jueves, 2 de mayo de 2013

Cuarto y mitad de pizarra

Esto de acompañar el crecimiento de una criatura como Sara te empuja a descubrir continuamente nuevos mundos y enfrentarte a grandes retos. Justamente ahora mismo andamos en medio de uno de ellos, enfrentando la gran incógnita de cuál puede ser la mejor manera de saltar del primer ciclo de educación infantil al segundo. ¿Mejor seguir en la escuela en la que está hasta ahora? ¿O mejor cambiar ya a un colegio donde pueda cursar la primaria, para que la adaptación sea más temprana y (sobre todo) para asegurarle una plaza  (ya que si se hace el cambio a los seis años las cosas se complican porque no hay muchos huecos disponibles)?

Estas grandes cuestiones nos han metido de lleno en diálogos con otras madres y padres, profesoras, familiares varios, visitas a colegios, lecturas de programas educativos de los mismos... ¡Apasionante momento! El problema es que con tanta información, dudas y miedos compartidos, junto con la escasez de certezas propias realmente asentadas, la cosa resulta bastante confusa.

Todavía no hemos sido capaces de decidir nada. Pero sí que van apareciendo algunas claves que a mí me parecen importantes. Lo que más me ha llamado la atención es la diferencia entre unos lugares a otros, no ya tanto en las condiciones, proyectos o actividades concretas, sino en aquello de lo que se sienten orgullos@s en cada lugar. Me parece importante, porque supongo que eso habla de algo que les parece que está en primera línea de las preocupaciones o búsquedas de padres y madres, y que al mismo tiempo queda como algo nuclear en lo que se quiere vivir a nivel educativo en el centro en cuestión.

Lamentablemente, me cuesta reconocer mis búsquedas de cara a la educación de mi hija en los "motivos de orgullo" de varios de estos centros. En uno de ellos, tras una visita de 45 minutos por el mismo me quedé sin saber qué proyecto querían desarrollar con l@s niñ@s; lo único que me quedó claro es la cantidad de pizarras digitales (sigo sin entender muy bien qué es lo que aportan de esencial para que se hable (y se invierta) tanto en ellas) y ordenadores que hay por todos lados, como si eso fuera la garantía suficiente que nos permite no preocuparnos por el resto de dimensiones del desarrollo educativo. Otro tanto me pasa con los centros que te reciben con grandes carteles avisándote de que son bilingües, para que te quedes tranquilo sabiendo que, aprenda lo que aprenda tu hij@, mucho o poco, lo hará en dos idiomas. ¡Fenómeno, no nos cuenten más, que si no nos liamos!

Bien es cierto que hay lugares en los que los "motivos de orgullo" me resuenan más cercanos y llenos de sentido. Aunque luego puedan tener sus defectos y deficiencias, me anima ver como algo que me parece realmente esencial cuidar está en el núcleo de lo que se vive en esos colegios. Así, cuando veo cómo en un lugar se cuida y promueve el contacto con la tierra a través del huerto escolar; o cómo en otro te plantean como algo positivo el que haya 25 nacionalidades diferentes de niñ@s, por toda la riqueza que esta diversidad permite; o cómo se apuesta por el juego como herramienta básica de desarrollo y conocimiento (algo esencial desde mi punto de vista sobre todo en esta edad de 3 a 6 años) frente a las ansias de conseguir resultados y éxitos de aprendizaje lo antes posible; o cómo, sencillamente, se priorizan dinámicas de comunicación y celebración que permiten fomentar entre tod@s l@s niñ@s (y adult@s) del centro la experiencia de ser y vivir la comunidad que forman... De repente me anima descubrir que se sigue apostando, al menos en algunos lugares, por dinámicas que aunque no sean las más reconocidas socialmente, apuntan mucho más lejos que estos "imprescindibles" técnico-lingüisticos que se ofrecen como fachada sin saber qué es lo que se esconde tras ellos.

En el fondo, para mí la clave no es la infraestructura, ni el proyecto o la metodología. Lo único que encuentro realmente esencial es que mi hija pueda tener la oportunidad de crecer en compañía de otr@s, con la mayor diversidad posible para abrirse a las realidades tan diversas que hay en nuestro mundo (sin dejar de lado aquellas más "dolientes"), atreviéndose así desde pequeña a jugar y a descubrir el mundo creando vinculos y ensamblando su vida con la de l@s demás, en un proceso de transformación común y contagiosa.


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