La palabra confunde, se escapa, mezclándose con otras en combinaciones absurdas, retorciéndose hasta hacer irreconocible su origen, el pálpito que le dio vida. Y así, una vez lanzada al aire, cualquiera puede hacerse con ella y moldearla según su gusto y conveniencia, o rechazarla sin más, ocultando la verdad que le dio aliento.
Es fácil jugar con las palabras, y divertido al mismo tiempo. O al menos eso parece... Lo doloroso es ver cómo esa herramienta de encuentro termina sembrando tantas distancias, tantas barreras, tantos desencuentros.
La palabra nos aturde, haciéndonos pensar que con ella, tan sólo con ella, ya es suficiente para llegar al otro. Y no... Porque el otro se puede esforzar por entender nuestro mensaje, aguzando el oído, afinando la razón, preparando la voz para preguntar las dudas... y con todo esto no conseguirá más que hacerse una idea propia de la verdad del otro, construida en la distancia.
Previo a lo dicho, a lo compartido en la palabra, hay una experiencia que abarca múltiples dimensiones que no pueden entrar por el embudo que impone aquella para poder ser entendible. Y así quedan fuera multitud de sentimientos, percepciones, ideas, miedos... que no encontramos la manera de traducir al lenguaje hablado o escrito.
Sin embargo, cuando la comunicación pasa del dicho al acto, cuando en vez de "contar" decidimos "mostrar" nuestro mensaje, éste se abre a nuevas dimensiones que amplifican el poder de la palabra, haciéndose más entendible y dejando a ésta en su lugar, importante pero no exclusivo.
La acción (que es palabra más cuerpo, que es movimiento y quietud, que es símbolo y signo) se muestra clara y directa, no te deja escapatoria, no se deja manipular con tanta facilidad. Mostrando, actuando, se evidencia la verdad y la mentira, nos enfrenta y nos hace situarnos frente a ellas. Se hace presente, no como una idea abstracta con la que jugar, sino como una realidad concreta y compartida.
La acción te provoca, te hace sentir, recordar, pensar, tranformarte. La acción genera acción, en un circuito permanentemente en marcha si nos atrevemos a introducirnos en él.
Así voy descubriendo el valor del drama, del teatro, de la palabra activa y la acción parlante. En psicodrama, en teatro de la escucha, en el esfuerzo diario por encontrarme con otros de una manera más real...
Dar vida, aliento vital a la idea, a la palabra, a la imagen...
Actuar...
Dar vida...
Crear...
Creando nuestros pequeños génesis en el día a día...
P.D. En realidad, todo este texto se podría transmitir de manera mucho más nítida dramatizando...
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