jueves, 8 de diciembre de 2011

Desigualdades y extrañ@s



Acá van algunos apuntes interesantes del último libro de Bauman, "Daños colaterales. Desigualdades sociales en la era global", abordando cómo se enfrenta la inseguridad existencial cada vez más agudizada en este mundo fluctuante; de una manera tan simple como cambiando el foco de atención hacia la inseguridad generada por los diferentes, los extraños que, estando cerca nuestra, terminan siendo convertidos en amenaza y en chivo expiatorio de nuestro camino en el alambre. 


"Las incertidumbres con respecto al futuro, la fragilidad de la posición social y la inseguridad existencial, acompañantes ubicuos de la vida en el mundo "moderno líquido", pueden tener su origen y su fuerza intensificadora en lugares muy remotos; pero las angustias y pasiones que generan suelen apuntar a los blancos más cercanos y canalizarse bajo la forma de inquietudes por la seguridad personal: estas preocupaciones, a su vez, se condensan hasta convertirse en impulsos segregacionistas y exclusivistas que conducen de forma inexorable a enfrentamientos por el espacio urbano."



Sin embargo, esta obsesión por construir espacios y rodearse de mecanismos de seguridad que protejan de los "desiguales" terminan conduciendo a una espiral que eleva las revoluciones del miedo:


"Cuanto más tiempo pasamos preocupados por la amenaza que acecha en cada extraño, y cuanto menos tiempo compartimos con los extraños, más disminuye nuestra "tolerancia y aprecio de lo inesperado" y  menos podemos confrontar, manejar, disfrutar y apreciar la vivacidad, la variedad y la pujanza de la vida urbana. Encerrarse en una comunidad cerrada con el fin de ahuyentar los miedos es como sacar toda el agua de una piscina para que los chicos apren­dan a nadar sin riesgos... 
Las pruebas y los síntomas según los cuales la seguridad "es un pro­blema" nos recuerdan constantemente nuestras inseguridades. Como lo expresa Anna Minton en su estudio, "la paradoja de la seguridad es que, cuanto mejor funciona, menos necesaria debe­ría ser; sin embargo, la necesidad de seguridad suele volverse adictiva"."



Y termina compartiendo una experiencia muy gráfica e interesante a raíz de una propuesta artística que merece la pena retomar:


 "Miroslaw Balka, (...) en una obra de 2009, exhibida en la Sala delas Turbinas de la galería londinense Tate Modern, (con) una instalación sencilla pero audaz, (...)  logró lo que una larga fila de académicos se había empeñado por com­poner y describir en cientos de libros sesudos y opacos. Las puer­tas que daban a la alargada cámara en forma de túnel estaban abiertas de par en par, señalando un espacio público, e invitaban a internarse en él. Sin embargo, no había luz al final del larguísimo túnel que Balka nos instaba a explorar. El interior, pintado de ne­gro azabache, no podía ser más oscuro. "Oscuro" es el epítome de lo desconocido -imponente y aterrador- que acecha en la vivencia de la ciudad. El espacio oscuro es desolación, vacío, la nada hecha carne: y podríamos sospechar que se ve vacío sólo porque nuestra vista es mala, porque nuestra capacidad de horadar la oscuridad es insuficiente, porque nos falla la imaginación. La vaciedad que perciben los sentidos quizá no sea sino un disfraz que encubre los más temibles contenidos corpóreos. Nosotros sospechamos -sabe­mos- que en un espacio oscuro puede pasar cualquier cosa: nos acecha lo inesperado y no tenemos idea de cómo enfrentarlo.
 
Nadie nos culparía, entonces, si vaciláramos antes de entrar en esa oscuridad en el caso de estar solos en la Sala de las Turbi­nas. Internarse sin compañía en ese agujero negro e inexplorado es algo que sólo se atreverían a hacer los más temerarios entre no­sotros, o bien los aventureros más irreflexivos. Pero por suerte... ¡hay tanta gente alrededor que se apresura a entrar! ¡Y hay tanta gente que Ya está adentro! Una vez que nos sumamos a esas per­sonas, sentimos su presencia. No es una presencia molesta ni an­gustiosa, sino reconfortante y alentadora... Una presencia de ex­traños que milagrosamente se transforman en el prójimo. Una presencia que no engendra angustia sino confianza. Cuando esta­mos inmersos en el vacío de lo gran desconocido, que hiela la mente y los sentidos, la humanidad compartida es nuestro bote salvavidas: la calidez de la comunión humana es nuestra salva­ción. Esto es al menos lo que me dijo y me enseñó la objfa de Miroslaw Balka, y por lo cual me siento agradecido.

Las calles de los "espacios defensivos" y las comunidades ce­rradas necesitan, idealmente, estar vaciadas de extraños, incluso si los pensamientos y esfuerzos invertidos en ese trabajo de limpieza nos impiden olvidar el miedo. El túnel de la Sala de las Tur­binas, en la Tate Modern, por el contrario, está repleto de extra­ños, pero también está vacío de miedo: es una zona totalmente liberada del miedo. Milagrosamente, el más oscuro de los espa­cios se ha convertido en la menos temible de las zonas...


(...)

En síntesis, quizás el efecto más pernicioso, seminal y duradero de la obsesión por la seguridad (el "daño colateral" que ésta perpe­tra) sea la socavación de la confianza mutua, así como la siembra y reproducción de la sospecha recíproca." 


Y punto.

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