de un conocimiento global a las que vosotros añadís una tercera parte: la del observador exterior. 

(...) Cayendo en la trampa de una sociedad que creía en la supremacía del conocimiento universitario, nuestras universidades han creído, y nosotros con ellas, que lo que el mundo necesitaba para combatir la pobreza era el conocimiento universitario. Y cuando los estudios y las investigaciones desaparecían en los cajones de los políticos y las administraciones, sentíamos auténtica frustración. Decíamos que era por razones políticas, por falta de voluntad política, por lo que los mejores estudios no llevaban a decisiones favorables para los pobres. Era casi exactamente ese matiz: el fallo no fue tal vez sólo de los políticos, sino también nuestro, porque el carácter de nuestros trabajos no podía atraerlos a la lucha. (...) el conocimiento construido de esa forma era un conocimiento instructivo, pero no necesariamente convincente, y que la parte complementaria susceptible de convencer no podía ser aportada por el propio investigador universitario, sino únicamente por los pobres y los hombres de acción.

Todo hombre piensa, conoce y se esfuerza por comprender; todo hombre actúa para un fin que es su fin y su pensamiento se organiza en función de ese fin. En este sentido, todo acto de pensamiento es susceptible de ser un acto del ser humano para su propia liberación, y lo repito, porque el Movimiento es testigo de ello en muchas zonas de miseria del mundo: todo ser humano, también todo grupo, busca hacer realidad ese acto. (...) Los que piensan que los hombres totalmente empobrecidos son apáticos y que, por consiguiente, no reflexionan, que se instalan en la dependencia o en el mero esfuerzo por sobrevivir cada día, se equivocan gravemente. Ignoran los inventos de autodefensa de que son capaces los pobres para escapar de la influencia de aquellos de los que dependen, para salvaguardar una existencia propia, cuidadosamente escondida detrás de la vida que despliegan a modo de cortina; detrás de la vida que interpretan para engañar a quien mira desde el exterior. Ignoran el desesperado esfuerzo de reflexión y de explicación de ese hombre que no deja de preguntarse “¿Pero quién soy yo?”, que no para de decir “¿Por qué me tratan así, como si yo fuera un trapo, un perro, un sinvergüenza? ¿Es que soy un sinvergüenza?” A costa de un doloroso esfuerzo de pensamiento, no deja de levantarse de entre esas falsas acusaciones que son otras tantas falsas identidades que se le atribuyen, y se repite “No, no soy un perro, no soy ese imbécil en que me han convertido. 

(...)

Sabe cosas que otros tal vez no comprendan jamás, que ni siquiera lleguen a imaginar. Su conocimiento, por poco elaborado que sea, gira en torno a todo lo que representa estar condenado de por vida al desprecio y la exclusión. Engloba todo lo que eso representa en cuanto a acontecimientos, en cuanto a sufrimientos, pero también en cuanto a esperanza y resistencia frente a esos acontecimientos. Conlleva un saber del mundo que le rodea, el saber de un mundo en el que él solo conoce los comportamientos para con los pobres como él. El mejor investigador del mundo es incapaz de imaginar esas cosas y, por consiguiente, de formular las hipótesis y plantear las cuestiones que interesan. Hemos dicho que el investigador se encontraba allí ante un campo de conocimiento sin los medios necesarios para controlarlo. Se encuentra, en cierto modo, en el jardín secreto de los más pobres. Nadie puede entrar en él si no cambia de situación de vida para lograr que los más desfavorecidos hablen con confianza y comprender lo que dicen. Tal como es, el investigador no tiene los medios para adueñarse del contenido de ese jardín secreto; pero, además y sobre todo, no tiene derecho a hacerlo.

Porque ningún hombre tiene derecho, aunque sea en nombre de la ciencia, a perturbar a otro hombre en su esfuerzo, tal vez torpe pero porfiado, por desarrollar un pensamiento liberador. Y ningún investigador tiene derecho a aprovechar los esfuerzos de los más pobres por liberarse para luego devolverlos a la servidumbre. Porque, repito, perturbar a los más pobres en su pensamiento, utilizándolos como informadores en lugar de animarles a convertir su propia reflexión en un acto realmente autónomo, es esclavizarlos.

Joseph Wresinski. Dic 1980, UNESCO Paris

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