El primer recuerdo que me asalta al pensar en este tema es la sorpresa y la inseguridad causada por las abundantes situaciones de violencia de las que fui testigo en el Pozo del Huevo, un barrio de chabolas del sur de Madrid ya desaparecido hoy en día.
Viniendo de fuera, del mundo en el que hasta entonces yo me manejaba, los gritos, los insultos, los golpes y demostraciones de poder por parte de los más fuertes del barrio no podían menos que impresionarme. Y atemorizarme un poco, todo hay que decirlo. Cuando salíamos de nuestro lugar de reunión para realizar la Biblioteca de Calle, me costaba quitarme de encima la preocupación por lo que podría pasar, y evitaba el contacto con algun@s chabal@s del barrio por miedo a que me interpelaran. Tan sólo al cabo de los años conseguí ir sacudiéndome, poco a poco, toda esta tensión que me acompañaba.
Y es que el tiempo permitía mirar las cosas más en profundidad y ponerlas en su verdadera dimensión. Por un lado, poco a poco me fue dando la impresión de que la violencia en el barrio se manejaba a diferentes niveles. Es cierto que en ocasiones surgían enfrentamientos y problemas, pero en otros momentos esa violencia mostraba más una manera de relacionarse, de situarse un@s frente a otr@s, de marcar unos límites frente al resto que permitieran sobrevivir. De alguna manera, la impresión que tenía al final es que el nivel de agresividad se mostraba más alto de lo que era en realidad, o de la traducción que yo hacía según mis parámetros, totalmente fuera de sitio en este contexto. Se gritaba más, se utilizaba lenguaje más fuerte, se retaba constantemente... Pero eso no siempre traducía un acto violento, no siempre se dirigía contra el que estaba enfrente, sino que simplemente servía para mantenerse en pie en una realidad tan castigante.
Por otro lado, el tiempo y el contacto con l@s niñ@s me permitió ir descubriendo razones para la rabia, para la frustración. Por ejemplo, el tiempo en el que empecé fue un tiempo en el que much@s de l@s niñ@s empezaron a ir al colegio, tras un esfuerzo muy grande de las asociaciones que trabajaban allí y de los padres y madres. Pero este empujón hacia la escuela, que podría verse como algo facilitador, generó muchas tensiones, pues enfrentó a est@s niñ@s con la realidad de otr@s que habían tenido más oportunidades. Jamás se me olvidará la cara de una niña de 8 años explicando su enfado y su deseo de no volver al colegio tras ver día tras día como sus compañer@s hacían ejercicios y leían mientras a ella el profesor la tenía dibujando palotes. ¿Cómo no buscar maneras para descargar su rabia por sentirse tan incapaz?
Frente a esta frustración, l@s niñ@s pedían a gritos (quizás por eso me resultaba tan violento todo) alguien que les abrazara. Muchas familias siguen diciendo que lo que recuerdan de Cuarto Mundo es que allí se abrazaba y se besaba incluso a l@s niñ@s que iban más sucios y llenos de mocos. Ninguno de est@s niñ@s rechazó el cariño que se le ofreció. De hecho, era significativo ver cómo, cuando llegaba algún@ voluntari@ nuev@, el primer día l@s niñ@s le hacían la vida imposible, como si quisieran echarle para siempre del barrio. Más de una vez, al terminar la actividad, algun@ se acercó a preguntar a es@ voluntari@ primeriz@: "Tú ya no vuelves más, ¿verdad?". Y cuando el/la voluntari@ respondía "sí, la semana que viene vuelvo", era cómo si se firmase el contrato oculto que permitiría avanzar junt@s en el futuro. Porque en un barrio como ese, en el que habían pasado tantas personas y asociaciones, en el que tantos habían estado un tiempo y luego se habían ido, en algunas ocasiones reforzando el mensaje de que l@s niñ@s eran muy malos y violentos, para ell@s era importante saber, comprobar, que había personas dispuestas a quedarse a su lado pese a todo, sin condiciones, por muy mal@s que pudieran llegar a ser.
Pese a las agresiones, e incluso diría que a través de ellas, l@s niñ@s nos llamaban a la paz, a la aceptación, al abrazo. Y nos mostraban que, frente a la violencia, la clave es la presencia incondicional, que no se acobarda, que no tienen que ganarse, que se merece por el hecho de ser human@s.
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