Y aunque no tiene el ritmo ni el derroche visual del que disfrutamos acompañando a Chihiro en su viaje, ni la trama de ida y vuelta en la que se lió la princesa Mononoke, ni el movimiento continuo del castillo de su penúltima película, conociendo a Tororo nos volvemos a enganchar en la fuerza de sus personajes, capaces de soñar y descubrir vueltas a la realidad como sólo sabemos hacer cuando somos peques.
Hay que seguir disfrutando, de Miyazaki y de la vida...
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