miércoles, 15 de abril de 2009

Después de Ceuta y su dolor

“¿Sabes lo qué es ver morir a un amigo, y no poder más que llorar y seguir caminando?”

Esta frase fue la que me recibió cuando se abrió la puerta del CETI (Centro de Estancia Temporal para Extranjeros), y la que me situó frente a una realidad que desborda. De repente, la imagen conocida de los cayucos o de los saltos de la valla en Ceuta y Melilla se proyectaba hacia el pasado, hacia un camino muy largo, para algunos de un año, para otros de doce, lleno de sufrimiento, de soledad, de persecución, de miedo, de muerte… Un camino impulsado por el dolor de la guerra y de la pobreza, y al mismo tiempo por el sueño de un futuro diferente.

“Caminaba hasta que las piernas no podían más, y luego me quedaba un tiempo en el pueblo donde estaba reponiendo fuerzas y dinero para poder continuar”

Las palabras son claras, la mirada se clava en la mía con toda su verdad, no me deja escaparme de esta realidad, tan lejana hasta ahora. Aunque sé que no soy capaz de imaginar todo el sufrimiento acumulado desde mi cómoda posición, asomarme a tanto dolor da vértigo. El vértigo que provoca ver al mismo tiempo lo injusto de las circunstancias que nos hacen diferentes, ver las vallas que nos separan tratando de defender mi status a costa de lo que sea y de quien sea.

Y ese “quien sea” ha resultado ser él, que saltando la valla se coloca enfrente mía, con su verdad en la mirada y la amistad en la mano, dispuesta a estrecharse con la mía. Pese a todo, con lo que podría echarme en cara, al final de la conversación me regala un “Mon ami” que nos funde en un abrazo.

Los que construyen las vallas y las fronteras dibujan un entorno amenazante, peligroso, que pone en riesgo nuestra manera de vivir. Efectivamente, estas vallas nos defienden del compartir, de la fraternidad, del salir de nuestro individualismo. Todo eso que amenaza nuestra manera de vivir.

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Ver morir a un amigo, asesinado por los que cuidan las fronteras del paraíso, no es algo que se pueda olvidar fácilmente.

Pero mantenerte fiel a esta amistad y pedir justicia aún arriesgándose a perderlo todo, cuando lo fácil sería esconder la cabeza y dar la razón al poderoso o al menos no enfrentarse a él, es algo a lo que sólo te puede empujar un amor profundo.

Un amor que no se deja vender ni engañar, al que no se puede renunciar sin negarse a sí mismo.

Por eso, pese a tanta tristeza que lo acompaña, está lleno de vida.

Y mientras otr@s seguimos jugando a compromisos de quita y pon, que entretienen, pero no molestan.

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Tras tanto camino, tras tanto tiempo, tras tantos golpes, tras tantas pérdidas… Llega un momento en que lo único que queda, que no ha conseguido arrancar el viento ni ahogar el desierto, es el sueño de la tierra prometida.

Cuando se ha apostado todo lo que uno tiene y ya se ha perdido todo, salvo la capacidad de soñar y de mantenerse en pie, caminando… ¿Cómo renunciar a esto también, si es lo único que mantiene la vida? ¿Cómo aceptar el regreso a la nada del origen cuando todo ha sido destruido?

Seguir de pie, en marcha… Es la única opción, la única vida posible.

2 comentarios:

Carlos dijo...

Muchas gracias por compartir la experiencia de Semana Santa en Ceuta. Ahora tienes una razón más para seguir de pie, para caminar, para correr...

Por cierto, he visto esta web (a través de una noticia) y quizás te interese:
http://www.bubok.es/

Puedes editar tu propio libro. ¿Una oportunidad para publicar tus pensamientos, sentimientos e historias?

Besos

dandindan dijo...

Pues sí, efectivamente el tema de correr la maratón ahora toma una nueva dimensión...

Lo del bubok ya lo había visto, pero el tema de escribir un libro es otra cosa más sería, aunque sea gratuíta, ¿no?