viernes, 7 de agosto de 2009

De médicos, medicinas y caminador@s.

Ayer estuve en Pancasán, comunidad de la montaña a varias horas de Matagalpa, el centro urbano de la zona. La idea era acercarme a ver cómo funciona un centro de salud acá. Y me encontré un puesto digno, creado hace ya unos años, que ofrece muchas (aunque no todas) las medicinas consideradas esenciales para atender los problemas básicos de la población.

Población que no está ahí mismo precisamente, sino dispersa en varias comunidades, algunas separadas por mucha distancia y malos caminos, que ahora en época de lluvias se deterioran aún más. Tan lejanas están algunas que se consiguió que hace 2 meses se abriera un puesto en una de esas comunidades para atender a la gente de allá.

Porque la distancia juega un papel esencial en la atención sanitaria. Hay gente que tiene que caminar horas a pie para llegar hasta el centro de salud (o quien tiene algunos reales, en alguno de los pocos autobuses, casi tan escasos como el dinero en el bolsillo de la gente), arrastrando su enfermedad o al niñ@ que llevan a revisar. Lo cual hace que cuando realmente estén mal, tengan muy difícil el acceso, y que algun@s llegaran contando haber estado enferm@s en días anteriores, pero ya estar mejorando. De alguna manera, la distancia selecciona a l@s que pueden llegar, para ello hace falta un mínimo de salud. Si no, ni modo.

Al mismo tiempo, la decisión de emprender este camino no se hace por cualquier cosa. En muchas caras pude ver la angustia, el miedo, sobre todo cuando traían a sus pequeñ@s. Pero al mismo tiempo, frente a la autoridad del médico, representante del conocimiento y el poder de la universidad, de la ciudad, ¿cómo expresar todo lo que se lleva sobre los hombros, siendo un@ humilde campesin@? Silencios, respuestas que esconden más de lo que muestran, alguna lágrima que se escapa... Y nuestra incapacidad para saber como facilitar esa comunicación, como eliminar esa barrera... Me venía a la cabeza una historia que leía el otro día sobre un niño indio, Rakku y la lucha de su madre por salvarle de la muerte por diarrea. En varias madres, ayer, creí reconocer este esfuerzo, esta angustia, este amor... Y esta distancia entre ella y nosotr@s, de su casa al centro, de su silencio a nuestra ignorancia...

Pero, pese a todo, siguen caminando, paso a paso, entre el lodo, las piedras y los torpes acercamientos de nosotr@s, l@s supuest@s profesionales.

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El puesto de salud está atendido por 2 enfermeras y un médico durante su servicio social, al terminar la carrera. Los más pobres, así, no tienen derecho más que a un médico que recién comienza. Por muy bueno que sea, no deja de ser alguien que comienza a descubrir de qué va esto de ser médico, sin más supervisión que la experiencia de las enfermeras, que son las que permanecen allí a largo plazo. Y cuando empiece a saber manejarse mejor, acabará su servicio social y se volverá a la ciudad, al hospital o abrirá su consulta privada.

Para l@s pobres, migajas. Otra vez más. Porque el sistema no les toma en serio, porque no se quejan, porque no tienen plata...

Pero también habrá que pensar que algo pasa cuando nadie, o casi nadie, siente esta injusticia, siente a esta gente como su gente y se decide a comprometerse con ell@s. Después de una formación de tantos años en la Universidad, de tantos conocimientos asimilados, ¿cómo es posible que no se haga un esfuerzo serio por trabajar también el corazón de cada estudiante, de manera que sienta que su vocación real es trabajar allí donde más falta hace?

Ivan Illich, hace 30 años, escribía que era realmente un sinsentido que los países subdesarrollados invirtieran tanto dinero en formar médicos que terminan siendo especialistas en cosas muy concretas, en vez de preocuparse en buscar la manera de alcanzar el mayor nivel de salud posible para la generalidad de la población. Pero no, la mayoría de los licenciados en medicina siguen soñando con ser cardiólogos o cirujanos, quedando así como grandes especialistas a disposición de una élite de su país.

¿No tendría más sentido invertir en una formación de calidad para aquella gente que esté dispuesta a trabajar en las zonas más recónditas? ¿O buscar la manera de buscar cómo promover un compromiso real y concreto con l@s más pobres?

Y el caso es que este país ha dado muestras de saber hacer en el pasado. Ahí está la cruzada de alfabetización, que llevó a estudiantes de todo el país a los lugares más inhóspitos, a compartir su saber. Pero claro, eran otros tiempo, donde todo el mundo estaba realmente dispuesto a dar un paso más allá de si mismo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Dani por este trocito de viaje compartido.
¿Qué médicos nicaragüenses elegirán curar a los más pobres? ¿Y qué maestros españoles elegirán quedarse en los colegios a dónde van nuestros niños más pobres? ¿y qué abogados en Inglaterra defenderán a los padres más pobres? Aquí o allá son muy pocos los que eligen quedarse al lado de los más pobres, elegir curarles, enseñarles, defenderles sería también elegir caminar juntos, compartir un destino, empeñarse en destruir la miseria; y es también elegir un desafio personal y profesional enorme, tú y yo lo sabemos. Médicos, maestros, abogados necesitán también estructuras, apoyos, incentivos que les animarán a quedarse y asegurarse de eso es responsabilidad de todos. Ya sabemos que los heroes no existen – o hay pocos, si nosotros nos quedamos es porque otros nos lo permiten.
Besos amigo a Maria y para ti. A seguir disfrutando, aprendiendo y compartiendo, todo a una.

Beatriz Monje Barón

dandindan dijo...

Pues sí, lamentablemente, y aunque a la gente de acá le cueste creerlo, en todas partes hay gente dejada de lado, no tenida en cuenta, señalada como culpable de su situación y como tal dejada a la deriva... Algun@s se acercan, se encuentran, se indignan de esta situación... Siempre y cuando sepan abrir el corazón para no construir un nuevo caparazón que deje a l@s más débiles fuera, este encuentro les llevará a caminar, a descubrir, a amar...