Se acercan los días de carnaval y van cayendo por un lado y por otro las invitaciones a dejarse llevar por su espíritu burlón. Pero, leyendo el artículo de La vida es un carnaval ¿o era una tómbola?, no puedo evitar pensar que dentro de tres días tenemos que disfrazar a nuestra hija de 7 meses para que pueda empezar a celebrar tamaño acontecimiento desde tan tierna edad. Por un lado lo encuentro absurdo, ¿qué sentido tiene para ella, para quién cada color y forma que encuentra en el mundo es ya una fiesta? Pero al mismo tiempo, la presión social se hace fuerte y consigue que andemos pensando en cómo salir del paso con algún disfraz que no sea complicado.
¿Qué relación tiene este carnaval que se inculca desde pequeños con el espíritu del carnaval que se reivindicaba frente a la rigidez de la cuaresma? ¿Qué espacio hay para desafiar los límites y las convenciones, para volver el mundo del revés aunque sea por un día, si es desde lo institucional desde donde se nos propone y se nos marcan los tiempos y modos?
Al final, lo de siempre. La mejor manera de desactivar la revolución, aunque sea festiva, es integrarla dentro de la normalidad.
1 comentario:
Pues a "desafiar los límites y las convenciones"... Lo que se ha hecho desde que el mundo es mundo, y gracias a lo cual seguimos creciendo.
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