martes, 26 de mayo de 2009

Bauman, el amor y yo

Mira que María me lo ha dicho mil y una veces en todos estos años, pero yo ni caso... Hasta que llego y lo veo en papel impreso, y parece que he descubierto algo nuevo. Mi miedo al compromiso parejil, mi constante evaluación de los riesgos de cara al futuro de una apuesta concreta y compartida, resulta que son signo de ser un hombre de mi tiempo. Al menos esa es mi conclusión al echar un vistazo a otro interesante libro de Zygmunt Bauman, Amor Líquido.

Arranca con una visión interesante sobre cómo funcionan hoy en días las relaciones afectivas y de pareja, deteniéndose en cómo se han convertido en un objeto de consumo, quizás el más deseado, pero que sigue los mismos parámetros que otras inversiones que hacemos, cuidando bien de que no nos salga demasiado caro, evitando que nos condicione otras áreas de la vida que no incluyan lo placentero y deseado, buscando "relaciones puras" no contaminadas con compromisos intensos o a largo plazo. Incluso los hijos se convierten con frecuencia en un objeto de consumo emocional cuyo coste a largo plazo se intenta mitigar con soluciones que hagan más llevadera esta responsabilidad (como el tema de la crianza por terceras personas). Posteriormente amplifica el campo de visión hasta la sociedad en general, a cómo las nuevas tecnologías nos permiten "estar en red" y al mismo tiempo alejarnos del que tenemos al lado, porque la comunicación a distancia nos permite no dejarnos invadir por el otro, mantener el control, y termina centrándose en este miedo "al otro", al que no es "de los míos".

Frente a esto Bauman se posiciona, de manera clara que en otros libros suyos que he leído hasta ahora, frente a la ley del más fuerte y denunciando la invisibilidad y denigración a la que se condena a l@s que no tienen cabida en esta red, y apuesta por una dinámica de transformación compartida de la realidad, pese a la incertidumbre a la que esta nos lanza.

Como dice al final del libro: "La verdad sólo puede emerger al final de una conversación, y en una conversación genuina (es decir, aquella que no es un soliloquio disfrazado) ninguno de los interlocutores sabe o puede saber a ciencia cierta cuándo llegará a su fin. Un hablante no puede anticipar nada. Debe ser capaz de esperar, ya que su palabra depende de la palabra del otro. Necesita tiempo".

Muy recomendable, la verdad.

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