jueves, 16 de junio de 2011

Crear y destruir

Como está tan presente el tema del mantenimiento o la transformación, de la destrucción y la creación, resulta interesante asomarse al análisis que hace Peter Pal de los diferentes tipos de nihilismo de los que habla Nietzsche:

Nietzsche distingue dos tipos de destrucciones: “El anhelo de destrucción, de cambio, de devenir, puede ser expresión de una fuerza llena hasta rebosar, preñada de futuro […], pero también puede ser el odio del malogrado, del indigente, del que ha salido perdiendo y destruye, tiene que destruir, porque a él lo existente, es más, todo existir, todo ser incluso, lo indigna y lo irrita". (...) La destrucción de la moral, de la religión y de la metafísica, y de las fuerzas que las propagan, preconizadas por Nietzsche para el nihilismo activo, no puede provenir del odio del frustrado, del veneno del resentido, del impulso reactivo de una aspiración negativista, sino que debe ser la consecuencia necesaria de una voluntad afirmativa. Nietzsche tiene mucha claridad sobre el estatuto de su destrucción. “Nosotros los distintos, nosotros los inmoralistas […] no negamos fácilmente, ponemos nuestro honor en ser afirmativos.” Al hacer un elogio de la crítica, Nietzsche revela la lógica allí incluida. “Cuando ejercemos la crítica […] es una prueba de que hay en nosotros energías vitales que están creciendo y quebrando una corteza. Negamos y tenemos que negar, porque algo en nosotros está queriendo vivir y afirmarse, ¡algo que quizá nosotros todavía no conozcamos, todavía no veamos!”. O como dice un fragmento preparatorio de Zaratustra: “Los creadores son los más odiados: en efecto, ellos son los destructores más radicales”. O: “El creador debe ser siempre un destructor”. O: “Yo hablo de una gran síntesis del creador, del amante y del destructor”. En el límite, es la preponderancia del Sí: “¡quiero ser, algún día, apenas alguien que dice Sí!”. Podríamos usar esta evaluación como criterio para un diagnóstico diferencial de los nihilismos…

(...)

El nihilismo acabado, “clásico”, perfecto, del cual Nietzsche parece hacerse portavoz, exige la instauración de valores a partir de otro principio situado en la propia vida –la voluntad de poder– y de otro elemento: la afirmatividad.

(...)

“¿Qué es bueno? Todo lo que intensifica el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo del hombre […] / ¿Qué es la felicidad? El sentimiento de que la potencia aumenta; que una resistencia está siendo superada / no la satisfacción, sino más potencia; no la paz en general, sino la guerra; no la virtud, sino la capacidad (virtud en el sentido renacentista, virtù, virtud sin moralismo)”; “el objetivo no es el aumento de la conciencia, sino la intensificación de la potencia”.

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