"¿Carece de genuinos antecedentes esta insurgencia revolucionaria? El mundo árabe ha sido escenario de levantamientos y revueltas durante toda su historia moderna. Durante la ocupación francesa, la población del El Cairo se rebeló repetidamente, llegando a liberar de los franceses efímeramente a la ciudad en 1800. Egipto se rebeló de nuevo contra la dominación extranjera en los años que siguieron a 1882; volvió a rebelarse contra los británicos en la gran revolución de 1919, y de nuevo en 1952. Durante la revuelta siria de 1925-26, los franceses fueron echados de la mayor parte de damasco y bombardearon salvajemente la ciudad. Los ejemplos abundan. La resistencia libia contra los italianos, que empezó en 1911 y duró más de 20 años; la gran revolución iraquí de 1920; la de Marruecos en 1925-26; la revuelta palestina de 1936-39: todos esos episodios provocaron campañas coloniales feroces. Marcaron el principio de un sombrío capítulo de la historia humana: el primer uso del bombardeo aéreo contra civiles en Libia en 1911; y el primer uso de gases venenosos contra civiles en Irak en 1920.
¿Qué distingue hasta ahora el levantamiento revolucionario al que estamos asistiendo ahora en el mundo árabe de sus numerosos antecedentes? Una de las aparentes diferencias es que en Túnez, Egipto, Bahrein y muchos otros países las cosas han discurrido hasta ahora de manera harto pacífica: ―Silmiyya, silmiyya‖, cantaban las muchedumbres en la plaza de Tahrir. Pero también discurrieron de esta guisa muchos levantamientos árabes en el pasado. Así muchos episodios de las largas luchas egipcias e iraquíes para poner fin a la ocupación militar británica, y las sirias, libanesas, marroquíes y tunecinas para poner fin a la de Francia, por no hablar de la primera Intifada palestina contra la ocupación israelí entre 1987 y 1991. Las tácticas no violentas ampliamente utilizadas en los recientes levantamientos en Egipto y otros sitios no constituyen una novedad en las revueltas árabes, que tienen una larga y densa historia pasada de protesta no violenta, o al menos, desarmada.
También se ha dicho que lo que distingue a esas revoluciones de otras pasadas en el mundo árabe y otros lugares del Oriente Próximo es que ahora se centran en la democracia y el cambio constitucional. Y es verdad que ésas han sido reivindicaciones centrales. Pero tampoco eso carece de precedentes. Hubo efervescencia constitucional sostenida en Túnez y Egipto a finales de la década de los 70 del siglo XIX bajo las ocupaciones británica y francesa de esos países en 1881 y 1882. Análogos debates llevaron al establecimiento de una constitución en el Imperio Otomano en 1876, que duraron con interrupciones hasta 1918. Todos los estados sucesores del Imperio Otomano se vieron profundamente influidos por ese accidentado experimento constitucional. En 1906, Irán instituyó un régimen constitucional, un régimen, no obstante, repetidamente eclipsado. En período de entreguerras y posteriormente, los países semi-independientes e independientes en Oriente Próximo estuvieron en general gobernados por regímenes constitucionales.
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Lo que de verdad distingue a las revoluciones de 2011 de sus predecesoras es que significan el fin de la vieja fase de la liberación nacional del dominio colonial y están, ahora, centradas en los problemas internos de las sociedades árabes.
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Ha habido otra reivindicación en 2011, sin embargo. La dignidad. Y eso ha de entenderse en dos sentidos: la dignidad de los individuos y la dignidad del colectivo, del pueblo y de la nación. La exigencia de dignidad individual resulta fácilmente inteligible. Frente a temibles Estado policíacos que aplastaban al individuo, nada más natural que esa exigencia. Las incesantes violaciones perpetradas por esos Estado autoritarios contra la dignidad de todos y cada uno de los ciudadanos árabes, así como las constantes afirmaciones de desprecio oídas de boca de sus dirigentes, acabaron siendo internalizadas generando una duradera autoabominación y una ulcerosa patología social. Lo que se manifestaba, entre otras cosas, en tensiones sectarias, un acosos sexual frecuente a las mujeres, criminalidad, drogadicción y una corrosiva incivilidad, horra de espíritu público.
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La falta de un sentido de dignidad colectiva árabe tiene que ver con la situación de esta región, una de las pocas que no se vio afectada por las transiciones democráticas que arrastraron a otras partes del mundo en el último cuarto del siglo XX. Subitáneamente, los árabes han demostrado que no son diferentes de los demás. Estas revoluciones han creado un sentimiento de dignidad colectiva superlativamente reflejado en el orgullo mostrado por tunecinos y egipcios tras la caída de sus respectivos tiranos. ―Levanta la cabeza; ¡eres un egipcio!‖, cantaban las muchedumbres en Tahrir. Era la dignidad colectiva del pueblo egipcio, y con ella, del pueblo árabe todo, lo que se afirmaba."
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